En el remoto archipiélago de las islas menores de la Sonda (Indonesia), el Monte Tambora, un imponente estratovolcán que antes de 1815 alcanzaba una altitud de más de 4300 metros, fue el escenario de la erupción volcánica más colosal de la historia documentada. Este evento catastrófico marcó un antes y un después en la comprensión de los impactos geológicos y climáticos de los volcanes.
El 5 de abril de 1815, el Tambora despertó de su letargo de siglos con una serie de explosiones menores que culminaron, el 10 de abril, en una erupción de magnitud 7 en el índice de explosividad volcánica (VEI). La erupción liberó aproximadamente 100 kilómetros cúbicos de material volcánico, destruyendo por completo la cima del volcán y formando una caldera de 6 a 7 kilómetros de diámetro y más de 600 metros de profundidad. Las detonaciones fueron tan intensas que se escucharon a más de 2600 kilómetros, mientras que una densa nube de cenizas oscureció el cielo en un radio de cientos de kilómetros.
La erupción desató ríos de lava y devastadores flujos piroclásticos que sepultaron aldeas enteras. El pueblo de Tambora, ubicado en la península Sanggar, quedó completamente arrasado junto con su población. Este cataclismo también provocó tsunamis que afectaron las costas de las islas vecinas. En total, el cataclismo afectó a una región mucho más amplia de lo que inicialmente se pensaba, dejando cicatrices tanto en el paisaje como en la memoria colectiva de la humanidad.
El impacto inmediato de la erupción fue devastador. Se estima que unas 71000 personas murieron, la mayoría debido a flujos piroclásticos, hambrunas y enfermedades. En Sumbawa, la isla donde se encuentra el Tambora, la erupción destruyó la mayor parte de la vegetación y contaminó los recursos hídricos, lo que exacerbó la crisis humanitaria. También hubo impactos significativos en las islas cercanas, como Lombok y Bali, donde el acceso a alimentos y agua potable se volvió crítico.
La erupción también alteró el ecosistema local. Los densos bosques que cubrían las laderas del volcán fueron reemplazados por campos de cenizas. Animales y plantas nativos desaparecieron en cuestión de días. En las décadas siguientes, investigadores como Heinrich Zollinger documentaron los lentos procesos de regeneración ecológica en la región, donde especies como Casuarina y Duabanga moluccana comenzaron a colonizar nuevamente las laderas del volcán.
El impacto del Tambora no se limitó a la región. La erupción inyectó hasta 120 millones de toneladas de dióxido de azufre en la estratosfera, creando una capa de aerosoles que reflejaron la luz solar y enfriaron el planeta. Este fenómeno dio lugar al llamado “año sin verano” en 1816, cuando las temperaturas globales descendieron entre 0,4 y 0,7 °C.
En Europa y América del Norte, el verano de 1816 estuvo marcado por heladas, nevadas fuera de temporada y lluvias intensas que devastaron las cosechas. Esto desencadenó una de las peores crisis alimentarias del siglo XIX, con hambrunas generalizadas en regiones como Irlanda, Alemania y Suiza. En Nueva Inglaterra, las tormentas de nieve en junio sorprendieron a los agricultores, y en Asia, el monzón también se vio afectado, contribuyendo a inundaciones y epidemias en India y China.
Los fenómenos atmosféricos también se manifestaron en espectáculos naturales, como atardeceres de colores intensos debido a las partículas de ceniza en la atmósfera. Artistas y escritores de la época, como el pintor J. M. W. Turner, inmortalizaron estos cielos apocalípticos en sus obras, mientras que la literatura de horror también floreció, inspirada por el clima sombrío del periodo.
En 2004, un equipo de arqueólogos descubrió restos de una civilización perdida enterrada bajo las cenizas del Tambora. Los hallazgos, que incluyen utensilios de bronce y cerámica, así como los restos de viviendas, revelan que la región estaba habitada por una sociedad próspera antes de la erupción. Los arqueólogos bautizaron el sitio como la Pompeya del Este debido a las similitudes con la tragedia que sepultó a la antigua ciudad romana.
Los objetos encontrados sugieren que los habitantes de Tambora eran comerciantes que mantenían conexiones con otras culturas del sudeste asiático. Sin embargo, toda su sociedad quedó sepultada y su lengua, que no pertenecía a la familia austronesia, se perdió para siempre, convirtiéndose en un enigma lingüístico.
El Monte Tambora continúa activo. El monitoreo constante del volcán y la creación de mapas de mitigación de desastres buscan prevenir tragedias similares en una región densamente poblada. Hoy se sabe que Indonesia, ubicada en el Cinturón de Fuego del Pacífico, es una de las zonas más volcánicamente activas del mundo. Las lecciones aprendidas del Tambora han llevado a mejorar los sistemas de alerta temprana y a concienciar a las comunidades locales sobre la importancia de la preparación frente a desastres naturales.
Volcanólogos, climatólogos y arqueólogos continúan estudiando este evento para comprender mejor los límites de los desastres naturales y las formas en que podemos adaptarnos a ellos. A medida que enfrentamos retos globales como el cambio climático, el Tambora sigue siendo un poderoso recordatorio de cómo un solo evento puede cambiar el curso de la historia humana.
https://www.labrujulaverde.com/2025/01/la-erupcion-del-volcan-tambora-que-provoco-el-ano-sin-verano-de-1816-es-la-mayor-documentada-hasta-ahora