Bailey, confundida, asqueada y furiosa, deja al asesino caer al suelo, deslizándose hasta dejar la espada bastarda libre, goteando sangre. Las lágrimas que afloran a los ojos de la chica no son sólo por el dolor agónico de la herida en su espalda, pero no tiene tiempo para eso ahora. Con una mano agarrotada logra sacar la poción curadora que le habían entregado, pero al levantar la vista, sus ojos le revelan que hay alguien en peor condición que ella.
Con pasos torpes y apresurados, Bailey se acerca al comerciante herido. Jadeando y sintiéndose enferma, la rubia clava su espada en la tierra, se arrodilla junto al comerciante y descorcha la poción. King, que la observa desde arriba gimoteando al verla herida, atrae su atención por un momento. Sin dudar un instante, Bailey hace un gesto con la cabeza hacia los enemigos que aún quedan.
King, furioso por la herida de Bailey y la visión de enemigos aún vivos, obedece a su ama y sale corriendo a por ellos mientras la joven da a beber al comerciante la poción.