Todos
Sin una palabra, Elijah agarra la mano de Milly, inmovilizada bajo la red, sus dedos aferrándose a su muñeca con una fuerza implacable.
Milly, atrapada y desesperada, forcejea inútilmente, sus ojos anegados de lágrimas buscando compasión en los rostros de sus compañeros. Pero no encuentra nada. Ronan, firme, cubre su boca con su gran mano, sofocando sus gritos. Elijah, con la navaja en mano, coloca la hoja contra la base de su dedo, justo donde el anillo parece aferrarse a ella con un propósito propio, como si estuviera vivo.
El primer corte rompe la piel, y un fino hilo de sangre resbala por la mano de Milly. No es tan sencillo como podría parecer; la navaja desgarra músculo y tendones con un sonido horripilante que hace que incluso el aire parezca contener la respiración. Elijah, imperturbable, aplica más fuerza, raspando y torciendo mientras avanza hacia el hueso. Milly tiembla y llora desconsoladamente, sus ojos suplicantes rogando piedad, pero Elijah no se detiene.
Cuando la hoja choca con el hueso, el avance se vuelve aún más arduo. El dedo parece resistirse, como si el anillo mismo estuviera luchando para mantenerse unido a su portadora. Pero Elijah sigue adelante, y con un último esfuerzo, la navaja corta al fin el hueso. El dedo cae al suelo con un leve sonido sordo.
Lo que ocurre después es tan perturbador como el acto mismo. Ante los ojos del grupo, el dedo comienza a pudrirse de inmediato. La piel se ennegrece y se contrae, los músculos se desintegran en una sustancia viscosa, y el hueso se fragmenta hasta convertirse en ceniza. Un humo negro y denso se eleva de los restos, retorciéndose en el aire antes de desaparecer con un siseo siniestro.
El anillo, ahora liberado, reposa solitario sobre la tierra polvorienta. Su brillo apagado lo hace parecer inerte, pero su presencia inquietante pesa como un recordatorio de su poder.
Milly, derrotada, se desploma sobre el camino. Su rostro se vuelve de un blanco espectral, como si toda la sangre hubiera sido drenada de su cuerpo. Un tenue aliento escapa de sus labios, como un hilo de vapor que se eleva y desaparece en el aire, dejando la impresión de que algo vital ha abandonado su ser.
El grupo observa con horror cómo su pecho deja de moverse y su pulso parece detenerse. Milly yace inmóvil, su cuerpo inerte y sus ojos entreabiertos apagados, como si la vida misma se hubiera marchado junto con el humo del anillo. Un silencio sepulcral se cierne sobre ellos, incapaces de apartar la vista de lo que acaban de presenciar.