Miela pretendía tener un gesto para con el guardabosques, compartiendo su comida con él, por lo que encontró su reacción sorprendente. Y aún más sus comentarios. Estaba claro que el semiorco no había tenido las cosas fáciles en su vida, y eso había acortado bastante su paciencia.
En eso se parecía a Miela.
La mercenaria se quedó paralizada, escuchando al guardabosques y sus quejas, sintiendo cómo se le enfriaba el ánimo. De tener un carácter más abierto, Miela quizá hubiera protestado, u ofrecido alguna disculpa. Pero eso también hubiera requerido hablar fluidamente, y eso tendía a ser lo que decantaba la balanza de un lado o de otro. Por su parte, ella desde luego había tenido bastante. Sin prisa, sin demostrar disgusto alguno ni en su semblante ni en sus movimientos, Miela devolvió a su mochila la poca comida que había sacado de ella. Luego deslizó su cuenco unos centímetros hacia el guardabosques, lo suficiente para que captara el mensaje, y después de tomar sus cosas salió de la casa.
No es que el bosque le diera la bienvenida, pero Miela lo encontró tranquilizador en comparación con estar dentro de la casa, con un anfitrión antipático y además con tanta gente en tan escaso espacio.
La cazadora optó por acomodarse en el suelo, quitándose la mochila y el sombrero, la espalda contra la pared de la casa. Entonces, empezó a examinar sus armas. Primero las pistolas, que habían visto acción ya. Las sacó de su chaleco y les echó un vistazo, por si las moscas. A esto les seguiría el rifle, la espada y la daga.