El crepitar de las llamas sumía el pasillo en una caótica escena de sombras danzantes. El humo espeso se arremolinaba en el aire, oscureciendo la visión y haciendo que cada respiración fuera un desafío. Diego, con su cuerpo siendo consumido por las llamas, luchaba por cada bocanada de aire mientras el calor abrasador amenazaba con devorarlo.
«¡VOY A VIVIR!», pensó.
Sus ojos, empañados por el humo y el dolor, se abrieron de repente con una intensidad renovada. Un destello de luz dorada iluminó sus pupilas dilatadas mientras una energía desconocida se apoderaba de su ser. En medio del caos, una fuerza ancestral, latente en su interior durante años, se desató con una furia indomable.
Diego sintió cómo su piel ardía y se retorcía, pero no era el fuego el que lo consumía; era una fuerza interna, una energía sobrenatural que surgía de lo más profundo de su ser.
— Si a Diego Garza… le das fuego… —susurro con un hilo de voz mientras tanteo uno de mis bolsillo sacando un pequeño objeto cilíndrico que acerco a las llamas—. Diego Garza…. se enciende… un cigarrillo.
Diego concluyó, haciendo una peineta hacia el techo, en dirección a Dios, al tiempo que sacaba un cigarrillo de su bolsillo, ya encendido, y se lo llevaba a los labios.
En ese instante, Diego se sintió conectado con algo más grande que él mismo, algo que había estado esperando el momento adecuado para revelarse. Las llamas que lo amenazaban ahora parecían una cálida caricia que lo llenaba de energía. Sus manos que parecían envueltas en llamas doradas, se alzaron ante él, extendiéndose como si estuvieran guiadas por una fuerza invisible. Un resplandor etéreo emanaba de su cuerpo, haciendo que las sombras que lo rodeaban retrocedieran momentáneamente.
El aire vibraba con una energía mística mientras Diego notaba que ahora era inmune al calor abrasador de las llamas. El poder que fluía a través de él le otorgaba una fuerza sobrenatural, una resistencia que desafiaba las leyes de la realidad.
Diego se había elevado por encima de su mortalidad. En ese momento de conexión con lo sobrenatural, descubrió que la tragedia que lo rodeaba no podía tocarlo. Su ser ardía con una energía interior, una llama que no se extinguiría fácilmente, incluso cuando el mundo a su alrededor se desmoronaba en un caos infernal.
[Diego ha despertado su poder kiniano. Su P.E. es desconocido de momento]
El despertar energético de Diego generó una onda expansiva que arrojó a todos (con excepción de Kayra) contra los muros.
Mientras tanto, Hektor, que había aprovechado el momento para soltar al menos tres disparos más del arma, apuntando al guardia de seguridad, salió propulsado, tanto por el retroceso del arma, como por una extraña fuerza que no alcanzó a comprender.
Dos disparos dieron de lleno en el guardia, que a esas alturas apenas y podía moverse. Al recibirlos, la tensión en el aire alcanzó un punto crítico. El guardia se estremeció violentamente, como si una fuerza invisible lo estuviera desgarrando desde adentro. El hombre dejó ir un grito que retumbó con un estruendo siniestro mientras un resplandor dorado emergía de su cuerpo.
A la vista de Diego y Kayra, aunque no para Hektor, una esencia etérea y brillante se liberó en un destello deslumbrante. La forma etérea se elevó unos instantes en el aire, vibrando con gran intensidad. Mientras el cuerpo del guardia, ahora desprovisto de vida, caía al suelo totalmente inmóvil. Finalmente, la forma etérea comenzó a desintegrarse, perdiéndose en una brisa que se llevaba el rastro de la esencia del ser que una vez ocupó dicho cuerpo.
Y el tercero, al no encontrar objetivo, iba directo a Diego. Pero Kayra, que ya se temía lo que podía ocurrir, intentó reaccionar para impedirlo, mas su estado no fue suficiente. Intentó volar, interponerse entre Diego y el disparo, pero le fue inútil, estaba muy débil.
Por un momento, todo pareció ir muy despacio. El sonido crepitante del fuego se mezclaba con los estruendosos disparos que resonaban en el pasillo. Un estruendo se escuchó. La puerta de la estación de seguridad se desmoronó en una cascada de chispas y escombros ardientes. Una joven emergió de entre los restos con una gracia sobrenatural. De cabellos blancos como la luna y envuelta en una gabardina negra avanzó con determinación cual espectro en medio del caos. Su aura dorada brillaba al igual que sus ojos, con una intensidad sobrenatural.
La joven, con agilidad felina, esquivó llamas y obstáculos en su camino de forma calculado. Su gabardina ondeó en el aire como las alas de un cuervo negro en pleno vuelo, más rápido que el disparo resonante que se dirigía hacia Diego. Y justo cuando el peligro alcanzaba su punto álgido, en el momento exacto en que el humo se disipaba, revelando una escena de amenaza inminente, antes de que el disparo pudiera encontrar su objetivo, la joven se interpuso con velocidad asombrosa, desenvainando una espada que parecía emitir una luz energética intimidante. De un tajo de la misma, el disparo fue cortado y desviado por completo.
El Demonio Blanco
La joven, con la gabardina ondeando y el cabello blanco moviéndose como un halo, envainó su espada con calma, mientras fijaba sus ojos en la víctima, ahora a salvo, detrás de ella.
—¿Están todos bien? —preguntó, conteniendo una furia latente en su voz, mientras extendía un pequeño frasco a Diego—. Es solución kiniana, te ayudará a recuperarte.
[Diego recibe una solución kiniana. Solución kiniana: repone por completo la energía física de un BioC o un medio humano, el proceso es paulatino (no cura heridas, daños corporales, ni repone energía kiniana)]
La quietud volvió invadir el pasillo en llamas. La luz del fuego se reflejaba en los ojos de la joven, convirtiéndose en un faro de esperanza en lo que había parecido un claro final. El humo que Diego y la joven habían disipado con su energía, poco a poco volvía a acumularse. Pronto volvería a ser sofocante.
La joven se acercó a paso lento hacia donde Kayra flotaba, débil. Su mirada saltó desde la forma etérea, hasta el cuerpo del negro colombiano que yacía bajo los escombros de la estación de seguridad. Sin pensarlo dos veces, la recién llegada sostuvo la forma etérea del kiniano con cuidado, envoliéndolo en un cálido abrazo, y lo llevó despacio hasta el Bio-C, ayudándole a introducirse. Una vez dentro, le proporcionó una solución kiniana para que se recuperase.
Mientras Kayra se recuperaba, tronándose el cuello del Bio-C, la joven se dirigió hacia el policía, aún tendido en el suelo y le ofreció la mano.
—Imagino que han llegado aqui porr su prropio pie. ¿Conossen algún camino de salidia? Allí en la cársel sólo hay unas cañerrías muy pequeñas porr las que apenas cabe mi mano… o una rrata…
Al escuchar esas palabras, la mirada de la joven se clavó en Hektor.
—¿Hay presas? ¿Dónde?