Aunque no lo parezca, de todo el catálogo digital que este mundo ofrece, los videojuegos son la opción más sana
Este comentario nace tras el anuncio de la compañía japonesa Nintendo, que el otro día presentó al mundo su Switch 2 en París. Lo mismo da: podría ser igual de pertinente con la llegada de algún nuevo aparato de PlayStation, de XBox, con la cercanía de las Navidades, con cualquier cumpleaños o la primera comunión. Pero el caso es que, más pronto que tarde, tu hijo, tu hija, te va a pedir que le compres una videoconsola.
No temas: es lo mejor que podría pasar.
Te van a pedir una consola porque la tele funciona ya de otra manera. Porque el recreo funciona ya de otra manera. Porque al día siguiente los niños ya no comentan en la escuela el último capítulo de Aquí no hay quien viva, sino el último directo de Twitch. Porque la tele, vieja amiga, se aferra con uñas y dientes a cada espectador que se le escapa y eso, evidentemente, se nota. Y claro que lo notan. Tu hijo va a pedirte una consola porque es una palabra que se va repitiendo cada vez más en las conversaciones en la que entra a formar parte. Porque es lo que se lleva y porque el futbol, ya lo sabes, no es exactamente lo que era. O sí lo es, pero no tan de seguido. Te va a pedir una consola también porque las noticias que le llegan no son las que te llegan a ti, ni brillan tanto. Tu hija va a pedirte una consola porque la comunidad, ahora, se hace de otra manera, y porque le interesan los libros, claro, pero no solo. Porque sabe, además, que detrás de la pantalla no importa el aspecto del que está jugando y el avatar, a ciertas edades, puede ser la proyección más justa y libre de lo que uno lleva dentro.
Te van a pedir una consola porque, aunque no lo sepas, de todo el catálogo digital que este mundo analógico ofrece, es la opción más sana; harías mal en confundir videojuegos con máquinas tragaperras, con redes sociales, con portales de apuestas, con pornografía y con todas esas otras cosas hechas de unos y ceros que se suelen meter, infaustamente, en el mismo saco digital. Si tu hijo te pide una consola, alégrate; lo hace precisamente porque rechaza todas esas otras opciones, mucho más asentadas en su generación de lo que tú te crees. Pedirte una consola es anunciar el nacimiento de una conciencia crítica, aunque no lo sepas todavía.
Los videojuegos, los buenos, tienen impactos cognitivos beneficiosos, constatables y perdurables, aunque a efectos argumentativos eso da un poco igual: te van a pedir una consola no por eso, sino porque Ibai juega, porque el Xokas juega, porque juegan Cristinini y The Grefg. Quizá no son los modelos que querrías que tus hijos tuvieran, pero párate a pensar un momento en los modelos que tú querías imitar. Con sus fallos, que no serán pocos, estos nombres son mejores gentes que muchos de aquellos a los que tú querías parecerte.
Tu hija te va a pedir una consola porque, aunque tú te empeñes en negarlo, ella intuye que este siglo será, antes que cualquier otra cosa, digital, y que los juegos son una toma de contacto orgánica con ese entorno en el que, sí o sí, tendrá que aprender a desenvolverse. A veces, incluso, una toma de contacto muy hermosa, capaz de dejar en su alma una huella como la que en ti dejó Indiana Jones, aquel cómic de quiosco que olía a celulosa o ese disco de Bowie que oíste sin querer. El secretario de Estado de Cultura decía a primeros de enero en el Congreso que no sabía mucho de ellos, pero que le interesaban mucho los videojuegos. Es normal, generan en España 2.300 millones de euros al año y, en el mundo, casi 200.000 (lo de siempre: más que el cine y la música juntos). Decía, el secretario, que a él le gustaba el teatro más experimental, que con su audacia expande los márgenes del arte. Bueno, seguramente al hijo de alguien eso también acabe interesándole mucho en el futuro, pero quizá no al tuyo. No te preocupes tanto, los videojuegos también están expandiendo el horizonte creativo del arte de este siglo y, de verdad, tienes que aceptar que tu hija no es precisamente tonta: su brújula intuitiva sabe hacia dónde va el mundo, y algo le dice dónde se esconden las trufas más valiosas en medio del bosque cultural.
Costará un poco, pero tendrás que aprender a distinguir qué juegos sí y qué juegos no. Tendrás que entender que jugar a Mario, a Astro Bot, al Zelda, mejora la atención, la percepción visual, la memoria, la toma de decisiones; y que pegar tiros es, la mayor parte de las veces, una pérdida de tiempo. Tienes parte del trabajo hecho, porque eso tú ya lo habías intuido. Tu hijo te va a pedir una consola, en fin, precisamente porque no sabes por qué te va a pedir una consola. Tendrás que aprender a vivir con ello y, cuando se la compres, seguro que te estará muy agradecido. Pero lo realmente importante es que tendrás que aprender a jugar con él. Porque eso sí que ya no lo olvidará nunca.
Fuente: LoPaís.