Era una día de octubre de 2021 en Richmond, Kentucky. Natasha Miller se preparaba para cumplir con su rutina habitual: preservar los órganos de donantes para su posterior trasplante. Las enfermeras entraron al quirófano empujando la camilla que llevaba al donante, un hombre de 36 años que había ingresado por sobredosis. Sin embargo, algo no le cuadraba a Natasha.
No parecía estar tan muerto como se suponía. Se movía. No había duda. Y cuando se acercó más, pudo ver unas lágrimas recorriendo sus mejillas.
El estado del donante puso nervioso al personal allí presente. El cirujano encargado de la extracción dio un paso atrás, visiblemente incómodo, y dijo: «Me largo. No quiero saber nada de esto».
La coordinadora de la operación, confusa y nerviosa, decidió llamar al supervisor en busca de instrucciones y este le dejó claro que había que encontrar a otro doctor dispuesto a realizar la extracción. «Hay que hacerlo», le ordenó entre gritos.
Nyckoletta Martin, otra empleada del mismo hospital, también encargada de la preservación de órganos, revisó los informes del caso y descubrió un detalle inquietante. Aquella misma mañana, los médicos habían realizado un cateterismo cardíaco al paciente para evaluar si su corazón era viable para ser trasplantado. Durante el examen, el hombre se despertó y comenzó a moverse. La reacción de los médicos fue sedarlo y mandarlo a la sección de «Charcutería», como si allí no hubiera pasado nada.
Afortunadamente para el no muerto, la operación fue cancelada y nuestro involuntario protagonista de esta historia, Anthony Thomas “TJ” Hoover II, sigue vivito y coleando.
De la que me he librao
Podéis leer la historia completa, desmentidos poco convincentes incluidos, aquí:
https://www.npr.org/sections/shots-health-news/2024/10/16/nx-s1-5113976/organ-transplantion-mistake-brain-dead-surgery-still-alive
La noticia me ha recordado a esta mítica escena de «El sentido de la vida».