La chica observa a María durante unos segundos antes de darse cuenta de que mirar fijamente es descortés, independientemente de si la otra persona es invidente o no.
"Ah, sí...", suelta finalmente, sacudiéndose su ensimismamiento. Se pasa una mano por el pelo, como buscando las palabras adecuadas. "Verás, hace un tiempo estuve con un chico. Siempre fue algo raro, callado, poco comunicativo, y con un aire de misterio... eso me atraía", comienza, sus ojos desviándose como si reviviera esos momentos.
"Pero luego", continúa, frunciendo el ceño, "empezó a obsesionarse con Internet y a adoptar ideas extrañas. Cosas de QAnon y esas teorías de frikis, ya sabes". Se muerde el labio inferior, una señal de su creciente incomodidad.
"El problema es que...", hace una pausa, tomando aire, "él es irlandés, de pura cepa, y yo soy afroamericana. Y comenzó a soltar barbaridades racistas. A mí me decía que no iba conmigo, que yo era diferente, 'una elegida entre mi gente' o algo así. Sus palabras, según él, no me afectaban". Baja la mirada, claramente perturbada.
"Yo sabía que era una locura, pero... él me gustaba", admite, jugueteando con un mechón de su cabello. "Intenté convencerme de que quizás tenía razón, que lo nuestro era algo así como Romeo y Julieta, no sé". Su voz denota una mezcla de duda y nostalgia.
"Pero entonces...", suspira profundamente, "hizo algo grave. Me enteré y lo dejé. Le advertí que si repetía algo así, lo denunciaría a la policía, pero... ha vuelto a hacerlo y no sé qué hacer". Se abraza a sí misma, como protegiéndose de un frío invisible.
"La verdad es que no quiero denunciarlo", confiesa con un tono de voz más bajo, "y eso me hace sentir terrible, como si fuera mala persona o cómplice de algo". Hace una pausa, sus ojos llenos de confusión y dolor.
"Ah... No sé por qué te estoy contando esto, lo siento", termina con una risa nerviosa, mirando hacia otro lado. "En fin, lo que quiero saber es si va a seguir haciendo esas cosas o si se le pasará la tontería, supongo".