He terminado Final Fantasy VI (nunca antes lo había probado) y por los momentos lo único que recuerdo es la carcajada en formato MIDI del bufón genocida.
Tal vez se ríe porque lo voy a tener bastante difícil para encontrar una experiencia parecida, incluso dentro del mismo catálogo de la franquicia, o porque sencillamente su mofa burlona proviene de alguien que se burla del tiempo, porque después de todo, la inmortalidad es un concepto abstracto, pero este sexto capítulo ya se encuentra en un panteón exclusivo que se ha mantenido firme, y se mantendrá, durante años y años.
Se supone que os iba a hablar del año 1994, del Rey León, de Friends y de la explosión del Eurodance con los suecos de Ace of Base a la cabeza. De cómo la iconografía pop era tan diferente en esos tiempos, y de cómo un videojuego "nunca se había atrevido a tanto" gracias a una narrativa diferente, un reparto coral que se movía entre temas inéditos en el medio (el atentado suicida de Celes es digno de estudio, especialmente para una época donde la salud mental no se abordaba como hoy en día).
Pero más allá de los datos y las anécdotas, lo que realmente quiero compartir es la sensación de haber vivido una historia que trasciende el tiempo. Final Fantasy VI no es solo un juego; es un viaje emocional que te lleva a través de la desesperación, la esperanza y la redención. Me arriesgo con una línea de pensamiento muy manida: Cada personaje, cada melodía, cada escena está impregnada de un "no sé qué" que es difícil describir con palabras. Especialmente después de 30 años, mucho ha llovido tanto a nivel narrativo como técnico.
Cada vez que pienso en Terra, Locke, Edgar y el resto del elenco (destaco a Sabin, mi favorito), no puedo evitar sentir una conexión profunda con sus luchas y sus triunfos. La risa de Kefka, aunque perturbadora, es un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, hay una chispa de resistencia y esperanza.
Final Fantasy VI no es solo un juego que se juega; es una experiencia que se vive y se siente. Es un testimonio de cómo los videojuegos pueden ser una forma de arte que toca nuestras almas y nos deja una marca indeleble. Y aunque encontrar una experiencia similar puede ser difícil, la búsqueda en sí misma es un homenaje a la grandeza de este clásico.
Veo atrás y pienso que haber creado un título así, especialmente en esa época, solo puede clasificarse como demencial.
Que nunca desaparezca la magia en estos mundos.