La hazaña de la ardilla que, según la mitología popular, era capaz de recorrer la península Ibérica saltando de árbol en árbol apenas causa admiración entre los habitantes de Finlandia, donde hasta los osos, si se lo propusieran, podrían moverse sin poner una pata en el suelo a través de los frondosos bosques que conectan, de sur a norte, Helsinki y Laponia. Allí, en la pequeña comunidad de Levi, se celebra hoy el Campeonato Mundial de Tree-Hugging. Entre la veintena larga de participantes llegados de todos los rincones del planeta, un español, Misha del Val (Bilbao, 1979), se batirá en esta quinta edición del certamen por el ansiado título de Mejor Abrazaárboles que concede la World Tree-Hugging Association.
En esta época del año, el vecino municipio de Kittilä, donde vive Del Val con su pareja, la también artista Raisa Raekallio, despide a los últimos turistas del verano. «Cuando más visitas recibe el pueblo es en diciembre», nos informa el pintor por teléfono desde el oasis de silencio de su estudio, tan sólo quebrantado por el lejano rumor de los ladridos de su perra Kolja, un samoyedo de impoluta melena blanca. «Y eso a pesar de las temperaturas extremas [hasta 30 grados bajo cero] y la brevedad de los días [en invierno, la luz puede durar unas pocas horas]». Son las nueve de la mañana, pero Misha del Val, que hace tiempo que no prueba el café, habla con la lucidez de un sabio redivivo. «Ahora amanece a las cinco, que es cuando salgo a caminar con Kolja. Y eso te entona...».
Dicen que los largos paseos vigorizan la memoria, pero Misha del Val no recuerda la primera vez que abrazó un árbol. «Igual fue de adolescente, en Bilbao, y para hacer la broma», evoca, pero no recupera la imagen en su cabeza. «Sé que esto del free-hugging causa risa y hasta sirve de insulto para ridiculizar a los ambientalistas más incómodos. A mí siempre me ha gustado hacerlo, no me da vergüenza que me vean pegado a un tronco, pensando, sintiendo...». Hace 10 años, cuando empezó a familiarizarse con la lengua de su país de acogida, quedó fascinado con un matiz semántico. «En finlandés hay dos formas de seriedad: vakavasti, enfocado a la gravedad de algún asunto, y vakavissaan, que implica compromiso y sinceridad, que es como yo entiendo la práctica de abrazar árboles».
En Finlandia el halipuu (como se la conoce) se inscribe dentro de una tradición más amplia de culto a la naturaleza. «En algunas partes del mundo se considera una frikada new age, pero aquí adquiere otra dimensión», confirma el artista, que además de ganarse la vida con la venta de sus cuadros y las exposiciones (las próximas: en el Aboa Vetus & Ars Nova de Turku y el Aine Art Museum de Tornio), estudia Filosofía a distancia por la UNED. «No soy ningún gurú ni experto en esta disciplina, pero sí sé que ciertos gestos, por pequeños o ridículos que nos parezcan, pueden cambiar nuestra percepción de las cosas y fomentar el respeto a los demás», reflexiona en voz alta. «No hace falta llegar al activismo militante. Basta con adquirir conciencia de que este ser vivo que ha tardado cien años en crecer no es sólo materia prima que alguien haya puesto ahí para satisfacer tus necesidades».
El Campeonato Mundial de Tree-Hugging se creó, precisamente, para desestigmatizar este tipo de planteamientos. «No somos terraplanistas ni hemos perdido el norte», se defiende a 170 kilómetros por encima del Círculo Polar Ártico. «De hecho, cada vez hay más estudios científicos que confirman los beneficios de abrazar árboles». Le pedimos pruebas y, a través de su cuñada, Riitta Raekallio, la fundadora del certamen, nos remite por correo varios papers sobre los efectos del shinrinyoku (o baños de bosque) en el sistema inmunológico, la influencia de los fitoncidas de las plantas sobre algunas células malignas o la función de los iones negativos de los árboles como antídoto del estrés y la ansiedad. Por no hablar, por supuesto, de las innumerables propiedades de la savia.
Más allá de estos tecnicismos, algunos discutibles, queda claro que quienes participan en la Tree-Hugging World Championship lo hacen, fundamentalmente, para divertirse. «Todo surgió a raíz de la pandemia, para levantar el ánimo de quienes aún llevaban la soledad a cuestas», recuerda. «Además, Raisa y Riitta querían salvar de la tala un bosque familiar y para ello decidieron crear el santuario HaliPuu, donde se pueden adoptar árboles de manera presencial y a través de la página web». Según el pintor bilbaíno, las especies autóctonas son un reflejo del carácter de los lugareños. «Aquí los abedules, pinos y abetos son modestos, más bien bajitos, pues deben realizar sus funciones en los tres o cuatro meses de sol». El resto del tiempo, sobreviven bajo una espesa capa de nieve y hielo que, en las noches más despejadas, sirve de espejo a las imponentes auroras boreales.

Un participante de la pasada edición del Campeonato Mundial de Tree-Hugging. Raisa Raekallio
La competición, que se retransmitirá en directo a través de redes sociales, se divide en tres categorías. La primera, speed hugging, consiste en abrazar en un minuto el mayor número de troncos de una zona previamente señalizada. En la segunda prueba se valora el mejor «abrazo dedicado» a una especie en concreto. Y, finalmente, en las tandas de estilo libre (donde Del Val se siente más fuerte) se conceden puntos en función de la originalidad y la creatividad. «No tengo nada preparado, la verdad, soy más de improvisar sobre la marcha», se sincera el representante español de esta cita internacional. «Los hay que leen poemas a la naturaleza y quienes adoptan posiciones excéntricas, como colgados boca abajo o realizando algún tipo de acrobacia».
Será su debut en la disciplina después de cuatro ediciones como espectador. «Hace dos años, colaboré con la organización en calidad de jurado, pero hasta ahora no me había atrevido a dar el salto». El ganador combinado de las tres modalidades se colgará la medalla de Campeón Mundial de Tree-Hugging 2024 y podrá disfrutar de una sesión de relajación arctic cocooning en las hamacas que la familia Raekallio tiene distribuidas por varias zonas del bosque. «Es algo simbólico, pues aquí ganamos todos», se aviene a aclarar el debutante. «Una vez acabadas las pruebas, encendemos una fogata donde calentamos café, freímos salchichas y damos forma a los malvaviscos sobre las llamas». Imposible resistirse a los encantos de una experiencia origi-naria del que, por séptimo año consecutivo, ha sido reconocido como el país más feliz del mundo.

En la modalidad de estilo libre de 'tree-hugging' se valora la originalidad y creatividad del concursante. Raisa Raekallio
La tradición de abrazar árboles echa raíces en ancestrales ritos religiosos del druismo de la cultura celta, el sintoísmo japonés, el chamanismo, la mitología nórdica, el budismo o el taoísmo. Ya entrados en el siglo XX, el tree-hugging se convirtió en todo un emblema para los preservacionistas y otros defensores del medio ambiente, sobre todo después de que Gaura Devi (activista india del movimiento ecológico Chipko en el Himalaya) y Julia 'Butterfly' Hill (su homóloga estadounidense, que vivió durante 738 días en una secuoya gigante de California conocida como Luna) se jugaran la vida para frenar la deforestación de varios bosques. «Estas mujeres demostraron que con determinación y valentía se pueden hacer cosas grandes».
Tal ha sido el efecto llamada del tree-hugging que, en apenas unos años, ha pasado de generar risa, o incluso rechazo, a crear tendencia dentro de la amplia y algo descontrolada amalgama de terapias alternativas contra las muchas angustias de la vida moderna. Hasta el punto de que el Ayuntamiento de Cabezón de la Sal, en Cantabria, ha tenido que tomar medidas contra los abrazaárboles de su Monumento Natural de las Secuoyas, que recibe más de 200.000 visitantes al año. «Cualquier cosa, llevada al exceso, puede degenerar en riesgo para la convivencia», asegura Del Val. «Si todo el mundo quiere hacerse el selfie con el árbol, al final las cortezas se degradan y el objetivo de esta iniciativa queda reducido a mero reclamo turístico».

En la segunda prueba del concurso los participantes dedican un abrazo a una especie en concreto. Raisa Raekallio
A pesar de la creciente oferta de planes y recorridos por los árboles más longevos, grandes, históricos y bellos de España, nuestro país aún no cuenta con una asociación oficial y específica, como el Forest Bathing de Japón o la Friends of the Trees Society de Washington, que canalice las actividades, e inquietudes, de un colectivo cada vez más numeroso. «Ojalá que dentro de poco alguien se atreva a organizar un mundial en España...», fantasea el artista.
Sobre uno de los caballetes del estudio de Kittilä, en uno de los últimos lienzos que han pintado simultáneamente Misha del Val y Raisa Raekallio (un poco al estilo indistinguible del matrimonio Delaunay), destaca un majestuoso álamo con el tronco teñido de un rojo incandescente. «Los árboles, y más concretamente los bosques, tienen una gran presencia en nuestra obra», confirma. «Con el tiempo he aprendido no sólo a pintarlos bien, sino a localizar el árbol-madre, el de las raíces más profundas que cuida de los de alrededor y abastece de nutrientes el subsuelo». Hay quien sostiene que los árboles son, en realidad, carnívoros ralentizados. «Tiene gracia porque, visto así, todos somos iguales. Al final, venimos de lo mismo...».