Una obra maestra que, como ya hicieron otras entregas de la saga en el pasado, ha vuelto a elevar al medio a un nivel aparentemente inalcanzable para el resto, redefiniendo lo que supone la palabra diversión y marcando una vez más el camino a seguir al ofrecernos una libertad sin precedentes no solo al explorar, sino también en lo mecánico. Y todo ello arropado por un trabajo de diseño inigualable.
Probablemente, lo mejor que podemos decir de él es que nos ha costado muchísimo escribir este análisis, no por falta de inspiración ni de ganas, sino por el hecho de que el juego nos tiene totalmente obsesionados a un punto en el que no podemos dejar de pensar en él y nos impide concentrarnos. Y decimos esto tras haberle dedicado más de un centenar de horas en las que no ha habido ni un solo minuto sin que nos sorprendiera de un modo u otro, algo que sigue haciendo cada vez que encendemos la consola.
Al igual que a Link, Tears of the Kingdom nos ha llevado al cielo de los videojuegos y, precisamente por ello, la vuelta a lo terrenal, a la realidad habitual de la industria, se nos va a hacer muy difícil. Un juego tan espectacular y abrumador que nos ha hecho preguntarnos una y otra vez si este hobby ha tocado techo ya, la misma pregunta que nos hicimos en su día cuando pusimos nuestras manos por primera vez en obras tan importantes, revolucionarias, impactantes e influyentes como A Link to the Past y Ocarina of Time. Unas sensaciones que, sinceramente, teníamos ya olvidadas y no creíamos que ningún título volviera a replicar con tantísima fuerza y precisión un cuarto de siglo después, señal inequívoca de que, efectivamente, estamos ante el nuevo mejor juego de la historia.
Puntos positivos
Todo.
Puntos negativos
Ninguno.