Eugenia, con un ademán exagerado y un poco cómico, niega cualquier relación con las manos. María, sintiendo su atmósfera, no puede evitar pensar que parece sacada de una telenovela de bajo presupuesto. Con un gesto de resignación, llama al primer cliente.
María no puede verlo, pero el hombre que entra tiene un aire de mediana edad, su paso es vacilante, pero bastante decidido, como si tuviera algo importante que decir. Se sienta frente a María y empieza a hablar en español: "Órale, pues... esto va a sonar medio chiflado, pero... ¿tú le entras a esas ondas del destino y esas broncas?", comienza él, mirando a María con una mezcla de nerviosismo y sinceridad.
"Mira, es que... no sé si tú me puedas dar la mano con esto... es un pedo... y no quiero que te vayas a armar una mala imagen de mí", continúa, rascándose la nuca con cierta inquietud. María lo escucha, manteniendo su profesionalidad.
"Es sobre mi vieja... y pues, hay este cuate, Ernesto, el de la carnicería, ¿sabes? Tengo la sospecha de que... pues, que mi vieja... que podría estar... ¿me cachas, no?" dice, buscando en la mirada de María alguna señal de comprensión.
“Mira, esto es más enredado que una lucha libre en domingo. Yo... tengo estas dudas, ¿sabes? Y no son de esas que se van con una chela,” agrega con un tono que intenta ser ligero.
Se acomoda en la silla, buscando las palabras. “Es que, mira, este Ernesto, el carnicero, ese cuate tiene más labia que un vendedor de coches usados. Y mi vieja, que antes ni para un huevo frito era buena, ahora se la pasa haciendo todo tipo de guisos con carne, y siempre de la carnicería de Ernesto."
“Y lo de ayer, eso ya fue el colmo,” continúa con una mezcla de humor y resignación. “Encontré en su bolso una receta para hacer tacos al pastor, pero ojo, escrita en una servilleta del Ernesto. ¡Tacos al pastor, en una casa donde lo más exótico era el arroz a la tumbada!”