Yo y mis compañeros de clase también nos subíamos a la azotea de la finca de uno de ellos cuando estábamos en primero de la ESO, era un decimo creo. Hasta que un día acabaron llamando a la policía porque nos vieron sentados al borde de la azotea del edificio con los pies dando a la calle.
Es curioso porque cuando crecí me volví incapaz de subirme a una silla sin que me diera vértigo, mucho menos las escaleras o las plataformas elevadoras a las que me subo a veces al trabajar.