Aunque en principio parece más propia de otras épocas, la caballería se mantuvo en activo hasta mediados del siglo XX. No nos referimos al concepto actual, en el que el nombre ha sido adoptado por unidades de carros de combate y/o helicópteros de ataque, sino a la caballería en sentido estricto, aquella en la que se combatía a caballo. De hecho, en la Segunda Guerra Mundial todavía se empleó más de lo que se cree y en ese contexto se produjo la última carga que protagonizó la caballería de EEUU, poniendo fin a una andadura inmortalizada por el cine; la hizo el 26th Cavalry Regiment de los Philippine Scouts en enero de 1942, contra los japoneses.
La Caballería de EEUU fue fundada oficialmente por una ley que promulgó el Congreso el 3 de agosto de 1861. Eso no quiere decir que no hubiera antes, ya que constan diversas unidades desde el estallido mismo de la Guerra de Independencia. Tras ver el pánico generado en su filas por el 17º de Lanceros del duque de Cambridge, George Washington solicitó al Congreso Continental la creación de una fuerza de caballería ligera. Se le concedió a finales de 1776 y reclutó tres mil hombres.
Los organizó siguiendo el modelo del 5º Regimiento de la Milicia de Caballería Ligera de Connecticut, que se dedicaba a labores de inteligencia y había destacado en la retirada a Nueva Jersey y que, a su vez, fue convertido en uno de los cuatro regimientos del nuevo Cuerpo de Dragones Ligeros Continentales, a los que adiestraron oficiales húngaros y polacos. Después hubo más unidades de dragones que si bien constituían una caballería de facto, tenían el matiz de que, por regla general, en aquellos tiempos primigenios se reclutaban las tropas montadas sobre la marcha para misiones específicas y se disolvían en cuanto pasaba la emergencia.
Habría que ir hasta 1832 para que la expansión hacia el Oeste impulsase la creación del Batallón de Rangers Montados, cuyo objetivo era proteger a los colonos y que al año siguiente se transformó en el 1º Regimiento de Dragones regular, al que siguieron el segundo en 1836 y los Fusileros Montados en 1846. Combatieron contra los semínolas y los mexicanos, y con la mencionada ley de 1861, en el contexto del estallido de la Guerra de Secesión, fueron reunidos en un cuerpo al que se añadieron otro par de regimientos.
Como hemos visto tantas veces en la gran pantalla y la televisión, las Guerras Indias consagraron a la Caballería de EEUU: el famoso 7º de Custer, el 9º y 10º de los Buffalo Soldiers (así llamaban los indios a los soldados negros)… La Guerra de Cuba supuso la última intervención decimonónica y en ella tomaron parte unos célebres jinetes a caballo voluntarios, los Rough Raiders, que organizó y lideró el futuro presidente Teddy Roosevelt. Contra los españoles también se luchó en Filipinas, a donde se enviaron algunas unidades que servirían de germen para la fundación del 26º dos décadas más tarde.
Y eso que el nuevo siglo parecía augurar una disminución de la importancia de los caballos como arma, ya que, pese a que en la Primera Guerra Mundial todavía mantuvieron cierta importancia, la aparición de los tanques y la difusión de las ametralladoras jugaban claramente en su contra. Sin embargo, aún hubo tiempo de gloria para ese arma, como demostraron las cargas del Regimiento de Alcántara contra los insurgentes marroquíes en Annual (1921), las de los dos bandos contendientes de la Guerra Civil Española (con mención especial para las de Singra y Alfambra de 1938, en la batalla de Teruel), las de la Konarmiya (Caballería Roja) del mariscal Budionni en la Guerra Civi Rusa…
En 1922, cuatro años después de terminar su participación en la Gran Guerra, el Ejército Regular de EEUU creó el nuevo 26º Regimiento de Caballería, que engrosaba el número de fuerzas de ese tipo que había a esas alturas: once divisiones, algunas de la Guardia Nacional. El 26º tenía su base en Fort Stotsenburg, una gran acuartelamiento situado a unos ochenta kilómetros al norte de Manila (en Filipinas, el archipiélago arrebatado a España en 1898), aunque una pequeña parte del regimiento estaba acantonada en el aérodromo de Nichols Field, al sur de la capital.
Se formó con efectivos del 25º Regimiento de Artillería de Campaña y el 43º de Infantería, con equipo y monturas del 9º de Caballería, que acababa de ser trasladado a Kansas. Caballos aparte, disponía de seis vehículos blindados, camiones y ametralladoras, estando formado el grueso de sus hombres por scouts (exploradores) filipinos, tropas indígenas a las órdenes de oficiales estadounidenses que ya habían participado en la represión de la Rebelión Moro de Mindanao entre 1902 y 1913.
Cuando se produjo la invasión japonesa en diciembre de 1941, el mando correspondía al coronel Clinton A. Pierce. El 26º participó en la retirada aliada a la península de Bataán, en la isla de Luzón, realizando una acción de distracción que retuvo el avance enemigo permitiendo salvar la inexperiencia de las divisiones de infantería. Eso sí, a costa de importantes bajas que redujeron el número de soldados a 450, aunque al mes siguiente recibió refuerzos alcanzando los 657 y logrando con ellos mantener abiertas las carreteras para facilitar la resistencia del resto del ejército.
Fue entonces cuando el 26º protagonizó la que iba a ser la última carga de la caballería. El honor de dar la orden le correspondió al teniente Edwin P. Ramsey, graduado en la Academia Militar de Oklahoma que había abandonado una carrera universitaria para alistarse y no tenía mucha idea del lugar al que le destinaron: … ni siquiera sabía dónde estaba, excepto que era un país cálido, tropical y que tenía un buen equipo de polo. Ramsey dirigía una sección de 27 soldados durante la retirada a Corregidor cuando, a su paso por la aldea de Morong, en la reseñada península de Bataán, se topó inesperadamente con el enemigo.
Era el 16 de enero de 1942. La japoneses, formados por una fuerza de infantería apoyada por tanques, estaban cruzando un río en ese momento. Ramsey, pese a hallarse en inferioridad numérica y material, mandó cargar contra ellos al galope, disparando sus Colt 1911 (ya no usaban sables desde hacía una década). Cuenta el teniente en sus memorias:
Inclinados casi boca abajo sobre el cuello de los caballos, nos lanzamos contra el avance japonés, disparando con las pistolas a sus sorprendidas caras. Algunos devolvieron el fuego, pero la mayoría huyó confundidos. Para ellos debimos haberles parecido una visión de otro siglo, caballos con ojos desorbitados golpeando de cabeza; hombres vitoreando y gritando disparando desde las sillas.
La sorpresa que se llevaron ante tan osada e inusitada acción fue tal que los nipones rompieron sus líneas y huyeron, permitiendo que los exploradores tomaran posiciones y se dispusieran a sostenerlas ante el previsible regreso de sus adversarios. Así fue, pero consiguieron aguantarlos más de cinco horas, bajo fuego intenso y a la desesperada, hasta que la llegada de refuerzos les liberó. No obstante, los japoneses reanudaron su avanece y Ramsey tuvo que esconderse en la selva, donde organizó una guerrilla que molestó al enemigo durante tres años, hasta el punto de que se ofreció una recompensa (equivalente a 200.000 dólares) por su captura, sin éxito.
Aquella carga no fue más que una escaramuza; los historiadores suelen englobarla dentro de la batalla de Bataan, en la que los Scouts, algunas unidades de la Guardia Nacional y diez divisiones del ejército filipino -mal adiestrados y peor equipados- fueron la columna vertebral de la defensa estadounidense. Pero a Ramsey le sirvió para ganar la Estrella de Plata y el Corazón Púrpura, al igual que varios soldados también fueron condecorados. Los caballos, en cambio, sufrieron peor destino: la escasez de provisiones y la imposibilidad de recibir abastecimiento obligaron a los jinetes a sacrificarlos y alimentarse con su carne.
De ese modo, el 26º experimentó una reestructuración, quedando formado por dos escuadrones, uno de fusileros motorizados y otro de exploradores mecanizados, que empleaban un tipo de vehículo blindado de transporte de tropas de fabricación británica denominado Universal Carrier (o Bren Carrier). Algunas secciones quedaron aisladas en el norte insular defendiendo Baguio junto al 71º y el 11º de Infantería y luego pasaron a incorporarse a las guerrillas, a veces siguiendo órdenes tácticas y a veces por mera superviviencia.
Con el final de la contienda, el 26º fue desactivado primero (1946) y disuelto después (1951). Decenas de miles de scouts filipinos habían muerto en los campos de concentración japoneses, con especial mención para Camp O’Donnell, donde fueron recluidos 60.000 filipinos y 9.000 americanos. Los segundos serían trasladados al continente asiático para ser usados como mano de obra esclava y muchos fallecieron en la tristemente célebre Marcha de la Muerte de Bataán; de los primeros se calcula que murieron más de 20.000, a razón de unos 400 diarios, por los malos tratos, el hambre y las enfermedades tropicales (malaria, disentería, beriberi…).
En julio de 1946, al serle concedida a Filipinas la independencia, cerca de un millar de supervivientes aceptaron convertirse en ciudadanos estadounidenses y pudieron continuar su vida militar; algunos incluso alcanzaron el generalato. La mayoría, en cambio, no recibió esa oferta y se quedaron con la consideración de soldados filipinos al servicio de EEUU; como tales, se les empleó en la ocupación y control de la isla japoensa de Okinawa, entre otros destinos similares. La controversia generada por ese olvido se mantuvo durante las décadas siguientes y no fue hasta 2009 que el Senado de EEUU les concedió una indemnización por los servicios prestados.
Como decíamos antes, la caballería había dado sus últimas bocanadas en la Segunda Guerra Mundial. Se calcula que los ejércitos alemán y soviético llegaron a usar 2.750.000 y 3.500.000 caballos respectivamente entre 1939 y 1945. Es cierto que la mayoría se destinaban a tareas logísticas, pero no faltaron ocasiones de entrar en combate directo desde que en 1939 los lanceros polacos lanzaron su mítica carga contra los alemanes, la primera de docenas que harían a lo largo de la contienda, repitiendo algo que ya habían tenido ocasión de hacer no mucho antes contra los jinetes soviéticos (el mariscal Budionni pertenecía a ese arma y se negaba a admitir su obsolescencia).
Al inicio de la Operación Barbarroja la URSS opuso trece divisiones de caballería a la invasión germana; en 1942 los escuadrones del regimiento italiano Savoia Cavalleria tuvieron que fajarse en proteger la retirada de su 8º Ejército del frente ruso; en 1945 la caballería polaca tomó un pueblo defendido por el enemigo en Schoenfeld (Pomerania) en lo que fue la última carga a caballo exitosa de la Segunda Guerra Mundial. Aquel canto del cisne sería todo un símbolo del cambio de los tiempos que, sin embargo, todavía tendría algún que otro epílogo y además protagonizado por jinetes de EEUU.
Fue el 22 de octubre de 2001, cuando doce miembros de los Boinas Verdes que acompañaban a los muyahidines de la Alianza del Norte en Afganistán entraron en batalla contra los talibanes en Cobaki, en la provincia de Bakh, montados. Ese singular episodio quedó inmortalizado en la película 12 Strong («12 valientes») y revela que en algunos rincones del mundo el caballo todavía no ha sido desplazado por el motor.
https://www.labrujulaverde.com/2024/10/las-ultimas-cargas-de-caballeria-de-la-historia-sucedieron-durante-la-segunda-guerra-mundial