Elijah, con la vieja llave oxidada firme en su mano, se detiene al pie de la escalera de piedra que desciende hacia la cripta. La luna, una testigo pálida y temblorosa, apenas ilumina su camino. Cada escalón, húmedo y cubierto de musgo, parece susurrar secretos. Aaron sigue a Elijah con una mezcla de fascinación y temor.
La entrada, un arco de piedra tallada, los observa desde la sombra como un guardián silencioso de historias olvidadas. El parapeto, corroído por el tiempo, parece retorcerse y contorsionarse, como si respirara con un ritmo lento y pesado. Aaron, abrazándose a sí mismo, siente cómo el frío de las piedras penetra en sus huesos.
Al llegar a la puerta de la cripta, Elijah introduce la llave en la cerradura. La puerta, una reliquia victoriana con relieves de ángeles y demonios, gime al abrirse, como si protestara por la perturbación de su sueño eterno. Aaron observa, con los ojos muy abiertos, cómo las figuras talladas parecen moverse en las sombras, danzando una macabra bienvenida.
El interior se revela ante ellos, un vientre de piedra y oscuridad. El aire está impregnado de un olor a tierra mojada y moho, un aroma que habla de muerte y decadencia. Aaron traga saliva, su garganta seca por el miedo. Cada paso que da resuena en el silencio sepulcral, como si cada eco fuera un lamento de los muertos.
Las paredes parecen cerrarse sobre ellos, estrechas y opresivas, mientras se adentran en su corazón. Elijah siente cómo la historia de aquel lugar, con sus secretos y sus tragedias, lo rodea, susurrándole que ya forma parte de una narrativa mucho más antigua y oscura de lo que jamás pudo imaginar.
En la abrumadora oscuridad de la cripta, Aaron saca su móvil con manos temblorosas, activando la linterna. Un haz de luz fría y azulada se proyecta, cortando a través de la penumbra como un cuchillo afilado. La luz revela detalles antes ocultos en la cámara principal, pintando sombras danzantes en las paredes.
El sarcófago de Arthur O'Shea, una obra maestra de mármol negro, se erige imponente en el centro. Las inscripciones doradas brillan bajo la luz del móvil, destacando su nombre y fechas: "Arthur O'Shea (1799 - 1861), Alcalde y Guardián de Innisport". Al lado, descansan otros dos féretros más pequeños y modestos. Uno lleva el nombre de "Eleanor O'Shea (1827 - 1861)", la esposa de Arthur, su lápida adornada con una delicada escultura de rosas entrelazadas, símbolo de amor eterno y pérdida.
El otro féretro, notablemente más pequeño, alberga el descanso eterno de los hijos de Arthur: Elias O'Shea (1848-1848) y Thomas O'Shea (1851-1861). Está adornado con la imagen de dos ángeles, uno sosteniendo una trompeta y el otro una espada, rodeados de estrellas delicadamente talladas. Esta representación es un recordatorio conmovedor de las vidas truncadas en su más tierna inocencia.
En una esquina, casi escondida en la sombra, una inscripción en el muro captura la atención de Aaron. Con la linterna en alto, lee: "Donde Miguel y Gabriel vigilan, dos manos en unión la senda desvelan".