A principios del mes de marzo de 1808, en Madrid se respiraba un ambiente enrarecido. Llegaban noticias inquietantes: los ejércitos franceses habían ocupado las plazas de Barcelona, Pamplona y San Sebastián sin previo aviso y, en esos momentos, se dirigían hacia la capital del reino.
Es cierto que la presencia de tropas galas en España era fruto del tratado de Fontainebleau, firmado en octubre de 1807 por el gobierno español y Napoleón con la intención de ocupar Portugal y repartirse su dominio; pero aquellas acciones unilaterales hicieron temer a los españoles que el país quedara absorbido por el poderoso Imperio francés.
No era para menos, en unos momentos en que Napoleón, tras su gran victoria de Austerlitz (1805) y una serie de maniobras diplomáticas tan hábiles como enérgicas, se había convertido prácticamente en dueño y señor de Europa. Manuel Godoy, el primer ministro de Carlos IV –y que desde 1795 había tomado el altisonante título de Príncipe de la Paz–, entendió que detrás de la acción francesa había una intriga que buscaba expulsarlo del poder.
UN PRIMER MINISTRO ODIADO
Godoy era conocedor de la antipatía que su figura había generado durante sus años de gobierno. Las críticas partían del mismo seno de la corte, atizadas por el hijo y heredero de Carlos IV, el príncipe Fernando, al frente de un grupo de nobles que configuraban el partido opositor cortesano. Los nobles en general, y en especial los Grandes de España, se sentían ninguneados al ver cómo el reino se hallaba en las manos de un personaje como Godoy, cuyos orígenes se encontraban en el más bajo escalafón nobiliario, y que con apenas 25 años se había hecho con el poder gracias al sospechoso favor de la reina María Luisa.
La Iglesia, por su lado, estaba alarmada ante las medidas desamortizadoras y reformistas impulsadas por el primer ministro. Buena parte de la oficialidad del Ejército también estaba molesta, ya que con las sucesivas reformas los ascensos y el cobro de pensiones se complicaron. A ello se unía la incertidumbre de la coyuntura internacional, marcada por la expansión irresistible de la Francia napoleónica y su disputa con Inglaterra.
Manuel Godoy estaba convencido de que Fernando, príncipe de Asturias, decidido a expulsarlo del poder, había acordado con los franceses su derrocamiento para a continuación forzar a Carlos IV a abdicar en su favor. Guiado por su instinto de supervivencia, decidió que había que reaccionar. El domingo 13 de marzo convocó a sus colaboradores más próximos, con quienes llegó a la conclusión de que había que convencer al monarca para que se refugiase junto con su valido lejos de las tropas francesas, bien en Andalucía, bien en Extremadura.
En esos momentos la corte se encontraba en el Real Sitio de Aranjuez, y hacia allí partió el propio Godoy inmediatamente. Una vez llegado a su destino y antes de ver al monarca, redactó un manifiesto en el que hacía que Carlos IV justificara su salida ante la amenaza francesa, pero el soberano, tras leerlo y consultarlo con sus consejeros, se negó a sancionarlo.
LAS DUDAS DEL REY
El Príncipe de la Paz sabía que la única salvación de su futuro político pasaba por convencer al monarca de la gravedad de la situación, y había que hacerlo lo antes posible ante el rápido avance francés. Al día siguiente volvió a intentarlo de nuevo, pero Carlos IV rechazó otra vez la idea a instancias del ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero, próximo, en esos momentos, al partido del príncipe de Asturias.
Temeroso de una nueva intentona por parte de Godoy, Caballero se apresuró a dictar un bando en el que llamaba a los pueblos de los alrededores para que evitasen la salida de la familia real del Real Sitio. Pese a ello, Godoy volvió a tratar de persuadir al rey por medio del Consejo de Castilla, creyendo que el monarca no podría oponerse a un informe favorable emitido por este organismo. Pero sus enemigos en la corte se habían adelantado y consiguieron que el Consejo no sólo rechazase la idea de la huida, sino también que se negara a aceptar cualquier documento que no estuviera firmado por el rey.
Desasistido políticamente, Godoy empezó a temer por su vida. No en vano, durante su estancia en Aranjuez, las calles se vieron inundadas con pasquines contra su persona difundidos por los partidarios del príncipe Fernando. El día 17, en un último encuentro con Carlos IV, Godoy le transmitió su inquietud, pero aquél le tranquilizó diciéndole que no tenía motivos para temer. No sabía que la suerte de ambos ya estaba echada.
ESTALLA EL MOTÍN
A lo largo de ese mismo día, los agentes del infante don Antonio de Borbón (hermano de Carlos IV) y los criados del duque del Infantado y del conde de Altamira, señores de buena parte de las tierras cercanas a Aranjuez, se encargaron de difundir por calles y tabernas que el monarca tenía prevista su salida del Real Sitio para esa misma noche. El rumor cobró fuerza con la llegada a palacio de nuevos efectivos de la guardia real valona así como de la guardia personal de Godoy.
Hacia la medianoche del 17 al 18 de marzo, tras un enigmático disparo, una multitud se congregó ante la casa de Godoy. El objetivo era apresarlo, pero en la casa sólo encontraron a su esposa, la condesa de Chinchón, se limitaron, pues, a saquear algunas estancias de la vivienda. Episodios similares se vivieron en las residencias de los colaboradores de Godoy.
Sin embargo, pronto corrió el rumor de que el primer ministro había conseguido huir en dirección a Andalucía o bien a su Extremadura natal. Al día siguiente, un abatido Carlos IV, presionado por los seguidores de su hijo don Fernando, firmó un decreto por el que se destituía a Godoy de todos sus cargos, títulos y privilegios.
DETENCIÓN Y CÁRCEL
El hasta entonces Príncipe de la Paz seguía en Aranjuez, oculto en una de las habitaciones del servicio de su casa, gracias a la pericia de uno de sus criados, llamado Bartolomé, quien en el momento del asalto desvió la atención de los asaltantes hacia otras partes de la casa. Permaneció escondido todo el día 18, hasta que en la mañana del 19, sediento y hambriento, se vio obligado a descubrirse ante un soldado que montaba guardia en el interior de la casa.
Intentó sobornarlo a cambio de agua y comida, pero el soldado dio la voz de alarma y Godoy fue detenido sin resistencia. La noticia de su apresamiento corrió como la pólvora y una multitud se concentró ante su residencia. En su traslado hasta el cuartel de la Guardia de Corps, el antiguo favorito fue insultado, golpeado y herido, pero salvó la vida gracias a la protección que le prestaron los soldados.
El encarcelamiento de Godoy tuvo un amplio eco popular en todo el país. En Madrid, por ejemplo, la noticia llegó la misma tarde del día 19 y, acto seguido, tanto su casa como las propiedades de sus familiares y colaboradores fueron objeto de la ira popular, ante la pasividad de las autoridades locales. En el resto de ciudades y villas, a medida que se fue propagando la noticia, se iba retirando su efigie de las casas consistoriales. Con la neutralización de Godoy y con el avance de las tropas francesas sobre la Península, Carlos IV no tuvo otra salida que abdicar en favor de su hijo Fernando la misma tarde de la detención de Godoy.
El motín había triunfado, y el día 23 Fernando VII, convertido en el nuevo rey, hacía su entrada triunfal en Madrid. Pero la alegría duró poco. El 10 de abril Fernando partía de la capital rumbo a la frontera francesa, en teoría para entrevistarse con Napoleón, pero allí, en Bayona, el emperador de los franceses le arrancaría la abdicación en favor de su padre, a quien Bonaparte obligaría, a su vez, a abdicar. El destronado Carlos IV y su esposa, emprenderían junto con Godoy, que ya no volvería a España, el camino del exilio.