Pasó hace tiempo pero no os lo había contado aún. Resulta que hace unos meses quedamos las de la Aso feminista para bajarnos un rato a la piscina. Todo bien; sangrias, lorzas en las rodillas y pulseritas de Palestina. Lo típico, chill total.
De repente nos dimos cuenta de que había un calvo con una pinta bastante extraña grabándonos con el móvil y lo que parecían ser unos tocamientos bastante extraños. Al cabo de unos minutos y de cruzar varias miradas (de estupefacción, claro) se acercó y nos preguntó si podía sentarse a beberse unos tintos con nosotres pero le dijimos que no porque a parte de calvo tenía pinta de estar en paro (pero eso no se lo dijimos claro). También llamaba la atención que tenía dificultades para vocalizar, osea una incomodidad que flipas, no sabíamos dónde meternos. Ante la negativa se quedó con la mirada perdida en el suelo, se metió el dedo índice en el ombligo y se volvió a su toalla murmurando cosas. Desconozco dónde estaba su cuidador.
Luego se pusieron delante de él dos chicas de buen ver a hacer peso muerto pero se levantó apresurado, cogió sus cosas y se fue corriendo.
Qué España se nos está quedando.