Miela se une a la conversación y escucha sin interrumpir, su rifle acunado en sus brazos. Prefiere no mirar muy de cerca al noble herido, y no le importaría que el noble no la mirara de cerca tampoco. Olía a problemas.
Al fin, cuando Erdwan pide opiniones. Miela es tan brutalmente honesta como la barrera lingüística se lo permite. "Si atacamos, mu... muretos. Demasiados bandidos, nos heridos, y éste." Para enfatizar sus palabras, Miela inclina la cabeza hacia el noble que portan. En combate, no sería fácil protegerlo. Dejarlo abandonado en algún lado tampoco parecía una buena idea ni para él ni para el grupo.
Entonces, con su mano sana, Miela levanta un dedo. "Dos opizones. Una... desvido. Oto camino. Ota ciudad. Espea."
Entonces, levanta otro dedo. "Segunda. Re... refu... eh... más susidas. Suicidas. Más gente. Pedimos."
Mientras menciona la segunda opción, Miela mira a Alida. Es la exploradora del grupo, al fin y al cabo. La más sigilosa. La que, en teoría, mejores posibilidades tiene de escabullirse, sortear a los bandidos y pedir refuerzos en Puerta de Baldur. Habiendo expresado eso, la soldado señala ahora al noble herido. "No somos solo... mercenaros. Ahora somos... escolta."
O dicho de otra modo: el grupo ahora tenía una carga valiosa que bien merecía la atención y protección de otros. Ya fueran los mercenarios de la compaía de los Suicidas, los guardias de la ciudad o los soldados de la familia del pobre desgraciado que habían sacado de la casa del maníaco asesino del bosque.