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Susanna se dio cuenta del alarde de Rhage, no era la primera vez que montaba en un coche caro, en la tienda donde trabajaba entraba justo ese tipo de gente, no estaba impresionada, aunque él tenía algo que no lograba descifrar.
Ella iba dándole indicaciones del camino que debía seguir para llegar a su apartamento, parecía atento a cualquier cosa que ella dijera y aún así era muy consciente de lo que pasaba en la carretera, casi parecía que se adelantaba a los movimientos del resto de coches que se cruzaban en su camino.
De repente, se le ocurrió despistarle un poco, animada por el no-vino que había tomado, alargó el brazo y le puso la mano en el muslo. Rhage la miró de soslayo sonriendo ligeramente sin dejar de acelerar, Susanna acariciaba su pierna cada vez más cerca de su ingle pero él, aparentemente relajado tomaba las curvas casi sin mirar. Al final del viaje parecía que el resultado de su manoseo había hecho más efecto en ella que en él, a ese tío no podían echarle en cara que se saltaba el día de piernas.
Cuando llegaron a su apartamento y le propuso hacerlo en el pasillo, casi estuvo a punto de decirle que sí cuando ya la había tumbado en la cama, y mejor para ella que iba a tener que seguir viviendo en ese bloque y que el perrito de los Thomsom habría empezado a ladrar como un poseso despertando a todos los vecinos cuando hubiera empezado a oír aquellos gemidos que siguieron a continuación. Igual que había observado en la carretera, Rhage parecía que se adelantaba a ella y no le permitía tomar la iniciativa, como si tuviera prisa.
Desnuda en la cama, boca abajo con las piernas dobladas hacia su trasero, admiraba ese cuerpo escultural empapado en sudor y sin dejar de fijarse en el asombroso tatuaje que recorría la espalda de Rhage y parecía tener vida propia, y a pesar de estar más que satisfecha, se sentía algo molesta, ella era quien habitualmente llevaba la iniciativa, y no es que esperara que un tío así no tuviera seguridad en sí mismo, pero vaya, no la había dejado ni elegir el postre.