Melon y el guisante cambia de dueño,
Era la primera vez que Rhage quedaba con Susanna, una conquista nueva, y como con todas, se hizo la misma pregunta: ¿sería virgen? Con vampiros jóvenes esto podía llegar a ser un problema y había unos pasos que se repetían siempre: el miedo a la Transición y el dolor que sentían durante la misma, la debilidad física posterior por la cual debían beber sangre de inmediato, la incertidumbre de aquéllos mestizos a los que les ocurría por sorpresa, el temor a ser descubiertos y no saber valerse por sí mismos... hasta que se acostumbraban a su nueva condición, empezaban a disfrutarla, y algunos tenían el fetiche del sexo y alimentarse de una virgen de la sangre con la que dejaba de serlo. No solía salir bien: el vampiro, llevado a niveles de excitación por el sexo que un humano no podría comprender, de repente siente el ansia de beber en mitad del placer sexual de la penetración. La sangre mancha su miembro, la chica gime, poco le importa al vampiro si de placer o de dolor, pues él está completamente centrado en sus sensaciones, y cuando huele la sangre gotear por la entrepierna de la chica, baja la cabeza hasta ella, no para limpiarla, no para examinarla, no para practicarle sexo oral como a veces piensan algunas, sino para clavar sus colmillos y beber.
Pero un vampiro joven era inexperto: no sabía morder bien, no sabía controlarse, y una herida no era una vena. Buen estropicio causaban a veces, incapaces de contenerse e impulsados por la sed, el hambre y la búsqueda del placer. Cuando recobraban el sentido y veían la carnicería que habían hecho, con la chica temblando tras desmayarse del dolor -y eso en el mejor de los casos, cuando no mantenían la lucidez y seguían sufriendo de manera consciente-, se asustaban y llamaban a los veteranos para solucionar el problema. Y si querían seguir pasando desapercibidos en la sociedad, no quedaba más remedio que solucionarlo.
Nada de eso es que fuera a pasarle a Rhage, que contaba con un amplio historial y experiencia, pero él también había sido joven y estúpido, había cometido errores, y por costumbre trataba de evitar a las vírgenes, que tampoco es que pudieran soportar las dimensiones pélvicas de un vampiro de 1'93.
Cuando terminó el postre, pidió la cuenta y le dedicó una larga mirada a Susanna, devorándola con los ojos llenos de lujuria, dejando que su lenguaje no verbal le comunicara lo que deseaba ahora de ella.
--Eres preciosa Susanna, y ardo en deseos de acompañarte a casa. Vamos. Déjame mostrarte mi lado más animal. Deleitarte con otros placeres distintos a la comida, complacerte con algo más que sonrisas. Satisfacer mi curiosidad y averiguar si te gusta dejarte llevar, o por el contrario te gusta tomar el control y domar a la bestia. Puedo ser ambas cosas, y me pregunto a cuál de las dos preferirás.