Criticar que una persona negra que llegó en patera haya logrado convertirse en guardia civil revela más prejuicio que lógica. La historia de alguien que arriesgó su vida cruzando el mar para buscar un futuro mejor y que, años después, ha logrado integrarse y servir al país que lo acogió no debería generar rechazo, sino admiración. Nadie elige dónde nace ni las condiciones que lo empujan a migrar, pero sí puede elegir cómo reconstruir su vida con dignidad. Que una persona pase de la marginación a formar parte de las fuerzas del orden no es una contradicción, es una muestra de que la sociedad puede ofrecer segundas oportunidades y que los valores democráticos funcionan. Ser guardia civil no es un privilegio de origen, es una responsabilidad que se asume con formación, méritos y compromiso con la ley. Si alguien cumple todos los requisitos legales y ha demostrado lealtad, vocación de servicio y respeto por las normas, no importa cómo llegó, sino lo que ha hecho desde entonces. Convertirse en agente del orden después de haber estado en la exclusión no resta credibilidad, la suma. Significa que entiende mejor que nadie por qué es importante la justicia, la legalidad y la protección de todos. Esa historia no amenaza nada; al contrario, fortalece la idea de que España no es sólo un lugar de origen, sino también un proyecto común donde caben todos los que construyen desde el respeto y el esfuerzo. Rechazarlo solo por su color de piel o por cómo empezó su camino es negarle la humanidad y negar la capacidad de redención y superación que todos merecemos.
hilolux Sí, hay un problema, la desaparición de la nación española.
No podemos aceptar más inmigrantes sin asimilar a los que tenemos ya.
Decir que la llegada de inmigrantes pone en peligro la nación española es una afirmación más basada en el miedo que en los hechos. Las naciones no desaparecen porque cambie su demografía, sino cuando renuncian a sus valores, a su capacidad de integración y a su sentido cívico. España no se define solo por la sangre o el origen, sino por su historia compartida, su marco constitucional, su cultura diversa y su proyecto democrático. La inmigración no es una amenaza si va acompañada de políticas responsables de inclusión, formación y ciudadanía. El verdadero problema no es cuántas personas llegan, sino cómo se gestiona su integración y si se les ofrece un camino justo para convertirse en parte activa y positiva de la sociedad.
Además, el argumento de que “no podemos aceptar más inmigrantes sin asimilar a los que ya hay” parte de una visión simplista: muchas personas migrantes ya están perfectamente integradas, trabajan, pagan impuestos, aprenden el idioma, crían a sus hijos aquí y sienten este país como suyo. Pretender que la identidad nacional es frágil y que basta con que lleguen personas de otros lugares para que desaparezca es no tener fe ni en la cultura española, ni en sus instituciones, ni en su capacidad para enriquecerse con nuevas aportaciones. La identidad de un país no se disuelve cuando se suma diversidad; al contrario, se fortalece si esa diversidad se canaliza hacia un horizonte común. Los discursos de miedo paralizan y enfrentan, pero los países que progresan son los que construyen puentes, no muros.
Rechazar a personas que quieren contribuir, que han demostrado esfuerzo y compromiso, solo por su lugar de nacimiento o por cómo llegaron en un momento desesperado, es cerrar la puerta a lo que hace grande a una nación: su capacidad de dar sentido a la justicia, a la igualdad y al mérito. La patria no es una fortaleza étnica, es un pacto cívico. Y quien lo honra merece pertenecer, sea donde sea que empezó su camino.