La historia de España no se compone tan solo de acontecimientos políticos, económicos o sociales que, como es lógico, han marcado el devenir histórico del país. En ella también deben incluirse relatos más oscuros y sangrientos, acontecimientos en los que los asesinos, las víctimas y también muchos personajes anónimos se convirtieron en protagonistas de una España que es desconocida para muchos. Estos hechos truculentos que constituyen lo que ha llegado a conocerse como la "España negra" se conservan en las hemerotecas y, por supuesto, fueron contados de una manera innovadora por semanarios tan emblemáticos como El Caso, que ha dejado un legado documental único para conocer de primera mano la "Crónica de la España Negra".
Todo el mundo sabe que el crimen perfecto no existe, aunque, en algunos casos, ciertas irregularidades en la investigación policial hayan convertido a algunos de ellos, como el asesinato de los marqueses de Urquijo, en casos sumamente mediáticos y no hayan logrado esclarecerse. Este artículo no pretende ser exhaustivo, pero sí repasar y compartir algunos de los crímenes más famosos cometidos en nuestro país desde el siglo XIX, acontecimientos terribles que permitirán al lector conocer parte de la luctuosa historia de la "España Negra".
El Sacamantecas (1870)
Juan Díaz de Garayo nació en 1821 en un pequeño pueblo de Álava llamado Eguílaz. Casado en cuatro ocasiones, Díaz enviudó de tres de sus esposas. Pero no es famoso por ello, sino por algo bastante más truculento: Díaz está considerado por la justicia y la historia como el primer violador y asesino en serie que se ha documentado en España. Juan Díaz de Garayo, apodado el Sacamantecas, violó, estranguló, rajó, mutiló y evisceró, por ese orden, al menos a seis mujeres de entre 13 y 55 años, aunque él mismo reconoció que lo intentó en cuatro ocasiones más. Algunas de sus víctimas fueron prostitutas, como Melitona la Valdegoviesa, Águeda la Riojana, María Campos o la Morena, con las que no acordó en el precio de sus "servicios". Otras de sus víctimas fueron criadas, como Antonia, de 13 años, y algunas eran molineras que tuvieron la mala suerte de cruzarse en el camino de este depredador. Ángela López de Armentia, apodada precisamente la Molinera, tuvo más suerte y pudo huir de las garras de Díaz y denunciarlo. Gracias a ello, el hombre fue detenido por primera vez y pasó varios meses en la cárcel. Pero una vez libre, volvió a dar rienda suelta a su locura criminal y las dos siguiente víctimas no tuvieron tanta suerte como la Molinera. Sus cuerpos fueron encontrados destripados y la alarma entre la población llegó a tales extremos que las autoridades tuvieron que intervenir para volver a atraparlo. Por fin, detenido y entre rejas, se dice que durante los dos años que estuvo esperando su ejecución por garrote vil, Juan Díaz aprendió a leer, aunque su odio a las mujeres continuó intacto. Seguía tratando mal a su cuarta mujer, la cual, aún conociendo su verdadera naturaleza, le llevaba ropa limpia a prisión. Tras su ajusticiamiento, Díaz de Garayo fue enterrado en una fosa común. Los informes periciales lo describieron como una persona "idiota y ruin" a la que solo movía el instinto sexual. Asimismo fue considerado un sádico carente de la más mínima empatía.
El crimen de la calle Fuencarral (1888)
Alertados por los vecinos al ver el denso humo que salía por los balcones del edificio sito en el número 109 de la madrileña calle Fuencarral, el juez Felipe Peña, acompañado por el portero y dos guardias, irrumpió en la vivienda. Allí, los hombres descubrieron el cuerpo apuñalado y a medio carbonizar de una acomodada viuda llamada Luciana Borcino. Inconsciente en el suelo de la cocina yacía su criada, Higinia Balaguer, junto a un anestesiado perro bulldog. Este extraño suceso ocupó las portadas de los principales periódicos de la época (finales del siglo XIX), y el juicio de este sórdido crimen fue el primero seguido de forma masiva por todos los madrileños a través de la prensa. Uno de los periodistas que cubrieron el proceso y que se entrevistó con la principal encausada fue Benito Pérez Galdós, y en él intervinieron personajes tan relevantes de la época como José Millán Astray (el padre del fundador de la Legión), por entonces director de la cárcel Modelo de Madrid. Según las primeras investigaciones, la fortuna que poseía la viuda asesinada podría haber sido el móvil de aquel macabro suceso. La fallecida tenía un hijo, José Vázquez Varela, apodado el "Pollo Varela", que en esos momentos cumplía condena por el robo de una capa. La criada, Higinia, fue detenida e interrogada como principal sospechosa. La mujer declaró ante el juez que "su señora" había recibido la visita de un "señor", posiblemente su hijo, el cual entraba y salía de la prisión a voluntad gracias a la amistad que mantenía con Millán Astray. Las acusaciones vertidas sobre el hijo implicaban directa y peligrosamente al por entonces director de la cárcel, el cual tenía una conexión con Higinia a la que pidió que se declarase culpable. Muy pronto el crimen dividiría a la sociedad madrileña entre "higinistas" y "varelistas", y se interpretó como un juicio al proletariado frente a la influencia del dinero de la burguesía. Higinia cambiaba constantemente sus declaraciones y al final confesó haber matado a Luciana después de que esta se enfadara porque había roto un jarrón. Finalmente, el hijo de la fallecida fue absuelto, y Millán Astray y su protector, el presidente del Tribunal Supremo, Eugenio Montero Ríos, tuvieron que dimitir de sus cargos. El 29 de julio de 1890, Higinia Balaguer fue ejecutada por garrote vil y sus últimas palabras fueron "¡Dolores, catorce mil duros!". Se cree que iban dirigidas a Dolores Ávila, también conocida como Lola la Billetera, una mujer con la que Higinia mantenía una estrecha amistad. A día hoy nadie ha podido esclarecer el sentido de aquella enigmática frase.
El crimen de la plancha (1902)
El 22 de junio de 1902, la calle de Fuencarral de Madrid volvió a ser noticia por un hecho luctuoso. En una casa se descubrió el cadáver de Manuel Pastor y Pastor, que había sido asesinado mientras dormía por su criada, Cecilia Aznar Celamendi, de veintiún años. La joven le propinó diversos golpes con una plancha para robarle 14.000 pesetas y 4.000 francos franceses, una fortuna para la época. El cuerpo de Manuel Pastor fue encontrado en su cama, y no mostraba signos de haberse defendido. Tras este atroz crimen, Cecilia Aznar se dio a la fuga y la policía la estuvo buscando, sin éxito, durante varias semanas. Pero la inexperta joven fue dejando un verdadero reguero de pistas a su paso, hasta llegar a Barcelona, donde conoció a Siscu Garreta, a Jaume Iglesias, alias el "inglesito" y a Eulàlia Esplugues, con quienes pasó una noche de desenfreno en un hotel de lujo de la capital catalana. Al día siguiente, y continuando con su plan, aquellos estafadores que creían que Cecilia era una simple ladrona, le hicieron creer que en la localidad gerundense de Puigcerdà había un puerto poco vigilado, ideal para poder escapar, y no solo eso: también le robaron lo que le quedaba del botín. De esta manera, y sin dinero, Cecilia llegó sola a Puigcerdà, donde fue detenida. Tras ser hallada culpable del asesinato de Manuel Pastor y Pastor fue condenada a muerte. Finalmente, compadecido por el hijo que iba a dejar huérfano, el rey Alfonso XIII le conmutó la pena por la de treinta años de condena en el presidio de Alcalá de Henares. Fue precisamente aquí donde tuvo lugar su rocambolesca fuga. Usando un clavo de gran tamaño y una cuchara, Cecilia logró arrancar el cerrojo de la puerta, y tras liberar a Antonia Hernández Martin, una mujer condenada por adulterio y con la que había entablado amistad, ambas saltaron al patio de la prisión para, desde allí, encaramándose a una ventana, ir a parar al patio del lavadero. Con unas sabanas que enrollaron a modo de cuerda, se descolgaron por una ventana y llegaron hasta el campo de equitación militar, desde donde pudieron huir sin obstáculos. La fuga de ambas mujeres fue descubierta a las cinco de la madrugada, tras el recuento de diana, y pocas horas después fueron detenidas por dos guardias civiles cerca de Loeches, a unos 15 kilómetros de Alcalá. A partir de entonces, Cecilia fue una reclusa ejemplar hasta el año 1937, momento en el que en la zona republicana se abrieron las puertas de las cárceles a todos los presos. Desde ese momento, la pista de Cecilia Aznar se pierde para siempre.
Los asesinatos del Huerto del Francés (1904)
El del Huerto del Francés fue otro caso muy mediático en la España de principios del siglo XX. La localidad sevillana de Peñaflor fue el trágico escenario de los primeros asesinatos en serie documentados en España. Los autores de aquellos terribles crímenes empezaron a cometer sus sanguinarias fechorías entre los años 1898 y 1904. Los protagonistas de la historia fueron José Muñoz Lopera y Juan Andrés Aldije, apodado "El Francés", un hombre que también era dueño del huerto donde se llevaron a cabo los asesinatos. ¿Cuál fue su motivación? Pues una de las más habituales: el dinero. Todo empezó el 3 de noviembre de 1904 con la extraña desaparición de Miguel Rejano. Al ver que no regresaba, su mujer denunció los hechos a la policía y al poco tiempo recibió un escrito anónimo en el que se le indicaba que buscase en el huerto del "francés". Aprovechando la ausencia de Aldije y de su familia, los allegados de Rejano empezaron a buscar al desaparecido en el huerto tal como les indicaba el anónimo. El 16 de diciembre encontraron un cadáver, pero no era el de Rejano. Atónitos, siguieron cavando y esta vez sí apareció el cuerpo de Miguel Rejano. Sin perder más tiempo, los atribulados familiares se acercaron a un cuartel de la Guardia Civil para informar del terrible hallazgo. Las autoridades prosiguieron con las tareas de búsqueda en el huerto y encontraron dos cadáveres más. Todo terminó el 19 de diciembre con el hallazgo de los cuerpos de los dos últimos desdichados que hallaron la muerte en el huerto del "francés", adonde al parecer habían acudido para jugar una partida de cartas clandestina. La causa de la muerte en todos los casos era la misma: un fuerte golpe en la cabeza. Todo indicaba que el culpable era Aldije, pero al estar en paradero desconocido la Guardia Civil detuvo a la esposa y a uno de sus hijos. Varios vecinos apuntaron a José Muñoz Lopera, que era un buen amigo del "francés" y aficionado también al juego. Así, y a pesar de que él negó todas las acusaciones, la Guardia Civil lo detuvo como sospechoso. Al enterarse de la detención de sus familiares, Aldije se presentó ante las autoridades para tratar de demostrar su inocencia. Durante el juicio, Muñoz Lopera se declaró en huelga de hambre y Aldije le echó todas las culpas a su compinche, aunque de nada le sirvió. Varios vecinos declararon haber escuchado a los encausados exclamar: "¡Adiós, palomo ladrón!" o "¡Adiós, gran criminal!". Otros afirmaron que Aldije presumía del dinero que tenía. Finalmente, el juez impuso a los acusados seis penas de muerte por garrote vil, a lo que Aldije repuso con cierta sorna: "¿Para qué tantas penas si con una es suficiente?". Muñoz Lopera murió entre convulsiones, no se sabe si por incompetencia del verdugo o por el mal estado del garrote. Por su parte y, según cuenta la leyenda, antes de morir Aldije le dijo al verdugo, dando muestras de su arrogancia: "Aprieta sin miedo".
El crimen del Expreso de Andalucía (1924)
El asalto al tren correo de Andalucía fue portada de toda la prensa española durante los meses de abril y mayo de 1924. Y es que este suceso destacó sobre todo por el brutal asesinato de dos empleados de correos a manos de José Sánchez Navarrete, Antonio Teruel López y Francisco de Dios Piqueras, más conocido como "Paco el Fonda". A estos tres individuos se les unieron Honorio Sánchez Molina, dueño de una fonda en Madrid y su amante, un cubano llamado José Donday, apodado "El Pildorita" por su afición a las drogas. El atraco, con el que pretendían hacerse con más de un millón de pesetas, resultó ser una auténtica chapuza en la que perdieron la vida los oficiales de correos Santos Lozano León y Ángel Ors Pérez. El principal instigador del atraco fue Sánchez Molina, que, al igual que Navarrate, estaba endeudado hasta las cejas. Donday debía ser el encargado de conseguir el narcótico para dormir a los dos empleados de correos y preparar la huida tras el golpe. Pero el dinero con el que tenía que comprar el vino en el que mezclar el narcótico se lo gastó en diversas apuestas, por lo que lo único que pudo entregar al resto de la banda fue una simple botella de coñac (aunque otras fuentes sí hablan de vino). Finalmente, Sánchez Molina fue el único en no participar, excusándose en problemas laborales. Navarrete, Teruel y Piqueras subieron al tren en la estación de Aranjuez, si bien no llevaron a cabo su plan hasta pasar Castillejo, un municipio de Aranjuez, camino de Alcázar de San Juan, donde les esperaba Donday. Una vez en el tren, Navarrete ofreció a los oficiales la bebida de marras con la esperanza de que los hombres se quedaran dormidos, aunque para su desgracia no fue así. Al ver que el plan no surtía efecto, Teruel y Piqueras empezaron a golpearles de manera brutal. El primero en morir fue Lozano, y en vista de las dificultades para acabar con Ors, Teruel le disparó a bocajarro en el pecho y el rostro. Así, con el botín en las manos, los tres delincuentes saltaron del Expreso antes de llegar a Alcázar de San Juan y desde allí, con la ayuda de sus cómplices, regresaron en taxi a Madrid. Los cuerpos de los empleados de correos, atados con cuerdas, fueron descubiertos en medio de un gran charco de sangre cuando el Expreso llegó a la estación de Córdoba. Gracias a las pistas que dejaron durante su huida y al testimonio del taxista, Miguel Pedreró, dos de los tres asesinos fueron detenidos de manera inmediata. Teruel se pegó un tiro en la sien antes de ser detenido por la Guardia Civil. Sánchez Molina, que no había participado en el asalto, fue detenido en una finca en Ciudad Real propiedad de su familia, y el último en caer en manos de la justicia fue "El Pildorita", que fue extraditado por la Embajada desde París, adonde había huido. El proceso contra todos ellos se llevó a cabo el 7 de mayo de 1924. El juez pidió pena de muerte para Sánchez Molina (como instigador), Piqueras y Sánchez Navarrete. Donday salió bastante bien parado, ya que fue condenado a veinte años de reclusión. El 9 de mayo de 1924 los tres condenados fueron ajusticiados mediante garrote vil.
El crimen de Carmen Broto (1949)
María del Carmen Brotons Buil, más conocida como Carmen Broto, era una mujer alta y con una larga melena rubia; parecía una de las famosas actrices del Hollywood de la época. A Carmen le gustaba vestir ropa cara, sobre todo un ostentoso abrigo de astracán, y lucir lujosas joyas. Antigua empleada del hogar, Carmen había abandonado su Huesca natal para probar suerte en la gran ciudad, en este caso Barcelona, donde descubrió que podía sacar un gran partido a su privilegiado físico. Carmen decidió entonces dejar la bayeta para convertir su cuerpo en su principal fuente de ingresos. Así, gracias a su impresionante presencia pudo acceder muy pronto a las altas esferas de la sociedad barcelonesa, convirtiéndose en una conocida prostituta de lujo de la Ciudad Condal. Desde aquel momento se la veía muchas veces en compañía del famoso empresario Juan Martínez Penas, dueño del teatro Tívoli, quien, haciéndola pasar por su querida, al parecer encubría de ese modo su homosexualidad. En realidad, Carmen era la amante del dueño de los almacenes el Águila, Julio Muñoz Ramonet, conocido en los bajos fondos de Barcelona como "el rey del estraperlo", un hombre de quien se decía que también ofrecía los servicios de menores al obispo de Barcelona. Muñoz Ramonet se había casado con Carmen Villalonga, hija del presidente del Banco Popular. En el número 16 de la calle Sant Antoni María Claret, Muñoz Ramonet puso un piso a su rubia amante, a la cual le gustaba asistir cada noche a los garitos de moda, siempre muy bien acompañada. Carmen acabó siendo conocida en los ambientes nocturnos de la ciudad como "la cascabelitos" por su vida alegre y disipada. Pero a pesar de su desparpajo, Carmen era una mujer muy confiada, a la que le encantaba hacer ostentación de sus joyas cuando salía a divertirse. Entre sus amigos estaba Jesús Navarro Manau, un joven apuesto por el cual ella sentía debilidad. Su padre, Jesús Navarro Gurrea, un delincuente profesional y famoso "espadista" (especialista en abrir puertas y cajas fuertes con llaves falsas) ideó un plan para robarle las joyas. La madrugada del 11 de enero de 1949, el cadáver de Carmen apareció semienterrado y envuelto en su abrigo de astracán azul en un huerto privado de la calle Legalidad, con el rostro y la cabeza desfigurados por los golpes que le propinaron con una maza de madera y, evidentemente, sin las joyas que lucia la noche anterior. La brutalidad del crimen conmocionó a los barceloneses. Pero los asesinos dejaron demasiadas pistas y a la policía no le fue difícil dar con ellos. Los criminales habían planeado emborracharla, pero Carmen soportaba muy bien el alcohol y al ver que se resistía más de la cuenta decidieron acabar con su vida a golpes. El crimen se cometió de manera muy burda, y cuando fueron descubiertos, dos de los implicados se suicidaron ingiriendo cianuro antes de ser detenidos por la policía. El joven Jesús Navarro Manau sí fue detenido y confesó el crimen de inmediato. Manau fue condenado a muerte el 1 de mayo de 1950, pero años más tarde le conmutaron la pena por 30 años de prisión. Aparentemente, el caso estaba resuelto, pero para muchos la investigación dejó muchas incógnitas y el crimen estuvo rodeado de extrañas circunstancias (existen rumores que apuntan a que Carmen fue asesinada por alguien muy poderoso, e incluso se dijo que había chantajeado a uno de sus clientes con fotos tomadas con menores). Sea como fuere, el asesinato de Carmen Broto se ha convertido en uno de los más representativos de la crónica negra barcelonesa de mediados del siglo XX.
El brutal asesinato cometido por "El Monchito" (1951)
Ramón Oliva Márquez, familiarmente conocido como "El Monchito", era un joven madrileño de 22 años, de familia muy humilde, bajito y extremadamente delgado. Ramón había ejercido muchos oficios: chapista, pintor, aprendiz de mecánico… pero en ninguno de ellos duraba más de dos meses, y no es porque se tomara el trabajo a la ligera, sino que algunos atribuyen este ir y venir a un cierto retraso mental. Con una mano delante y otra detrás, "El Monchito" deambulaba por las calles de Madrid en busca de un trabajo estable con el que poder ofrecer una boda por todo lo alto a su novia Elisa, que entonces estaba embarazada. Su último trabajo fue el de mozo de escobas en un taller mecánico. Pero uno de los dueños, Rafael Caballero Quiroga, harto de pillar al pobre "Monchito" mirando las musarañas, decidió despedirlo. De nuevo en la calle, en su mente Ramón identificaba la riqueza con la figura de don Rafael, su antiguo patrón, y dedujo que este debía de guardar todos sus "muchos duros" en su casa. Así pues, el 11 de enero de 1951, a las 19.30 horas, "El Monchito" se presentó en el numero 7 de la calle Écija, con una rasqueta de pintor bajo la gabardina, con el firme propósito de llevarse todo el dinero que don Rafael tuviera en casa. Inicialmente, para llevar a cabo su plan había pensado esperar a que la esposa, Juana Arribas, saliera para hacer la compra, pero la urgente necesidad de tener dinero contante y sonante en su bolsillo lo llevó a precipitarse. Tras varios intentos logró que Juana le abriera la puerta alegando que tenía que llamar a su marido al taller para un asunto de vital importancia. La mujer lo dejó pasar, y "El Monchito" vio que estaba planchando y que tenía un cazo de leche en el fuego. Sin mediar palabra, el agresor le asestó 35 golpes con la rasqueta y la degolló con un cuchillo. Pero con las prisas, el asesino dejó sus huellas ensangrentadas en el grifo de la cocina y en las paredes. Finalmente, tras robar un reloj, una cadena de oro, un reloj de acero, una sortija con un rubí, dos encendedores, dos plumas estilográficas, 1.300 pesetas en metálico y dos sábanas, huyó con varios arañazos en la cara que le infligió la víctima antes de morir. Cuando la policía lo arrestó, "El Monchito" ya le había regalado a su novia las sábanas, las fundas de almohadón, un abrigo de pieles y él se había comprado un acordeón. El magistrado Teófilo Escribano lo condenó a morir en el garrote. El joven se pasó la última noche llorando como un niño, e incluso pidió a los carceleros que le dejasen rellenar una quiniela. Al alba del 29 de marzo de 1952, en el patio de la prisión de Carabanchel, "El Monchito" fue ajusticiado por un verdugo novato llamado Antonio López Sierra, apodado "El Corujo", el cual, con algunas copas de más, tardó veinte minutos en apagar para siempre la vida de Ramón Oliva Márquez.
El crimen de las estanqueras de Sevilla (1952)
Matilde y Encarnación Silva eran dos hermanas que vivían en la sevillana población de Estepa, solteras y con algo más de cincuenta años. Matilde regentaba un estanco en la Puerta de la Carne y su hermana Encarnación era cajera en los famosos almacenes El Águila. El sábado 12 de julio de 1952, ambas debían acudir al funeral de uno de sus hermanos, y al ver que ninguna de ellas aparecía, dos de sus parientes se acercaron hasta el estanco, donde también vivían las hermanas, para ver qué les podía haber pasado. Tras llamar reiteradas veces al timbre forzaron la puerta y allí estaban las dos, tendidas en el suelo con evidentes signos de haber sido brutalmente asesinadas. La sociedad sevillana quedó conmocionada al enterarse de la muerte de estas dos mujeres acaecida el día anterior, 11 de julio de 1952, tras recibir trece y dieciséis puñaladas respectivamente. En un principio parecía que el robo no había sido el móvil del asesinato, ya que tanto las joyas como el dinero de la recaudación del día anterior estaban en su sitio. Sin embargo, en los extractos bancarios no aparecían anotadas las 25.000 pesetas correspondientes al pago de la saca del tabaco. Esto hizo sospechar a la policía que el asesinato podría tener mucho que ver con aquel botín ahora desaparecido. Durante los primeros días, la investigación parecía haber llegado a un punto muerto y las autoridades presionaban a la policía para que el caso se cerrase cuanto antes. Varios soplos realizados por ladrones de poca monta pusieron finalmente a la policía sobre la pista de Juan Vázquez Pérez, alias "El Mellao", quien, tras un día de interrogatorios delató a Lorenzo Castro Bueno, alias "El Tarta" (por su tartamudez), justo cuando este se encontraba a punto de embarcarse en Melilla con la Legión, y a Antonio Pérez Gómez, el cual descargó toda la responsabilidad en "El Tarta". En sus declaraciones, "El Mellao" hizo responsable del asesinato al propio Pérez Gómez, el cual había sido el primero en abandonar la expendeduría. Tras varios días de interrogatorios, "el Tarta" seguía negando su participación en el asesinato de las dos mujeres, pero, presionado por la policía, cometió un error. Para asegurarse de que los tres detenidos habían sido realmente los autores de los crímenes, la policía los llevó al estanco para realizar una reconstrucción de los hechos. Allí, los tres empezaron a discutir sobre cuál había sido su implicación y salió a relucir un bolso que el propio "Tarta" se había llevado y cuyo botín, entre siete y nueve mil pesetas, no había repartido entre sus compañeros. Según la reconstrucción de la policía, "El Tarta" fue el asesino de Matilde, mientras que Pérez Gómez, con la ayuda de Vázquez Pérez, acabó con la vida de su hermana Encarnación. El 21 de octubre de 1954 empezó el juicio. Los tres detenidos se desdijeron de sus confesiones, y ni las armas ni el dinero presuntamente robado aparecieron. Además, durante la vista también desaparecieron cinco folios del sumario, mientras los abogados defensores repetían hasta la saciedad que no existían pruebas suficientes para condenar a aquellos tres hombres. Pese a los alegatos, los tres acusados fueron declarados culpables y condenados a muerte, pena que se cumplió en la cárcel de La Ranilla el 4 de abril de 1956, sin que los recursos ni las peticiones de indulto llegaran a tramitarse. Se dice que, dos décadas después, el verdadero autor de los crímenes confesó su autoría bajo secreto de confesión al fraile capuchino Hermenegildo de Antequera, uno de los religiosos que asistió a los condenados en su última noche, e incluso le habría revelado datos que hasta aquel momento no se habían hecho públicos.
El crimen de Tardáguila (1952)
Tardáguila es un municipio y localidad española de la provincia de Salamanca. A mediados del siglo XX, allí vivía Domingo Laso de Vega, un labrador que disfrutaba de una vida desahogada gracias a sus bienes y propiedades, y que doce años antes se había casado con su prima, Ramona Laso Laso, con la que había tenido una hija. Su matrimonio, como tantos otros, era de conveniencia, pero a pesar de ello la pareja se llevaba bien hasta que en 1951 Domingo empezó a a aficionarse al juego y al alcohol. Por aquella época entró a trabajar en la finca un mozo llamado Lino Herrero Rodríguez para ayudarles en las tareas del campo. Ramona, que por aquel entonces contaba entre 36 y 39 años según las crónicas, quedó prendada del joven con quien inició una relación amorosa a espaldas de su marido. El amor que sentía Ramona por el joven Lino y el hecho de que Domingo vendiera un pajar propiedad de ella sin su permiso desencadenaron en la mujer un profundo sentimiento de odio hacia su marido, a quien decidió asesinar. Pero no podía hacerlo sola. Así que Ramona confió en su joven amante para llevar a cabo su truculento plan. Por la cabeza de la mujer desfilaban multitud de maneras de acabar con la vida de Domingo: simular un accidente y dejar el cadáver en la vía del tren, pegarle un tiro a la salida de una casa en la que Domingo hacía tertulia con sus amigos o propinarle un fuerte golpe y hacer que le pasara por encima el carro de las vacas fingiendo un atropello. La noche del 7 de abril de 1952, Domingo cenó en su casa, como de costumbre, en compañía de Lino y de Ramona. Aprovechando que el hombre se había quedado traspuesto, uno de ellos cogió un hacha del corral y le descargó un terrible golpe en la cabeza que le provocó la muerte en el acto. Los asesinos envolvieron el cuerpo de Domingo en una manta y lo enterraron en la cuadra de los cerdos. Para evitar sospechas, hicieron creer a los vecinos que Domingo se había ido de viaje, e incluso Lino se desplazó a Madrid para enviar un telegrama simulando ser Domingo en el que decía: "Llegué ayer Madrid, 5.30, salgo hoy destino Lisboa, estate tranquila, estoy bien. Firmado, Domingo". Pasados unos meses, Lino empezó a asumir las funciones de Domingo y los familiares de este empezaron a sospechar. Presentaron una denuncia y la policía se personó en la hacienda, donde, tras un registro, encontraron el cuerpo de Domingo en avanzado estado de descomposición, enterrado en la cuadra. La policía detuvo rápidamente a la pareja y el 17 de mayo de 1955, tres años después del crimen, la Audiencia Provincial de Salamanca condenó a Ramona Laso a la pena de garrote vil como inductora del crimen por su "vehemente temperamento lujurioso, casi enfermizo". La defensa argumentó que la mujer vivía un calvario debido a que Domingo era alcohólico y la maltrataba. Pero no surtió efecto. El tribunal franquista de la época argumentó que si su marido le levantaba la mano debía ser para "enderezar la conducta lujuriosa de la mujer". Finalmente, Ramona fue indultada, aunque la condenaron, al igual que a Lino, a una pena de treinta años y a pagar una multa de 50.000 pesetas a los herederos de la víctima. Tras cumplir condena, ambos acabaron sus vidas en el más puro anonimato.
El caso de la mano cortada (1954)
Margarita Ruiz de Lihory, marquesa de Villasante, baronesa de Alcalahí, duquesa de Valdeáguilas y vizcondesa de la Mosquera es la protagonista de una historia en la que se mezclan a partes iguales personajes fascinantes y bizarros, crímenes, extraños rituales e incluso fenómenos paranormales. El famoso periódico de sucesos El Caso publicó un artículo titulado "El caso de la mano cortada", sobre el que es, sin duda, uno de los casos más fascinantes y atrayentes de aquella España Negra. Todo empezó el 30 de enero de 1954, cuando un joven llamado Luis Shelly se presentó en el Juzgado de Instrucción número 14 de Madrid, donde interpuso una denuncia contra su propia madre, la marquesa Margarita Shelly Ruiz de Lihory. En la denuncia hacía constar que la marquesa habría realizado diversas mutilaciones al cuerpo de su hermana, Margarita Shelly, conocida como Margot, tras el fallecimiento de esta. Según el denunciante, su hermana habría muerto el 19 de enero como consecuencia de una leucemia. Durante el funeral, y en medio del más hermético de los misterios, el féretro permaneció cerrado y la madre no permitió que fuese abierto a pesar de los ruegos de diversos familiares que querían ver a la fallecida. Luis Shelly declaró ante la policía que tenía sospechas fundadas de que su madre le había hecho algo al cadáver de su difunta hermana, al igual que hacía con sus mascotas a las cuales, al parecer, diseccionaba y despellejaba. Finalmente, con una orden de registro, la policía se presentó en el domicilio de la marquesa, y tras una inspección ocular en una de las habitaciones, en el interior de un armario encontraron una vasija en forma de lechera con una mano derecha amputada, con los dedos hacia arriba y sumergida en un líquido blanco. En otro armario hallaron una palangana que contenía trozos de algodón manchados de sangre, varios pares de tijeras de diversos tamaños, pinzas y diversos instrumentos quirúrgicos. En la habitación de la difunta se encontraron asimismo un cuchillo y una tabla, una garrafa de alcohol y un paquete grande de algodón. El juez ordenó la exhumación del cadáver de Margot y lo primero que pudo confirmar el forense es que ¡le faltaba la mano derecha! Y no solo eso: un examen más exhaustivo reveló que a la hija de la marquesa también le faltaban un trozo de la lengua, los ojos y que además se le había rasurado el vello público. La acusada negó rápidamente las acusaciones, pero el juez ordenó su inmediata detención, así como la de su pareja. Pero aquel extraño acto no era el único que se atribuía a Margarita Ruiz de Lihory. Su residencia de Albacete también había dado tradicionalmente mucho de que hablar como escenario de historias que involucraban a misteriosos hombres vestidos de negro y de aspecto nórdico que, según se decía, trabajan en el sótano de la mansión. Siete años después, la marquesa y su pareja fueron a juicio, pero nunca pudo probarse que fueran ellos los autores de la muerte de Margot. De hecho, la autopsia corroboró que la hija de la marquesa había muerto como consecuencia de una hemorragia cerebral, según algunas fuentes, o de una infección pulmonar o leucemia, según otras. También fue acusada de haber cometido un delito de ultraje a un cadáver, a lo que Margarita respondió que los restos encontrados en la habitación, como la mano, eran tan solo "recuerdos" de su hija muerta. El juez impuso a la pareja un sanción monetaria y la reclusión en el Sanatorio Psiquiátrico Penitenciario de Carabanchel, en Madrid. Al salir, se refugiaron en su casa de Albacete, donde la marquesa, con la salud muy deteriorada y totalmente arruinada, murió a los 79 de años. Nunca pudo aclararse el motivo de su extraña actuación.
Los asesinatos de El Jarabo (1958)
José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris, al que llamaban simplemente "El Jarabo", ha pasado tristemente a la historia por asesinar a cuatro personas, una de ellas una mujer embarazada. Con tan solo 23 años, El Jarabo fue acusado de trata de blancas en Puerto Rico, y tras pasar tres años en prisión, en los cuales aprendió artes marciales, consumió todo tipo de sustancias estupefacientes y se divorció, fue puesto en libertad bajo fianza. Desde allí se trasladó a Nueva York, donde entró en contacto con los bajos fondos de la Gran Manzana y se dedicó al tráfico de drogas. En 1950, El Jarabo rompió la condicional y se trasladó a España, donde durante ocho años llevaría una vida de lujo y ostentación. A partir de aquel momento, El Jarabo se convirtió en un especie de depredador de la noche (se le ha llegado a definir como un "demonio del sexo"), que exigía a sus parejas una entrega total. Aquel tren de vida finalmente lo llevó a la ruina y tuvo que empezar a empeñar objetos de valor. Gracias a su dominio del inglés, El Jarabo empezó a codearse con la alta sociedad anglosajona de Madrid y conoció a Beryl Martin Jones, con la que mantendrá una tórrida relación. Pero para seguir con aquella aventura, la pareja tuvo que empeñar un diamante de la propia Beryl. Para ello acudieron a una casa de empeños llamada Jusfer, regentada por Félix López y Emilio Fernández, quienes les ofrecieron 4.000 pesetas por una joya valorada en más de 35.000. Tras la ruptura, Beryl empezó a reclamar a Jarabo la joya y el dinero que le debía. Así, el sábado 19 de julio de 1958, El Jarabo se puso en contacto con la casa de empeños con la intención de recuperar lo que había empeñado, pero eran las diez menos cuarto de la noche y la tienda ya había cerrado. Para no demorar más la situación, y creyendo que el diamante se encontraría en el piso de uno de los dueños, Jarabo se dirigió hasta la viviendo de Emilio Fernández. Un vez allí, este le dijo que los negocios solo los trata en la tienda y que vuelva otro día, pero cuando Fernández le dio la espalda El Jarabo sacó una pistola y le disparó a quemarropa en la cabeza. Al oír los disparos, la criada salió de la cocina y al ver la escena comenzó a gritar pidiendo ayuda. Sin perder la compostura, El Jarabo la arrastró hasta la cocina donde le clavaría un cuchillo en el corazón. Justo en ese momento llegó la esposa de Fernández, María Alonso Bravo, que estaba embarazada de pocos meses. Por unos instantes, Jarabo logró convencerla de que era un inspector de Hacienda, pero cuando la mujer se percató de las manchas de sangre en su ropa salió corriendo hacia su habitación, momento en que El Jarabo le disparó en la cabeza. Antes de salir del piso con las llaves de la casa de empeños, Jarabo disfrazará la escena para intentar despistar a la policía. El lunes, El Jarabo se personó en la casa de empeños a la espera de la llegada de Félix López, el socio de Emilio Fernández. Nada más entrar por la puerta le disparó dos tiros en la nuca, llevó el cadáver a la trastienda y espolvoreó serrín sobre la la sangre para evitar que esta saliera a la calle. Tras robar diversas plumas estilográficas, un maletín, varios relojes y recuperar la joya empeñada, El Jarabo se dirigió hacia la tintorería donde había llevado el traje manchado de sangre. Tras ser identificado por varias personas fue detenido por la policía y conducido a comisaría, donde confesó los cuatro asesinatos. Durante el juicio pronunció una de las frases más celebres del mismo: "No sé si soy un psicópata o no. Ni me importa”. Condenado a garrote vil el 10 de febrero de 1959, el Jarabo murió en su celda tras una larga agonía provocada por el mal hacer del verdugo.
Los crímenes del sastre (1961)
Esta macabra historia tuvo lugar 1 de mayo de 1962, cuando José María Ruiz Martínez, un hombre de 48 años que tenía su negocio de sastrería en la calle de la Luna 16 de Madrid, acabó con la vida de su esposa y de sus cinco hijos, y finalmente se pegó un tiro en la cabeza. A cada uno lo mató de una forma distinta: con un martillo, un cuchillo, una barra de metal y una pistola. Para llevar a cabo aquel plan atroz, José María mandó a su criada a comprar algo y aprovechó aquel momento para llevar a cabo los crímenes. Fue el mismo asesino quien, una vez acabado su macabro cometido, llamó al 091 para avisar de lo que había hecho. Un policía declaró que tras hablar con él dedujo que aquella persona estaba perturbada. A pesar de que el criminal no quería dar sus credenciales, el agente logró ganar el tiempo suficiente para poder sonsacarle sus apellidos y poder localizar la llamada utilizando la guía telefónica. Cuando la policía se personó en el 3ºD del número 3 de la calle Antonio Grilo de Madrid, Ruiz Martínez no quiso abrir la puerta asegurando que solo lo haría en presencia de un cura de la orden de los carmelitas. Por fin, el padre Celestino, un sacerdote de una iglesia cercana, consiguió hablar con el parricida, pero desde un balcón del edificio de enfrente. El religioso se encontró delante de un hombre vestido con un pijama manchado de sangre y que portaba en sus manos una pistola con la que no dudó en apuntarle. Tras un tira y afloja, José María Ruiz Martínez exhibió ante todos los presentes los cadáveres de sus hijos, mientras, según algunas versiones gritaba: "Los he matado a todos. Tenía que hacerlo hoy". Totalmente fuera de sí, pidió confesarse y que el padre Celestino le diera la absolución, asegurando que después se suicidaría. "Esto es para mí. Dios no me lo tendrá en cuenta", gritaba mientras mostraba la pistola a los que le observaban horrorizados desde la calle. Tras confesarse a través de la línea telefónica, se oyó un disparo. Cuando la policía pudo acceder al interior del piso, el panorama que encontraron era horrible. Los agentes hallaron a la esposa muerta en el suelo del dormitorio. A los pies de la cama, metida en su "moisés", había una niña de dos años con signos de haber sido degollada. En el cuarto de baño descubrieron a la hermana mayor con un tiro en la garganta, mientras que sobre la cama de otra habitación se encontraba la hija de doce años. Finalmente hallaron a dos niños, uno de diez años con el cuello cortado y otro de cinco muerto por arma de fuego, en otra de las habitaciones. El autor de la masacre yacía muerto con un disparo en la cabeza sin que a día de hoy se sepa a ciencia cierta qué lo llevó a acabar con toda su familia.
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