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Es una gran película en el sentido más amplio de la palabra. Desde la duración hasta las interpretaciones, pasando por el fastuoso diseño de producción. Recuerda como no podía ser de otra manera a las obras maestras épicas del Nuevo Hollywood. Tiene un sustrato fílmico casi mineral, o dicho de otra manera, tiene el tono y la cadencia del gran cine americano.
Propone una reconstrucción del Western parecida a la que encontramos en Deadwood: de la tierra sin ley pasamos al estado clientelar, a la inherente corrupción del poder. Scorsese propone un Western materialista dialéctico, no ya crepuscular sino subversivo. Y al mismo tiempo reinterpreta el melodrama en tono menor, asfixiante y manipulador.
Y ahí reside el verdadero poder de la película, en ese triángulo de poder entre tres personajes (DiCaprio, DeNiro y Gladstone) donde se retrata tanto el mal como el amor desde la más cruel de las ambigüedades, puesto que eso es ser humano, poder amar y herir al mismo tiempo. El mal, lo vil y despreciable, nunca nace de lo elevado, sino del barro, de lo más mundano que hay en nosotros: la estupidez, la avaricia, la envidia o el odio, conceptos que se prestan a la manipulación de los poderosos y que se acaban estratificando en el día a día hasta ser indiscernibles.
Sigue habiendo Rock n Roll en la mirada de Scorsese, no es una película de corte más europeo como podía ser la magnífica Silencio, Killers of the flower moon tiene ese tono americano que tan bien ha manejado el maestro a lo largo de su obra, remarcando la ambivalencia de los flujos de dinero y violencia, siempre inseparables en el país que tan bien ha retratado. La cadencia es más lenta, pero el pulso sigue siendo enérgico, incluida la maravillosa banda sonora del ex integrante de The Band Robbie Robertson, los travelling rápidos marca de la casa y los montajes en paralelo. Pero se intuye cierto rencor, cierta aspereza en el trato de una historia que Scorsese no puede más que contarnos con sobria indignación.
Obra maestra o no, me da igual, es una gran película de un gran autor al que le queda mucho por decir y mucha energía cinematográfica en sus venas. Por desgracia parece que en lo que se ha convertido el cine no puede seguirle el ritmo a directores como Scorsese y por eso cada una de sus películas parecen el canto de cisne de un arte condenado a perecer en la intrascendencia, la banalidad y el hastío.