El negocio operaba en el barrio de Foce (Génova). La policía inició una investigación al observar “un extraño ir y venir de gente calva”.
Imaginemos por un momento la siguiente situación: noche de invierno en el norte de Italia, un grupo de personas se agrupan en torno a cartel de luces parpadeantes. Un policía de incógnito se ajusta la gorra y le da un bocado a un bocadillo de pastrami frío. Enciende lentamente su cigarro y le hace una señal a su compañero que, desde dentro de un Fiat negro, no aparta la mirada de la larga cola que se forma cada viernes noche frente a la peluquería del barrio. Debe ser un buen peluquero, piensa este, la gente sale eufórica del local, sonríen, los ojos abiertos como si la noche hubiera adquirido unos colores más brillantes. Los peinados de los que salen no le parecen nada del otro mundo, pero nunca ha visto a clientes tan satisfechos.
De repente su compañero, desde el auto, inclina ligeramente la cabeza hacia la derecha mientras le mira. Es un gesto rápido, pero ambos han sido entrenados para entender las más mínimas señales. Así que, siguiendo el movimiento del cuello de este, clava los ojos en un punto determinado de la cola.
Escanea con la mirada al sujeto en cuestión, buscando cualquier indicio sospechoso de que esa persona pueda ser el narcotraficante que saben que opera en esa calle, pero que todavía no han sido capaces de identificar. Parece un hombre normal, rozará la cuarentena, tiene un ligero tic en la mano izquierda, cada pocos minutos mira el móvil. Nada que haga indicar que esta es la persona que buscan. Mira desconcertado a su compañero, este vuelve a hacer el mismo gesto, esta vez más insistentemente. Vuelve a mirar. Nada. El compañero esta vez se lleva un dedo disimuladamente a la cabeza. ¿Acaso le intenta advertir que este podría tener algún problema mental? El carabinero no entiende lo que ocurre. Su compañero parece estar visiblemente enfadado y teme que puedan descubrirlo. No lo puede permitir, están tan cerca de atraparlo que cualquier error sería fatal. Súbitamente su compañero sale del coche, ya está, piensa, nos han descubierto, toda la operación al garete. Nada más apearse, en un grito que inunda toda la calle, el carabinero grita: “Ma non vedi che la fila è piena di gente calva?” (”pero acaso no ves que la cola está llena de gente calva?”).
“Extraño ir y venir”
Aunque el suceso haya sido dramatizado, este mismo proceso lógico fue el que siguieron los policías genoveses para destapar un negocio de tráfico de drogas en una peluquería del barrio de Foce (Génova), al observar un “extraño ir y venir” de “personas calvas que probablemente no necesitaban un corte de pelo”.
Dispositivo de vigilancia
Tras observar tal injustificada afluencia, los carabineros desplegaron un dispositivo de vigilancia para averiguar cuál era realmente el negocio del local. Cabe destacar que, a pesar de “algunos clientes acudían a la peluquería únicamente con la intención de adquirir estupefacientes, otros combinaban el corte con la compra de una o más dosis”. Uno no puede más que fantasear acerca de las posibles promociones que se ofrecían en el local y preguntarse cuántos malentendidos habría cuando alguien pedía “la raya en medio”.
Cien gramos de cocaína
Tras efectuar un registro, se encontraron en el local cien gramos de cocaína, varias básculas de precisión y materiales para envasar las sustancias. En el domicilio del dueño, el cual mantenía contacto con prisioneros de una cárcel de Génova, se descubrieron también varios gramos de hachís.
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