En su día pensé en contar todo esto en pacot.es, pero aunque no había comentado allí datos personales, ya se me identificaba con mi nick. Cuando se hizo este foro me pilló en una época de mudanzas y mucho trabajo así que no me he registrado hasta ahora que estoy de vacaciones. Voy a aprovechar para contar detalles más concretos de mi vida, sin que nadie que me conoce en realidad me pueda identificar, pero aprovechando que tengo un nick nuevo sin relación con el anterior. Lo que voy a contar no lo hago con la intención de buscar ayuda, pero sí que hay algo terapéutico en poner en palabras lo que llevas dentro. Tengo muchas historias alrededor de este tema, aunque pensaba por el momento contar solamente el inicio, y si surge y viene a cuento contar alguna más más adelante. Pero, en cualquier caso, va a ser un tocho.
Y es que, como reza el título, disfruto haciendo que chicas se enamoren de mi y luego rompiéndoles el corazón. Es lo único que me da placer, que me da sensación de control, de seguridad. He llegado a aceptar que esto es, de alguna manera, mi razón de ser y mi propósito en la vida. Y es que todavía no me he encontrado una mujer que no se lo merezca.
Quiero dar un poco de contexto para que no vengan a decirme que esto es misoginia y ya está: Mi madre dejó a mi padre cuando mis hermanos y yo éramos pequeños. No quiso saber nada de nosotros y se volvió a su país natal. No la hemos vuelto a ver ni hemos sabido de ella. Un solo hombre, con sus padres fallecidos y sin hermanos cerca, cuidando de tres críos. El pobre se ha dejado el lomo en sacarnos adelante sin ninguna ayuda.
Y ahí estoy yo, el hermano listo, el que tiene que sacar de pobres al resto de la casa. "Tú estudia, que eres bueno". Y yo estudio. Estudio y estudio sin parar hasta que empiezo el bachillerato. Y ahí conozco a la primera mujer que me hace sentir querido. Y estamos juntos (o más bien, voy detrás de ella) desde la Navidad del primer curso hasta que nos graduamos. Mis notas aguantan bien la distracción, y es que por primera vez noto esa calidez, ese cariño en su versión más dulce y melosa. Y todo son vino y rosas hasta que en la fiesta de graduación veo como esa hija de puta se está besando con un cualquiera. Ella ve que me he dado cuenta, deja de besarle, sonríe y sigue besándole. ¿Y qué hago yo? Me voy llorando. No me atrevo ni a plantarle cara ni a reprochárselo. Simplemente me voy.
Termino selectividad y paso uno de los veranos más duros de mi vida, mirando al techo y culpándome de lo que había pasado. Y me intenta consolar el pensar que es culpa de ella, que es una mala persona. Da igual, se me queda la herida dentro pero tengo que seguir. Y sigo, hasta que en la universidad, en segundo de carrera, se me cruza la que pienso que, desde la primera semana hablando, va a ser mi mujer.
Tiene todo lo que podía querer en alguien. Es muy lista, es mejor persona que yo y cuando me mira no puedo evitar sonreír. Suena a pastelada pero por primera vez veo que las tonterías que cuentan en comedias románticas tiene su parte de verdad: "el tiempo se detiene cuando estoy con ella", "podría pasarme horas perdido en sus ojos" y todas esas gilipolleces. Estamos juntos más de dos años y cuando voy a terminar la carrera, después de todo el tiempo juntos, de conocer a toda su familia, de haberla apoyado y ayudado con todo lo que necesitaba, decide tirarlo todo a la mierda. Una sucesión infinita de clichés de ruptura cae sobre mi. Que si no soy yo, sino que es ella. Que si no está preparada para lo rápido que ha ido todo y yo me merezco a alguien que lo tenga claro. Que todavía somos jóvenes y no sería justo vivir más oportunidades. Yo, que consentía cualquier pisoteo por una muestra de cariño, ya me veía casado y formando una familia con ella. Ella, como en el meme de I need space, se veía diferente.
Un conocido de la carrera me dijo que se la había cruzado en Tinder como a las dos semanas. Yo, con cierta esperanza en hacerla entrar en razón y recuperarla, me hago también un perfil allí. Y me la encuentro, pero no hago match con ella. Y ahí se queda Tinder en standby hasta que un día de fiesta pillo el móvil borracho y le empiezo a dar like a todas las que me dejó la aplicación antes de pedirme que pagase.
Hice match con la que, aunque no lo parezca, es la verdadera protagonista de la historia. Típica tía tatuada y con algún piercing, no muy guapa pero con rollo. Y hablamos un poco. Llevábamos una semana de charla y ya habíamos dicho donde y cuando quedar. No es que me hiciese ilusión pero pensé en que me podía venir bien. Y, sin un motivo concreto, me ghosteó. Desapareció, me quitó el match, me borró en instagram y nunca más se supo. Le mandé otro mensaje preguntándole que qué había pasado y que si estaba bien y se quedó sin respuesta.
De las dos chicas que os contaba antes me había enamorado, y de alguna manera había vivido yo cargando con la culpa de no ser suficiente. Pero yo era más que suficiente para la idiota esta, así que algo tan ridículo e infantil como desaparecer sin dar respuesta de esa manera me molestó mucho. Muchísimo. Tinder borrado y por primera vez desde el instituto volví a hacer deporte. Terminé la carrera con buenas notas, me puse más en forma de lo que había estado nunca, me tatué como siempre había querido hacer y no me había atrevido, empecé a trabajar y mi vida por fin despegaba.
Como tres años después, me veo en una posición que todo mi entorno consideraba privilegiada. Soltero con su público y su éxito sin buscarlo, pero que nunca daba pie a algo serio. Todo eran cosas casuales con chicas que conocía de fiesta. Hacía un buen dinero trabajando, tenía un piso para mi solo y toda la libertad del mundo para hacer planes. Pero me negaba a enamorarme de nuevo. Había pasado no solamente tanto dolor, sino también tanta vergüenza aceptando que era un perdedor que no quería volver a ponerme en esas situaciones.
Así que un día salí de fiesta por cierta ciudad vecina. Y me encontré a la petarda de Tinder. Estaba peor que en sus fotos, que recordaba con exactitud. Más gorda, con el pelo peor, con gafas. Me acerqué a presentarme envalentonado por las dos cervezas que llevaba y vi inmediatamente dos cosas: que no se acordaba de mi y que le había llamado la atención. Es normal que no se acordase de mi, desde que hablamos había cambiado el pelo que llevaba, me había dejado barba, estaba mucho más en forma y vestía bastante diferente. Pero el caso es que había notado que le había gustado, así que decidí ver qué podía dar eso de sí.
Empezamos a hablar las típicas tonterías que hablan dos desconocidos en un bar, pero le pido por favor que no me diga como se llama, que soy capaz de adivinarlo. Le cuento una milonga tremenda de que todas las personas que comparten nombre tienen algo en común y que a mi se me daba bien encontrarlo. Así que voy estirando ese chicle hasta que le digo su nombre y veo como se queda blanca. Está flipando y noto como podría desatarse una batalla campal en el bar que esta tía seguiría prestándome atención. Intentando no delatarme y no quedar como un acosador me envalentono y digo que creo que soy capaz de adivinar de qué año era. Me acordaba de su perfil de Tinder, lo tenía grabado a fuego con el nombre y la edad, así que, de nuevo, vuelvo a acertar. Ella se parte de risa, me toca el brazo y está totalmente entregada. Me habla de que trabaja de dependienta, yo le cuento un poco de mi vida y me dice que si menudo partidazo, que cómo es que estoy soltero y demás. Y a los cinco minutos nos estamos liando en el baño. Sin entrar en detalles, pego por primera vez un polvo más motivado por el odio que por el morbo. Una follada con desprecio (todo el aplicable en el baño de un garito, nada de 50 sombras) que parece que le gustó mucho.
El caso es que al terminar me dice de ir a mi casa, pero le digo que mañana tengo mucho curro así que imposible. Me pide que por lo menos le de el móvil para hablar y volver a vernos. Y le doy el móvil de uno de mis mejores amigos. Me despido y me voy para casa, comentándole a mi amigo la jugada y explicándole por qué lo mismo le llegan mensajes de la tía esta. Menos de 24h después mi amigo me dice que ya le ha escrito, que quiere volver a vernos y demás. Y yo ahí, que a rencoroso no me gana nadie, le digo que le diga que no sabe de qué le habla, que él es X y que no la conoce de nada. Así que, en efecto, le devolví el ghosteo.
Hasta ahí todo normal, una historia de venganza más propia de chavales de instituto y a otra cosa. Pero no quedó ahí. Descubrí que todo esto me había dado una satisfacción que no encontraba en otra cosa, y es que mi vida es una vida bastante, bastante gris donde veo a mucha gente al día con corbata y fingiendo ser adultos. Por primera vez en año encontraba verdadero placer y diversión en algo. Y convertí este disfrute en un objetivo vital: me había propuesto quedar con tías mediocres, hacerles pensar que podían tener algo conmigo, ser la cita ideal y después ignorarlas y disfrutar de como se arrastran.
Así que desde entonces, cada vez perfeccionando más la fórmula (usar un segundo móvil, tener un picadero que no es mi propia casa, nombre y datos personales falsos para que no me puedan buscar de vuelta) me he dedicado los últimos cuatro años de mi vida a que payasas mediocres de Tinder piensen que han conseguido cazar a su príncipe azul, se ilusionen y se emocionen y luego ignorarlas para ver como se arrastran. Es posible que yo sea el motivo por el que la última gorda con la que hicisteis match en Tinder os haya acabado rechazando diciendo que ella sabe que puede aspirar a algo mejor. Y ya que acepto que mi vida y mi realidad es esta y que no voy a volver a fiarme de ninguna, por lo menos siento que actúo de justicia kármica con todas esas petardas.
Y sí, menuda turra. Gracias al que se haya quedado a leer.