Shiroyama
Los mensajeros transitaban a pie –incluso descalzos, porque el calzado de la época no aguantaba largos caminos–, en caballo o en mula (un animal más resistente y menos gravoso). Vistos sus costes, casi nadie solicita a los reyes un amparo, seguro e defendimiento real o una licencia de armas a fin de ampararse de sus enemigos o de bandoleros. No obstante, en el camino todo el mundo iba armado, aunque fuera con un palo o una lanza que sirviese para apoyarse o cruzar un arroyo. Ya a comienzos del siglo XIV empezaron a difundirse listas de trayectos y mapas de caminos, aunque la información más frecuente y actualizada era la transmitida de boca en boca. Al igual que los rumores y las noticias se difundían a través de los mensajeros, quienes al llegar a sus destinos relataban lo que habían visto y escuchado en su discurrir por las distintas regiones, los propios mensajeros eran la fuente de información –o desinformación–más importante de sus colegas.
En trayectos breves se marchaba solo e incluso a pie. Por contra, si el recorrido era largo, se hacía en parejas o grupos y con animales y todo tipo de carga: mercancías, alimento, forraje, armas, herramientas, tiendas, ropa, dinero, escritos, regalos. Las partidas de gasto más notorias en el envío de un mensajero eran cuatro: salarios, caballerías, pan y vino o cerveza. Para abaratar costes y hacerse con el contrato del mayor número de envíos posible los correos procuraban ahorrar en estas partidas –no usando animales en trayectos cortos, comiendo dos o tres veces al día (yantar, merienda y cena)–y pernoctaban en pleno campo, lejos de posadas y mesones. Aun así, los gastos del viaje podían variar mucho en función del tipo de mensajero. Mientras que el envío de un troteropodía ser no muy gravoso, el gasto que los regidores eran capaces de cargar en las cuentas de su ayuntamiento por dietas de viajes, sin contención alguna –para caballos, posadas, velas, comida, bebida, regalos, sueldos, porteadores, gestiones, imprevistos–, podían arruinar el presupuesto de un año y, por ende, toda posibilidad de relación entre un municipio, su entorno y la corte. Aunque los viajes solían hacerse con una mínima previsión, las circunstancias eran tan variadas que podían trastocar cualquier perspectiva. Los trayectos duraban desde la salida a la puesta de sol, de modo que el recorrido diario dependía de la hora a la que los mensajeros se pusiesen en marcha, de las posibilidades de hallar refugio y comida, del cansancio acumulado o de los imprevistos. En trayectos de varios días las carretas resultaban muy poco aconsejables, dada la mala situación de los caminos; era más seguro ir a caballo, ya que, aunque con frecuencia no se iba galopando y ni siquiera al trote, en un día podían recorrerse de 60 a 90 kilómetros, dependiendo del animal –a menudo de alquiler–, el terreno, las condiciones climáticas y el jinete. A pie se recorrían entre 25 y 60 kilómetros diarios, dependiendo de la preparación del mensajero y de la cantidad de luz solar. Un viaje en mayo podía ofrecer medias de 50 kilómetros al día.
La forma de viajar dependía del mensajero y del destino. El desplazamiento a caballo o en mula era el habitual en los mensajeros de alto rango (diputados, embajadores, comisionados), mientras que los correos profesionales que se desplazaban en distancias cortas preferirían ir a pie (peones), salvo que el volumen de negocios que manejasen les permitiera una montura (troteros). Del mismo modo, si bien, como se señaló, la red de posadas, ventas y mesones era limitada, en los territorios en que se solían mover más mensajeros de alto rango sí se consolidó una infraestructura de hospederías, hospitales y tabernas; por ejemplo, en el triángulo entre Salamanca, Toledo y Burgos.