Cuando mi compañero humano se internó en aquella garita en silencio, apenas metros por detrás del vigilante, ejecuté el equivalente etéreo de encogerse y aguantar la respiración. Mantuve mi energía al mínimo y constante, aun si no había mucho que minimizar, para tratar de mezclarme con el ruido energético de fondo lo máximo posible.
Casi reptando por la habitación, finalmente pude observar aquel cuerpo. Como sospechaba, no era sino el Bio-C en que había venido, torpemente almacenado en mitad de aquel lugar. Sentí un moderado alivio. No era un cuerpo humano, y además tenía a mano una forma de protegerme de las radiaciones exteriores cuando finalmente escapáramos. El problema, naturalmente, era que la superficie quedaba más y más lejos conforme nos adentrábamos más en aquella mazmorra.
Gracias a la discreción de Diego, conseguimos pasar al ala anexa. Para mi consternación, el E-Nex no estaba en ningún lugar a nuestro alcance todavía. La única opción lógica era que aún descansaba en manos del Cocinero, lo que reducía aún más nuestras ya delgadas posibilidades de escape. La situación tomó otro giro desesperanzador cuando el joven humano me depositó en la barra de aquella tasca y me reemplazó en su mano por una botella de aguardiente de alta graduación.
—Señor Garza. Le recuerdo la gravedad de la situación. No debe comprometer su destreza con una intoxicación etílica. Lo necesitamos agudo para–.
Cesé mi vituperio en cuanto el joven elevó la botella sobre sus labios. Era evidente que mis esfuerzos serían en vano de lo contrario. Observé la expresión pontificadora de su rostro, y me dispuse a escuchar lo que tenía que decir.
Y solemnemente guardé silencio, aun unos segundos después de haber terminado él de hablar, procesando la información que subyacía a sus palabras. Parecía ser que, después de todo, mi hipótesis era correcta. Los rasgos fenotípicos se habían manifestado de forma muy tardía, pero eran inconfundibles. No era casualidad, como sospechaba, que su mundo se interseccionara tanto con el nuestro.
Por un momento, deseé haber podido yo también dar un trago de aquel licor. Quizá, después de todo, no estuviéramos tan indefensos. Pero la mano que teníamos debía ser jugada con una mezcla de habilidad, temeridad y fortuna muy delicada.
Rompí finalmente mi silencio para responder a las preguntas del joven. Ahora tenía una mucha mayor libertad para divulgar lo que fuera necesario. Era harto probable que, al final, no tendría que deshacer mis propios pasos.
—Sí, sé que conoció a ese hombre, señor Garza. Lo conoció en general cuando encontró un misterioso teléfono en su dormitorio personal, y luego habló con él por teléfono. Si no mal recuerdo, usted estaba irritado porque él señaló su demora en llamarlo, cuando lo cierto es que el teléfono le resultó difícil de encontrar. Más tarde, en el Parque del Retiro, se conocieron en persona cuando discutieron sus actividades ilícitas en el narcotráfico en una barca. La verdad es que no existe Juan Valdés, señor Garza —sentencié con todo aplomo—. En todo momento, estuvo usted lidiando conmigo.
»Tampoco existe “la Sanguinaria”, ni ninguna epidemia semejante. Yo sinteticé la sustancia –de fórmula bastante inocua, por cierto– y la distribuí a minoristas de la ciudad. Y después escribí varios artículos amarillistas en la prensa nacional que crearon el problema en el imaginario colectivo.
Hice una breve pausa para que pudiera procesar la revelación, pero no lo bastante larga como para que descargara su confusa ira sobre mí aún.
—Todo ello es parte de mi trabajo, como ya le expliqué —mi voz se tornó solemne—. Pero tiene razón. Nuestra labor se ha visto abrumada recientemente por los esfuerzos de otros… Aquellos de mis hermanos afectados por una condición genética muy antigua. El vampirismo. Sus mitos no son meras ficciones. De hecho, con el tiempo verá que casi todos ellos están arraigados en nuestra historia.
Hice una pausa. Por un momento, mis pensamientos flotaron hacia mi pasado. Muy atrás en mi pasado… Volví en mí tras un instante
—Volviendo a lo que le decía, el vampirismo siempre ha sido una espina clavada en nuestra sociedad, dada su tendencia ineludible a correr el velo que nos separa de los humanos. Incluso tenemos un cuerpo de investigación especializado en ello. Pero, como usted señala, su actividad recientemente ha estado fuera de control, y tenemos dificultades crecientes para contenerlos. Esto culminó hace poco con un ataque en pleno corazón de una “zona segura” —hice énfasis en el carácter refutado de esto—: el Rincón del Pez. Usted acudió a cubrirlo en sentido figurado, y yo en sentido literal, y aquí se cruzaron nuestros caminos por primera vez.
»Pero una vez hice mi labor, aprecié varios indicadores de que algo más yacía oculto en este lugar. Tras discutirlo con un colega —sentí un escalofrío en mi protoenergía al recordar la presión de su presencia—, vine a investigar. Conseguí infiltrarme con éxito en una “cena” de vampiros, pero comprometí mi falsa identidad al tratar de intervenir, y fui apresado. Es así que volví a cruzarme con usted.
Volví a callar. Sentí de nuevo el agudo pinchazo del fracaso y la vergüenza al recordar el error que me había sumido en esta situación, poniendo en riesgo a todos los humanos allí retenidos. Traté de sacudírmelo.
—Hace ya un año que corre un rumor por los círculos vampíricos. Que el progenitor original de esta condición, un ser de hace muchos siglos o incluso milenios, ha retornado. Es posible que estos rumores sean el combustible del súbito aumento de ataques. Sin embargo… Escuché a escondidas al Cocinero de este lugar hablar por su comunicador. No puedo afirmar con rotundidad que no haya algo de verdad en los rumores.
Esperé a medir la respuesta de Diego ante toda la información antes de proseguir conversando. Le había sido revelado mucho de súbito... Y, sin embargo, aún retenía la pieza más crítica de información para él. No sabía si era el momento adecuado para liberarla.