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@PAL
Valiente, con Milly bien agarrada a las riendas, arranca como un relámpago. La yegua corre con todo lo que tiene, sus cascos golpeando el suelo como tambores de guerra. Milly se inclina hacia adelante, animándola con pequeños tirones y palabras que apenas se oyen entre el viento que corta su rostro.
Durante un rato que parece eterno, Valiente mantiene un ritmo frenético, como si el mismísimo Averno estuviera detrás de ellas. Pero la épica tiene sus límites, y el cuerpo de la yegua empieza a flaquear. Poco a poco, sus resoplidos se vuelven más pesados, y las zancadas pierden esa energía desbocada. Finalmente, su paso se reduce, convirtiendo la huida en algo más cercano a una cabalgada resignada.
Milly, jadeando casi tanto como su montura, gira la cabeza para ver cuánto terreno ha ganado, pero lo que encuentra es un escalofrío recorriéndole la espalda. A lo lejos, pero acercándose como el destino inevitable, están Ronan, montado en el imponente King, y María, cabalgando con elegancia sobre Bailey. Los dos avanzan con una resistencia que parece inagotable, acercándose a su objetivo con determinación.
King, con sus patas poderosas y su hocico apuntando al horizonte, se coloca a la derecha de Milly, mientras Bailey, con la gracia etérea de un unicornio, toma posición a su izquierda. La yegua de Milly, exhausta, queda atrapada entre ambos como en una coreografía ensayada. Los tres avanzan en un tenso silencio, roto solo por el retumbar de los cascos y el jadeo cansado de Valiente.
A un centenar de metros detrás, Trueno hace su entrada, llevando a Elijah y a Rachel. Aunque pone todo su empeño, el caballo no puede igualar la velocidad de los líderes de esa improvisada carrera. Elijah parece concentrado en el camino, mientras Rachel, aferrada a su cintura, intercala susurros de frustración con lo que podrían ser maldiciones por la situación que les ha tocado vivir.
Y mucho más atrás, casi como el epílogo de una balada absurda, aparece Trufo, el fiel pero irreverente pony de Milly. Sin prisa y con toda la calma del mundo, camina a trompicones, parándose de vez en cuando a mordisquear hierba al borde del camino, como si su forma de ayudar a su ama fuera no participar en su cacería.