Recuerdo cuando se decretó, e incluso los días previos, a la gente que iba al super a acaparar comida, con todo tipo de mascarillas y trajes de protección, con el miedo reflejado en sus ojos por cruzarse contigo. Las colas para entrar, o lo opuesto, vacíos tanto de gente como de género. En una de esas veces, me crucé con un hombre en el pasillo, que iba buscando a ver que le había dejado la gente. Nos miramos, nos encogimos de hombros y nos echamos a reír ante lo absurdo de la situación.
Fueron días de silencio en la calle. De calma. Se escuchaban los pájaros en plena ciudad y la naturaleza se abría camino ante la retirada del hombre. Se notó hasta en la limpieza y pureza del aire.
En lo que respecta a mi rutina y la de mi pareja por aquel entonces, no hubo mucho cambio. Ambos eramos esenciales, así que nos sentíamos los únicos tontos que trabajábamos. No llevé mal el quedarme en casa cuando no iba a trabajar, pero a mi ex, un poco más social que yo, le pesó más.
El confinamiento tampoco ayudó a la relación. Ya estaba tocada, y el encierro terminó de rematarla.