Si Alan percibe el mensaje de María, opta por el silencio. Escuchando a su hija, asiente y avanza por una angosta calle empedrada hasta alcanzar una de las entradas laterales del majestuoso edificio de estilo novecentista conocido como la Nueva Lonja; nueva hacía un siglo.
"Escucha, Bailey. Marina es peculiar, algo esperable en una vidente, supongo. Solo quiero prevenirte para que no te sorprendas si menciona algo inusualmente extraño", le advierte a su hija, lanzando una mirada hacia ella. "Tu madre solía decir que tenía el carácter de un personaje sacado de una de mis novelas, y honestamente, creo que estaba en lo cierto...", comenta mientras penetran en el edificio.
El interior de la lonja se revela ante ellos, marcado por una inusual tranquilidad debido a esa tormenta de nieve fuera de lo común. La mayor parte de la flota permanece en puerto, una realidad palpable en los escasos recursos disponibles y reflejada en la conversación de dos marineros que, fumando en pipa en un rincón, comentan sobre la escasa faena del día.
Al fondo, Marina, una mujer de estatura imponente, cabello rubio y una energía desbordante, dirige las operaciones. Ordena a dos jóvenes, un hombre y una mujer en la veintena, organizar el limitado pescado disponible en cajas repletas de hielo.
"Espera un segundo, Bailey, voy a hablar un momento con ella para asegurarme de que está dispuesta a colaborar. No parecía muy dispuesta por teléfono", añade, dirigéndose hacia la oronda Marina quien al verle llegar pone los brazos en jarra. Finalmente asiente y se lleva a Alan, quien le devuelve una mirada de disculpa a Bailey, dentro de su despacho.
Sola junto a King, Bailey espera que su padre logre que Marina la atienda, cuando un chico no mucho mayor que ella se acerca.
"Te has quedado sola...", dice, con una sonrisa amable. "¿Puedo?", añade, agachándose frente a King, quien parece satisfecho por el anticipo de atención.