Pues estaba la contraria tomando un café sola después de hacer unas gestiones cuando se le acerca un caballero de piel oscura como la noche y acento de la ignoto África Negra y casi sin mediar palabra se sienta en su mesa. El joven (pues rondaría la treintena) se deshizo en piropos hacia mi mujer con un aliento que podría considerarse alcohólico pero nada más lejos de la realidad ya que el interfecto se declaró musulmán practicante y, como tal, presentó su deseo se hacer de mi mujer una de sus esposas ya que tenía varias (no concretó número) y cinco hijas. Pero he aquí el giro inesperado ya que para reafirmar su petición, propia sin duda de un amor a primera vista y un deseo a segundo toque (el acercamiento fue ya cuasi íntimo), se presentó como un príncipe de extensa capacidad pecuniaria.
Pero ¡oh desgracia! mi mujer, como facha que es como miembro activo de Junta Democrática, rechazó los avances maritales y corporales el buen príncipe, primero de palabra suave y luego de acción brusca ya que le incrustó la cucharilla del café en el esternón hasta que su alteza se rindió y fue a buscar pastos más frescos y menos agrestes donde pastar.
A la llegada a casa y tras contarme su desafortunado incidente la reproché que no hubiera tenido más tacto ya que un príncipe con cinco hijas, seguramente casaderas, habría estado abierto a un trueque de, quizás, dos por una, con el que todos (y todas) hubiéramos salido ganando.