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"En el cine ya no existen milagros desde que murió Dreyer."
Con esta frase en boca de uno de sus personajes parece recordarnos Erice en qué ha consistido su legendaria carrera como cineasta. Auto homenaje, recapitulación final, película total; Cerrar los ojos puede ser muchas cosas pero por encima de todo es tanto un réquiem por el cine como una forma de saldar deudas con los numerosos fantasmas que ha sembrado la obra del español, la de un director superdotado y único al que el séptimo arte nunca se lo ha puesto fácil.
Se trata de su film más literario, donde la palabra coge en muchas ocasiones un protagonismo casi absoluto, y de una pureza cinematográfica tan bella como crepuscular. La perfección de poner la cámara en el único lugar posible para ese plano, y de cortar en el momento definitivo. Pues Cerrar los ojos es eso, una película definitiva sobre lo definitivo, sobre el paso del tiempo y la memoria, sobre nada más y nada menos que el cine como arte total.
Resultan fascinantes las referencias a su obra anterior, desde esa mirada de Ana Torrent que no ha cambiado en tantos años -desde que era una niña en El espíritu de la colmena-, hasta ese Sur que siempre fue imaginado pero que ahora cobra forma: materia, luz y sonido en este abrumador acto final donde el rumor de las olas no deja de sonar en cada plano.
Pensaba que tras Fallen Leaves no vería una peli mejor en este año también aciago para el cine como lo son todos últimamente, pero ha llegado Erice -que quizás nunca se fue del todo- y nos ha regalado otra maravilla, tan perfecta como dolorosa. Un milagro.