Cualquier aficionado a la historia bélica sabe que Blitz es el término con que se denomina a los ataques aéreos que la Luftwaffe realizó contra Reino Unido entre 1940 y 1941, durante la Segunda Guerra Mundial y en el contexto de la llamada Batalla de Inglaterra. Lo que ya no resulta tan conocido es a qué se refiere la expresión Zeppelin Raids: fueron los bombardeos alemanes llevados a cabo sobre territorio británico en la contienda anterior, la Primera Guerra Mundial; no con aviones sino, como indica el nombre, con dirigibles.
La primera propuesta germana para realizar un ataque aéreo a Gran Bretaña corrió a cargo del contraaalmirante Paul Behncke, por entonces subjefe del Estado Mayor Naval teutón y posteriormente famoso por estar al mando del III Escuadrón de Batalla de la Hochseeflotte durante la batalla de Jutlandia. Fue ya al poco de desatarse las hostilidades, en agosto de 1914, y recibió el apoyo del almirante Alfred von Tirpitz (con el que luego discreparía sobre su teoría de guerra submarina), que consideró la idea interesante no sólo por los daños materiales que se causarían sino también por el efecto que tendría en la moral del enemigo de cara a continuar la guerra.
El kaiser dio el visto bueno cuatro meses después pero con una condición: excluir Londres como objetivo, ya que estaba emparentado con la familia real británica y no quería que hubiera heridos en ella.
Pese a lo que se cree, los bombardeos aéreos no eran una novedad, ya que el primero se remontaba a 1848, cuando el Imperio Austríaco recurrió a globos aerostáticos para ello en el asedio de Venecia, y en 1911 un piloto italiano utilizó su avión, en iniciativa personal, para lanzar una bomba en Libia. Más allá de esos momentos pioneros pero arcaicos, fue la aviación española la que protagonizó la primera operación planificada y sistemática con biplanos, acometiendo varias incursiones en el Rif en 1913. El camino estaba señalado y al comenzar la Gran Guerra, el 6 de agosto, la fuerza aérea alemana hizo otro tanto sobre Lieja, repitiendo semanas después en Amberes y París.
Solían arrojarse unas pocas bombas -había que hacerlo manualmente- y propaganda, con poca capacidad destructora por tanto. Pese a ello, la prensa de Alemania informó de algunos raids sobre instalaciones portuarias de Inglaterra que los periódicos de ese país no recogieron, por lo que hay que esperar al 21 de diciembre de 1914 para encontrar el primer ataque documentado y confirmado. Fue un hidroavión que lanzó dos bombas en Dover sin mayores consecuencias, por lo que hizo una nueva pasada el día 25; esa segunda vez tampoco causó daños, pero tuvo que enfrentarse a aviones británicos que salieron a hacerle frente.
Ahora bien, los Zeppelin Raids no fueron obra de aviones sino de dirigibles. En ese sentido conviene aclarar que ese nombre es alusivo a los aparatos diseñados por Ferdinand von Zeppelin, un exmilitar (irónicamente de caballería) que, aprovechando el trabajo previo de su amigo Carlos Albán, cónsul colombiano en Alemania, diseñó los célebres aerostatos autopropulsados y fundó la compañía homónima en 1908; pero también había dirigibles -en menor cantidad- de la competencia, la compañía Luftschiffbau Schütte-Lanz, fundada en 1909, aunque hoy en día se use la palabra zepelín de forma genérica.
El Marine-Fliegerabteilung (Departamento de Aviación de la Marina) y el Die Fliegertruppen des deutschen Kaiserreiches (Cuerpo de Vuelo Imperial Alemán) se repartían la flota de dirigibles de ambos tipos, aunque la Kaiserliche Marine procuraba no adquirir los Schütte-Lanz porque tenían una estructura de madera contrachapada cuyas uniones encoladas se degradaban con la humedad de los hangares instalados en las bases navales. Consecuentemente, fue el Deutsches Heer (Ejército Alemán, de tierra) el principal comprador y, aunque sus naves eran superiores en muchos aspectos, la compañía únicamente suministraría veinticuatro unidades en toda la guerra. La mayoría de la flota era de Zeppelin; veintidós de la Clase P y quince de la Q, sumándose a partir de 1915 a los de la M que había antes de la contienda.
El primer bombardeo de zepelines sobre suelo británico llegó en la segunda mitad de enero de 1915; no causaron excesivos daños, aunque provocaron cuatro víctimas mortales y el triple de heridos al soltar sus explosivos sobre varios pueblos de Norfolk, debido a que el viento los desvió de su verdadero objetivo, el estuario de Humber. De hecho, el viento y el mal tiempo, combinados con la necesidad de operar en la oscuridad nocturna, iban a convertirse en los principales obstáculos para esas misiones; para evitarlos era necesario volar bajo, lo que ponía a los dirigibles a tiro de cualquier arma corta enemiga, suficiente para derribarlo. Así ocurrió en no pocos casos, en los que se perdieron varias unidades y otras tuvieron que regresar sin estrenarse.
Pese a que las incursiones desataron cierta paranoia en el archipiélago -se decía que los espías guiaban a los dirigibles con los faros de sus automóviles-, los pobres resultados conseguidos por la Clase M postergaron los planes hasta que estuviera lista la mencionada Clase P, cuyas unidades contaban con cuatro motores y eran de mayor tamaño -hasta 163,5 metros de longitud-, lo que les permitía llevar un cargamento mayor de bombas. Además, tenían dos barquillas -que, frente a las anteriores, estaban cerradas y protegidas con ametralladoras-, pilotándose desde la delantera.
El primer zepelín P, asignado al ejército, fue el LZ38. Esa primavera entró en acción bombardeando en varias salidas Ipswich, Southend, Dover y Ramsgate; el 31 de mayo también Londres, pues el káiser dio finalmente su autorización si el objetivo eran los muelles. Sobre la capital arrojó 1.400 kilogramos de explosivos, matando a siete personas, que se sumaron a otras tantas en las localidades anteriores y a siete que fallecieron después, en otra incursión por el este inglés. Ni los aviones que despegaron para interceptarlo ni los reflectores lograron localizarlo y un piloto británico murió al estrellarse mientras aterrizaba al volver de su fracasada misión.
Como además se habían provocado casi medio centenar de incendios, se programó una nueva salida contra Londres para el 4 de junio, destinándose a ello al L9 y el L10, ya que el LZ38 fue sorprendido en tierra por aviones enemigos y destruido, mientras que el LZ37 era derribado sobre Bélgica. El viento los desvió y el primero terminó bombardeando Hull y el segundo Gravesend, pero esas moles volantes ya se habían convertido en una amenaza que obligó a censurar la información de prensa sobre los efectos de sus acciones.
Eso, claro, sirvió de acicate al otro bando para incrementarlas: a lo largo de 1915 se registraron casi una docena de Zeppelin Raids, de los que el más destacado fue el bautizado como Theatreland: el 15 de octubre, cinco dirigibles sembraron el pánico en Londres, causando cuantiosos destrozos, matando a 71 personas e hiriendo a 128. También los germanos tuvieron bajas porque perdieron varios de sus aerostatos a manos de la artillería, aviones, fallos mecánicos o meteorología adversa. Esta última empezaba a ser habitual, al acercarse el invierno, razón por la cual se hizo una pausa. No duró mucho. El 31 de enero nueve zepelines de la Armada atacaron Liverpool, provocando decenas de muertos y heridos entre las localidades de la región.
Para entonces había dos novedades, una por bando. Por el lado británico, se había instalado un cinturón de reflectores y antiaéreos, así como organizado varios escuadrones de aviones destinados a combatir a los agresores, algo que dejaba patente el nivel de preocupación que había levantado ese tipo de incursiones. Por el lado alemán, esas medidas defensivas, cada vez más eficaces, impulsaron el desarrollo de la clase Q, cuyos dirigibles eran todavía más largos y tenían un techo operativo de unos 460 metros; algunos de la Clase P fueron reformados para dotarlos también de mayor longitud, aunque la mayoría fueron relegados a patrullar el Mar del Norte y el Báltico.
1916 continuó ofreciendo el mismo programa que el año anterior: misiones sobre las islas, cada vez con más efectivos, que a menudo se desviaban de sus objetivos por el tiempo o las averías; bombardeos con artefactos incendiarios que producían pérdidas materiales y humanas crecientes en abundancia; aviones que despegaban a su caza sin grandes resultados … Esto último cambió en septiembre, cuando el teniente William Lefee Robinson consiguió el primer derribo de un dirigible en Gran Bretaña (el SL11, un Schütte-Lanz), lo que le hizo ganar la Cruz Victoria. Esa pérdida supuso el final del interés del ejército en los raids, si bien la Marina continuó realizándolos con suerte diversa.
Entre unas cosas y otras, las 23 incursiones de 1916 supusieron un lanzamiento total de 125 toneladas de bombas, matando a 293 personas e hiriendo a 691. Y es que había otra novedad: la entrada en servicio de la Clase R, cuya característica principal era poder bombardear desde una altitud superior -hasta 4.900 metros- gracias a sus seis motores (a otros se les retiró uno para aligerarlos) y a una línea más aerodinámica.
En 1917, la siniestra silueta de los dirigibles ya era objeto de odio por la población británica, especialmente después de que a mediados de junio seis de ellos realizaran un ataque a Londres que mató a mas de un centenar de personas, entre ellas varios niños de una escuela. Pero en esa misión hubo algo distinto que explica su nivel de destrucción.
Se trataba del Gotha G.IV, un biplano pesado que prometía abrir una nueva época en la guerra aérea y con el que se formó el Englandgeschwader (Escuadrón de Inglaterra). Ese año el uso de aerostatos empezó a considerarse obsoleto y la mayoría de las naves que no se habían perdido por accidentes o por acción del enemigo fueron desmanteladas a finales de septiembre de 1917, cediendo el protagonismo a los aviones.
En la llamada Unternehmen Türkenkreuz (Operación Cruz del Turco), los gothas iniciaron la popular imagen de enfrentamientos entre aviones pero, sobre todo, tomaron el relevo a los dirigibles -o los acompañaron en las incursiones a Reino Unido- porque eran fundamentalmente bombarderos, con las ventajas de no depender del viento ni la meteorología y, lo más importante, poder operar de día. Los biplanos germanos, que podían ascender hasta 7.000 metros, superaron el centenar de misiones.
Sin embargo, el enemigo también se dotó de aviones adecuados para enfrentarlo, caso del espléndido Sopwith Camels, lo que decidió al mando a volver a los bombardeos nocturnos mientras se esperaban las nuevas versiones del modelo. Como éstas resultaron ser decepcionantes y la marcha de la guerra empezaba a ser adversa, redundando en una insuficiente fabricación de unidades, los Gotha continuaron atacando de noche.
De esa manera, Londres siguió sufriendo el horror que anunciaban las sirenas de alarma; ahora advirtiendo de la llegada de asesinos más pequeños pero también más numerosos e igualmente difíciles de atajar. A manera de ejemplo, el 1 de octubre los antiaéreos hicieron 14.000 disparos (por cierto, sin que ninguno diera en el blanco) contra los once gothas que traían su carga de muerte y destrucción.
En 1918 se incorporó otro modelo de avión, el Risesenflugzeuge, cuyas unidades llegaron a realizar bombardeos en solitario, si bien lo normal era hacerlo junto a los Gotha. Incluso los dirigibles llevaron a cabo misiones postreras en Midlands. Pero se acercaba su final; o, mejor dicho, el final.
El último gran raid fue el 5 de agosto, cuando cuatro zepelines campearon por la Inglaterra septentrional hasta ser interceptados por una escuadrilla; el nuevo y flamante L70, que llevaba a bordo como observador al capitán Peter Strasser, führer der Navalluftschiffe (jefe de aeronaves) fue derribado y los otros huyeron precipitadamente.
Cuatro meses antes se había creado la RAF (Royal Air Force), la fuerza aérea británica, nuevo muro de contención que en el plazo de veintidós años iba a tener la oportunidad de demostrar su aptitud, consagrándose precisamente en el Blitz, el nuevo intento germano de doblegar al país con bombardeos.
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