Recuerdo que, de pequeño, cuando terminábamos de comer en un restaurante, me aburría mucho mientras los adultos seguían hablando, y como en aquella época no había móviles ni nada para entretenerme, me dedicaba a hacer guarradas con los restos de comida y bebida que quedaban en la mesa.
Bien, creo que mis aberraciones eran incluso mejores que esta auténtica calamidad culinaria digna de una obra de terror de Lovecraft.