Cada mes, un dolor a la altura de la pelvis. A veces, como una punzada que se irradia a muslos y espalda; otras, como una molestia sorda que no se va. Puede ser sutil y simplemente incomodar o convertirse en un tormento que te tumba, literalmente. Así describen el dolor menstrual —dismenorrea, en el argot médico— una quincena de mujeres consultadas para este reportaje. No lo sufren todas, pero es un síntoma frecuente y, en muchas ocasiones, invalidante: una encuesta de la Sociedad Española de Contracepción (SEC) publicada este viernes señala que el 40% de las mujeres tiene dificultades para hacer una vida normal debido al dolor y al sangrado de la menstruación. Y casi la mitad (el 46,3%) entre los 15 y los 49 años necesita medicación, cada mes, para poder lidiar con ese dolor.
La dismenorrea navega todavía en un mar de incógnitas. Puede tener causas anatómicas o ser señal de una enfermedad escondida, como la endometriosis. Pero, en muchos casos, hay dolor menstrual sin una explicación clara y concluyente. Los expertos advierten de que la investigación sobre estos cuadros es limitada y los tratamientos no han innovado: falta visibilidad, dejar de normalizar el dolor y reforzar la atención personalizada a estas mujeres, avisan.
La comunidad científica acostumbra a diferenciar la dismenorrea primaria, asociada al sangrado menstrual y sin ninguna patología pélvica vinculada; de la dismenorrea secundaria, entendida como síntoma de una dolencia subyacente. Pero el ginecólogo Francisco Carmona, consultor senior del Hospital Clínic de Barcelona y director de la Unidad de Endometriosis y del Programa de Trasplante Uterino, enmienda esa distinción: “Eso es un error conceptual. La dismenorrea secundaria se refiere a aquella en la que conocemos la causa y la primaria, a aquella en la que no tenemos una causa, pero que no la conozcamos no significa que no la haya. El dolor menstrual no es normal y no podemos aceptarlo como tal solo porque no somos capaces de encontrar un origen”, zanja. Una revisión científica de 2014 cifró la prevalencia de dismenorrea en una horquilla que baila del 16% al 91% de las mujeres en edad reproductiva, y las que presentaban dolor intenso podía alcanzar el 30%.
No es fácil dimensionar el fenómeno, lamenta Abel Renuncio, portavoz de la Sociedad Española de Contracepción (SEC): “Hay mucha variabilidad en las fuentes de información porque todo lo relacionado con el dolor entra un factor personal subjetivo. Y tampoco se recaba la suficiente información porque son síntomas invisibilizados y normalizados por muchas mujeres y por la comunidad científica”. En la encuesta de la SEC, realizada a una cohorte de 1.700 mujeres, el 75% admite sentir dolor durante la regla —el 19,5% declara sufrir dolores fuertes— y la necesidad de medicación para paliar este malestar baila según la edad: va del 63,4% entre las adolescentes hasta el 31,5% que registran las de 45 y hasta los 49 años.
Clara pide un ibuprofeno a Elena. Elena la mira: “La regla, ¿no?”. La regla, sí. Clara está en la treintena y cada mes toma “tres o cuatro, solo para los dos primeros días, dos veces al día”. No es mucho, o al menos no es tanto como la cantidad que necesita Carmen: “Voy a caja por mes y hay meses que tampoco es que me hagan mucho, cuando me da más el dolor de cabeza que de ovarios, tiro al paracetamol”. Ella ya tiene 42 y Andrea, casi 20 menos: “Enantyum y naproxeno o no puedo ni levantarme, tres o cuatro días, es lo que me funciona a mí, pero hay meses que nada funciona”.
La menstruación cambia a lo largo de la vida —desde los días que dura hasta la cantidad de sangrado o los dolores que acarrea—, pero para quienes necesitan medicarse, aunque sea solo durante una etapa, implica un consumo continuado de antiinflamatorios. Pero esa medicación crónica “no es inocua”, como no lo es ninguna medicación que tenga que tomarse de forma prolongada en el tiempo, dice José Cruz Quílez, el presidente de la SEC. Riesgo cardiovascular, problemas renales o de hígado están asociados a consumos altos y prolongados de ibuprofeno y paracetamol, sobre todo para aquellas personas con alguna patología de base.
Ceci tiene 42 años y desde los 9, cuando en quinto de primaria tuvo la primera regla, ha arrastrado dolores fortísimos sin tratamiento alguno que le funcionase: “Tenía reglas superabundantes, con muchos coágulos, muy dolorosas e incapacitantes. Eran cólicos punzantes en los ovarios que bajaban por las piernas y subían hacia los riñones. En la universidad tuve dolores tan fuertes que llegué a desmayarme”, cuenta. El sufrimiento era completamente invalidante, pero lo normalizó: “Me hacía una bolita en la cama o pasaba tiempo en el baño. Pero siempre pensé que era normal y que tenía que tomar medicinas para ir al instituto, a la universidad o a trabajar”.
Así estuvo hasta el año pasado, cuando, en una visita a urgencias en un hospital especializado, le detectaron adenomiosis, una dolencia que sucede cuando el tejido endometrial, en vez de desarrollarse dentro del útero, crece en la pared muscular de este órgano. Ceci se sometió a una histerectomía y una fulguración de ovarios y, desde entonces, no ha tenido dolor: “Me ha cambiado la vida por completo”, celebra.
La dismenorrea puede deberse a causas anatómicas, explica Renuncio: “Influye la cantidad de sangrado que tiene esa mujer o según cómo sea el cuello del útero. A más sangrado, más dolor porque hay más actividad contráctil del útero [para favorecer la salida del endometrio]”. Pero el dolor menstrual también puede ser sintomático de un cuadro patológico severo, como la adenomiosis de Ceci. “Puede ser por un útero miomatoso [en el órgano aparecen miomas, que son tumores benignos formados a partir de células de miometrio], por haber tenido infecciones genitales, por las cicatrices de una cesárea o puede darse también en mujeres portadoras de DUI. Aunque lo más común es la endometriosis, una enfermedad muy infradiagnosticada”, agrega el portavoz de la SEC. Esta dolencia, que afecta al 11% de las mujeres en edad reproductiva en el mundo, sucede cuando el endometrio, que recubre la cavidad uterina, crece fuera de él.
Un agujero de conocimiento
Encontrar la causa última del dolor menstrual, en cualquier caso, no siempre es sencillo. Durante la menstruación, hay una reacción inflamatoria a nivel endometrial donde están implicados muchos factores hormonales y moléculas para favorecer la salida del endometrio, pero el mapa de la dismenorrea no está completo y falta profundizar en el origen de muchos cuadros de dolor, avisa Carmona: “Hay muchos agujeros de conocimiento. Se investiga muy poco”. Incluso, cuando se trata de patologías cuya asociación está bien definida, como la endometriosis, el diagnóstico puede ser también complejo.
En la encuesta de la SEC, un 8% reportaba un diagnóstico de endometriosis y, de ellas, el 64% admitía que había tardado más de cinco años en ser diagnosticada. “A veces, el diagnóstico es difícil porque no se ve en pruebas de imágenes, pero eso no quiere decir que no haya endometriosis. El problema es que tampoco hay un análisis que permita descartar la enfermedad: puedes tener todas las pruebas normales y tener endometriosis. Se trata de una patología que tiene unos síntomas que se normalizan e invisibilizan por motivos de género”, abunda Renuncio.
La experiencia de Ceci está dentro de esa bolsa de casos severos que esconden una enfermedad más compleja detrás, pero en medio de esto y una regla sin dolor, hay una escala de grises con historias diversas de mujeres que conviven con un dolor menstrual sin causa identificada. Como Amaya Galeote, una coreógrafa de 48 años que lleva desde los 13 padeciendo un suplicio en cada regla: “Es como si alguien me arrancara algo de dentro: el dolor me llega a la espalda y me baja a los cuádriceps. Si no tengo ensayo, me quedo en la cama porque me impide vivir. Siempre ha sido así, pero me sigue frustrando muchísimo porque cada mes es un infierno”, relata. Nunca le han encontrado la causa de ese dolor tan incapacitante ni nada que explique tal intensidad de malestar. En su bolso, cuenta, siempre hay antiinflamatorios, “por si acaso se adelanta la regla”, y recurre a esa medicación y a bolsas de agua caliente ya unos días antes de que empiece la menstruación para pasar el trago. “El primer día es un infierno”, insiste Galeote.
Cruz, ginecólogo, recuerda “la importancia de protectores gástricos cuando se consumen antiinflamatorios como es el ibuprofeno” en dosis altas y de forma prolongada, algo que no siempre se hace, pero que, en cualquier caso, es mejor también que paute un médico. Y también siempre bajo la supervisión de un especialista deberían tomarse los anticonceptivos, que no solo sirven para evitar un embarazo. Según la encuesta de la SEC, “el 29,4% de las mujeres utiliza algún método anticonceptivo como tratamiento para alguna patología o para regular su regla, aunque no lo necesite como anticonceptivo”. Para el dolor de la regla lo usa un 8,9%, el 6,8% como terapia contra el sangrado, y el 7% por ambos motivos.
Se observa un uso más frecuente de algún método anticonceptivo como tratamiento para alguna patología o para regular su regla entre las mujeres de 15 a 19 años y las de 25 a 29, apunta el informe. Datos que van descendiendo cada año, explica Cruz. El ginecólogo asegura que cada vez ve más cómo las mujeres prefieren no tomar hormonas: “Quieren menos intervenciones médicas, sobre todo las más jóvenes. Es verdad que cuando se tienen opciones, cada una puede elegir según sus preferencias, lo cómodo que le resulte un método u otro, o las propias características de la regla de cada una, pero también es verdad que a veces las hormonas son lo más indicado. Imagina que vas al endocrino, tienes diabetes, te pauta insulina y tú dices que no, que hormonas no, porque la insulina es una hormona. A veces, para los dolores de la regla, pasa lo mismo”.
De fondo, explican los expertos, subyacen de nuevo esos agujeros de conocimiento y la falta de investigación para encontrar nuevos abordajes terapéuticos. “Cualquier tratamiento hay que individualizarlo, pero este es un ámbito en el que seguimos trabajando con medicamentos que llevan tiempo, no hay muchas novedades. Hay un sesgo de género claro y no se investiga tanto como en otras patologías”, lamenta Renuncio. Carmona coincide: “Se están abriendo nuevas vías de investigación, pero seguimos todavía muy atrás, sin más opciones más allá de terapia hormonal y analgésicos. Estamos todavía muy huérfanos en investigación”.
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