Recuerdo la vez que se me ocurrió ir al Primark de la Gran Vía de Madrid. Primera y última vez porque maldita la hora, la verdad.
Los turistas extranjeros con sus maletas como si estuviesen en el duty-free del aeropuerto, sin mirar por donde van porque para qué.
Y esto, lo de la ropa desordenada. Gente con cara de llevar sin cagar desde que salieron del aeropuerto tomando ropa recién doblada, mirándola por delante y por detrás y volviéndola a dejar hecha un higo en las estanterías. Esto con las dependientas delante mientras doblando una tras otra como si fuesen máquinas intentando arreglar lo inarreglable. Como si fuesen sus sirvientas. De vergüenza ajena, la verdad.
Sé que no todos son así y donde vivía antes había cerca un Primark que era más normal y donde todo estaba siempre organizado y sin problemas, pero los Primarks en zonas turísticas es una cosa.