El Turco, el fraudulento autómata que jugó al ajedrez contra Napoleón
Fernando S. Carrascosa
7-8 minutos
El Turco consistía en una estructura que constaba de una cabina de madera, de unos 120 cm de largo, 60 cm de ancho y 75 cm de alto, con varios cajones y puertas tanto delanteras como traseras que al abrirse dejaban ver un complejo entramado de engranajes y mecanismos.
The Granger Collection, New York / The Granger Collection / Cordon Press
El mundo del ajedrez vivió una enorme conmoción durante el último tercio del siglo XVIII con la aparición de El Turco, un supuesto autómata que durante aproximadamente 70 años puso contra las cuerdas a algunas de las mentes más brillantes dedicadas a este deporte. Su creador, Wolfgang von Kempelen, fue un inventor húngaro cercano a la corona austriaca. La idea de su construcción se le ocurrió durante una visita a la reina María Teresa I de Austria en el Palacio de Schönbrunn, durante el pase privado de un espectáculo de ilusionismo. Su enorme capacidad inventiva le hizo sentir el deseo de desafiar los triviales trucos de magia que tanto habían divertido a la reina, y en su siguiente visita al palacio, medio año después, apareció con el hipotético autómata, en 1770.
El Turco consistía en una estructura que constaba de una cabina de madera, de unos 120 cm de largo, 60 cm de ancho y 75 cm de alto, con varios cajones y puertas tanto delanteras como traseras que al abrirse dejaban ver un complejo entramado de engranajes y mecanismos. Sobre la cabina, se presentaba un tablero de ajedrez acompañado de un maniquí ataviado con unas túnicas otomanas y un turbante. Una vez que se ponía en marcha al teórico autómata, este era capaz de jugar de manera competitiva una partida de ajedrez contra oponentes de gran nivel.
El aparato causó un enorme furor en la corte y pronto se corrió la voz por toda Europa. Sin embargo, Kempelen se refería a él como una mera frivolidad en comparación con sus trabajos basados en la máquina de vapor, y lo guardaba celosamente, afirmando frecuentemente que no se encontraba disponible a causa de continuas averías. En la siguiente década, solo realizó dos partidas de exhibición y posteriormente fue desmantelado hasta que algunas de las personalidades más poderosas de la realeza europea insistieron a Kempelen en recuperarlo. El furor que causó en la corte hizo que Kempelen emprendiese a regañadientes en 1783 una gira europea para exhibir su creación ante el público gracias a un amplio repertorio de partidas de demostración, ganando habitualmente a sus oponentes en un plazo de 30 minutos. Tras la gira, la máquina fue devuelta al palacio de Schönbrunn, donde permaneció inmóvil largos años.
Pocos meses después de la muerte de Kempelen, El Turco fue comprado en 1805 por el ingeniero y músico Johann Nepomuk Mälzel, que coleccionaba todo tipo de artefactos. Mälzel realizó una importante inversión para reparar el destartalado invento y ponerlo de nuevo a punto para una nueva gira que esta vez también incluiría territorio americano y que agrandaría todavía más su fama. Durante los aproximadamente 70 años que El Turco permaneció en activo, logró doblegar a personalidades como Benjamin Franklin o Napoleón Bonaparte, además de ser observado detenidamente por Edgar Allan Poe.
Tras la muerte de Mäzel durante una travesía en barco en 1838, El Turco fue comprado por un fondo de inversores capitaneado por el médico y escritor John Kearsley Mitchell, quien se ocupó de restaurarlo para más tarde cederlo al Museo Charles Wilson Peale de Filadelfia, donde permaneció expuesto hasta que fue pasto de las llamas tras un incendio sufrido en 1854, casi 85 años después de su creación. Sin embargo, finalmente el hijo de John Kearsley Mitchell reveló el secreto del autómata tras su destrucción, resultando ser todo parte de una elaborada farsa.
El autómata fue operado en todo momento desde el interior por un ajedrecista profesional, que permanecía oculto agazapado dentro de la cabina. Las puertas que daban acceso al interior de la cabina, estaban dispuestas de tal manera que daban la sensación de que estaba desocupada gracias a una ilusión óptica generada por el presentador del artificio, quien abría las puertas de tal manera que dejaba a los espectadoras una línea de visión clara a través de los engranajes. Sin embargo, los cajones de los que constaba la cabina no llegaban hasta el fondo, dejando el hueco justo para que un jugador no demasiado corpulento pudiese caber agazapado dentro.
A lo largo de los años, algunos de los mejores ajedrecistas del mundo se encargaron de manejar el autómata desde las sombras. El tablero que reposaba encima de la cabina tenía un grosor fino, y cada una de las piezas estaban imantadas y conectadas con las piezas de un segundo tablero más pequeño dispuesto en la oquedad del operador, de tal manera que replicaba la partida que se estaba jugando sobre la cabina. El engaño continuaba con un sistema de palancas basado en el pantógrafo a través del cual el operador podía hacer que el maniquí moviese el brazo y agarrase las piezas para moverlas con soltura.
Además, El Turco contaba con unos discos de latón móviles incrustados que presentaban una serie de números y que tanto el operador como el presentador del espectáculo utilizaban para comunicarse entre ellos a través de un complejo código. El hecho de que el fraudulento autómata habitualmente lograse vencer a sus oponentes, radicaba en que El Turco siempre estuvo accionado desde su interior por reputados maestros del ajedrez. A ello, habría que sumarle el componente psicológico, en el que el respeto infundido por esta invención en una época en la que el desconocimiento de la mecánica aplicada inspiraba recelo hacia estos artefactos, hacía descentrar la mente de sus adversarios de la partida.
Fuente:
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/turco-fraudulento-automata-que-jugo-ajedrez-contra-napoleon_22635?utm_source=firefox-newtab-es-es