Zsadist
Las palabras de Phury le cayeron como un martillazo en la sien. Zsadist dio un paso y por un segundo la voz de Catronia se hizo añicos. El eco de “no me dejes solo” se le agarró a las tripas.
El cuerpo dejó de obedecer a medias. Los músculos volvieron a ser suyos. El filo que tenía en la mano se apartó de la garganta de Phury.
Respiró hondo, miró al frente con los ojos oscuros y escupió al suelo, intentando quitarse de la boca el sabor de esa voz venenosa.
Al levantar la cabeza, la sonrisa se le torció en los labios.
"Esta vez no te va a ser tan fácil, Catronia", gruñó, en voz baja—. "Mi hermano lleva la correa de tu antiguo perro. Si vuelves a asomar las zarpas en mi cabeza, Phury tirará de ella y me recordará por qué estoy aquí."
Hizo girar la daga entre los dedos, un gesto mecánico, peligroso. El brillo del acero le dio un aire aún más desquiciado.
"He venido a arrancarte la piel ", dijo, frío—. "A desollarte y a hacer con ella una lámpara para mi mesilla de noche. Como la que mandó hacer esa nazi hija de puta en Buchenwald. Eso serás: cuero para una luz que iluminará mi cama."
Clavó el karambit en la piedra con un golpe seco. El sonido rebotó por la sala.