Algunas grandes discográficas como Sony o Warner Bros están hartas de las cantantes que intentan imitar a Swift, que ha vuelto a grabar seis de sus discos para recuperar los derechos de sus canciones.
La industria musical, ese coloso que parece inmutable a pesar de la profunda transformación de la sociedad de consumo, está presenciando otra revolución silenciosa pero determinante. Como cuando nació Napster. Como cuando llegaron iTunes o Spotify. Una vez más, en el centro del debate se encuentran los derechos de autor, que durante las últimas dos décadas han ido a parar cada vez más al bolsillo del artista. Sin embargo, con las ‘Taylor version’ empresas como Sony o Warner Bros han dicho basta. Y, tal y como señala este artículo de Billboard, han terminado imponiendo una cláusula 'anti Taylor Swift' que transformará la industria musical para siempre.
Esta cláusula está inspirada y ha sido desencadenada por la estrategia de Swift, conocida no solo por sus éxitos musicales, sino también por su aguda astucia empresarial. Y es que, en plena lucha por recuperar los derechos de sus canciones, la artista ya ha vuelto a grabar seis de sus discos, lo que ha provocado un antes y un después en la manera en que las discográficas manejan los derechos de las obras de sus artistas. Y, en consecuencia, los contratos que firman con ellos.
Una lucha por el control artístico
La 'cláusula anti Taylor Swift' no es más que grandes sellos discográficos como Sony y Warner Bros tomando cartas en el asunto para evitar que sus artistas puedan seguir los pasos de Swift. Porque la cantante comenzó con esta estrategia después de que los derechos de sus primeras seis obras fueran vendidos a terceras partes sin su consentimiento. Algo que, a día de hoy, nadie puede hacer sus 'Taylor version' de cada disco.
Esta situación ha abierto un debate sobre la propiedad intelectual y el poder en la industria musical. Según datos de Billboard, Taylor Swift no es la única afectada: el 70% de los músicos no poseen los derechos de su música. La respuesta de las discográficas ante este tipo de maniobras ha sido la de ajustar sus contratos para limitar la capacidad de los artistas de regrabar su trabajo (es decir, hacer una ‘Taylor version’ de un álbum anterior). Una práctica que, si bien es legal, coloca a la industria en una situación muy complicada desde el punto de vista ético.
Regrabar discos de éxito
La iniciativa de Swift ha provocado que los sellos refuercen sus contratos con nuevas cláusulas que buscan extender el período durante el cual un artista no puede regrabar su música después de que el contrato original haya expirado. Aunque los detalles específicos varían entre los 15 años o incluso 30 años, el objetivo es claro: retener los beneficios económicos generados por las grabaciones originales el mayor tiempo posible. Actualmente, el estándar es de 7 años sin poder regrabar sus discos.
En una industria donde el streaming representa el 83% de los ingresos totales de la música grabada en los Estados Unidos según la Recording Industry Association of America (RIAA), el control sobre las versiones originales de las canciones se torna imprescindible para quien posea sus derechos. Las versiones regrabadas de Swift no solo han generado millones de reproducciones sino que también han servido como una poderosa declaración de independencia artística (y económica).
Porque la batalla de Swift no es solo personal, es la lucha de muchos artistas que ven en ella un faro de esperanza. Y aunque el camino hacia la emancipación de la influencia discográfica es complejo y está lleno de obstáculos legales, la determinación de Swift y el apoyo que ha generado indican que tal vez estemos presenciando el comienzo de una nueva era en la música: una era de mayor control creativo, de reconocimiento al mérito artístico y de redefinición de los derechos de autor.
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