Las cosas no sólo se ponían interesantes.
Se estaban volviendo verdaderamente milagrosas.
Los ojos de la rubia se posan brevemente sobre la Elegida, su sonrisa divertida, al oír su llamada. Con un falso suspiro, Bailey gira la copa que sostiene, y vierte sobre el suelo el vino que contiene. Algo de alcohol le infunde una pizca de valor que en realidad no necesita para hacer lo que la aparición de Namirad le inspira. Casi la asusta la facilidad con la que se ha metido en el personaje, pero ha de suponer que es fácil cuando se trata de una mujer fuerte, sana, con un ego igual de fuerte y sano, embutida en armadura y al mando de un ejército.
La copa acaba en las manos de un paje, y Bailey se da la vuelta y camina hacia su caballo al tiempo que da las órdenes. No necesita gritar: sus hombres le son leales por el tiempo que han combatido juntos y las victorias que ella les ha entregado. Los estandartes se dispersan, y cuando Bailey monta sobre su corcel de guerra, tan blindado como ella si no más, los Catafractos de Sum´uruna descienden la colina.
Bailey y ocho catafractos se adelantan con rapidez. El resto sólo comienza a bajar cuando su capitana, con su escolta personal, ya han llegado al pie de la colina. Pero Bailey no se detiene allí.
El grupo de mando continúa cabalgando a buena velocidad, pero no con la agresividad de guerreros que se lanzan a la carga, sino... como otra cosa.
Los jinetes que Bailey ordenó descender hace un rato y que ahora forman un rectángulo vacío sobre el terreno resultan ser quienes marcan el límite de la unidad principal. Los estandartes se detienen junto a esos jinetes, y detrás de ellos forman el resto. Compañías enteras de temibles guerreros, capaces de destrozar cualquier línea de batalla, detienen sus monturas dentro del rectángulo, adoptando así una formación clara y potente. Más nerviosos ahora, a sólo unos pocos cientos de metros del combate, los guerreros de Sum´uruna hacen las últimas comprobaciones: lanzas y cimitarras, arcos y cornetas, armaduras y monturas. Todo parece listo.
Pero Bailey no se para ante ellos para arengarlos, ni para formar parte de la carga.
En lugar de eso, la rubia lleva a su grupo hacia el flanco este, donde el gólem de metal amenaza a los vadravianos.
Pero tampoco es ése su objetivo.
Combinando la precaución y la velocidad, la rubia intenta llevar a su grupo hasta donde se encuentra Namirad, evitando a su monstruosa criatura y a quienes la flanquean. Dedica una última sonrisa burlona a Elijah y Ronan, como si quisiera decir "¿Queríais una traidora, no es así?", antes de centrar su atención en encontrar el paso hasta Namirad...
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