Elijah y Pizz
Pizz y Elijah, nuestros dos heroicos representantes de la elegancia y el decoro, se dirigieron al puerto con el entusiasmo de dos lobos hambrientos entrando en un corral lleno de gallinas. Bajo la luz parpadeante de unas pocas linternas, el puerto estaba lleno de sus habituales madrugadores y noctámbulos: pescadores preparando redes, prostitutas buscando clientes, borrachos tambaleándose entre charcos de orines, y un perro que, por lo visto, estaba reevaluando las decisiones que había tomado en su vida frente a un barril volcado.
El olor, por supuesto, no mejoraba de madrugada. No había pescado a la vista, pero el aroma del puerto —mezcla de sal, maderas húmedas y algo que podía o no ser un cadáver en descomposición— seguía siendo abrumador. Aún así, eso no detenía a Pizz. Nada detenía a Pizz.
“¡PLACER!” gritó el goblin, acercándose a una mujer que estaba sentada en un barril remendando una red con más agujeros que una historia mal contada.
La mujer, que tenía los brazos de alguien que podría remar durante horas sin pestañear, lo miró con un desprecio absoluto antes de darle un bofetón tan fuerte que Pizz dio un par de pasos hacia atrás, sorprendido.
Elijah, acostumbrado ya a las salidas del goblin, suspiró y se llevó la mano a la cara. “Pizz, por favor, ¿quieres usar un poco de tacto? No todas las mujeres que ves por aquí están para... eso.”
Pizz ladeó la cabeza, claramente desconcertado. “¿Cómo lo sabes?”
Elijah se encogio de hombros, tratando de no perder la paciencia.
Mientras discutían en voz baja, una mujer de mediana edad, con el cabello recogido en un pañuelo y el rostro curtido por años de trabajo, se les acercó. Sus ojos eran pequeños, pero brillaban con una astucia que denotaba que nadie se reía de ella dos veces.
“¿Y vosotros qué buscáis a estas horas?” preguntó.
“Algún sitio donde pasar la noche caliente,” respondió Elijah, sin pensar demasiado en sus palabras.
La mujer alzó una ceja, dejando claro que no estaba segura de si reírse o lanzarles algo a la cabeza. Finalmente, se limitó a señalar con un gesto seco hacia una esquina donde una puerta apenas iluminada se mantenía entreabierta.
“Allí. Es el único sitio que os aceptará... tal y como estáis,” dijo, oliendo a Pizz sin disimulo.
El lugar no prometía mucho desde fuera, y una vez dentro, prometía aún menos. Las mesas estaban llenas de hombres dormidos sobre sus jarras de cerveza, mujeres que reían con la energía de quien finge diversión para pagar las cuentas, y un hombre calvo que parecía estar discutiendo con su propio reflejo en una cuchara. El tabernero, un tipo de brazos cruzados y ceño perpetuamente fruncido, los recibió con una mirada cargada de sospecha.
“¿Qué queréis... comer o beber?” preguntó, como si ambas opciones fueran igual de improbables.
“No veo comida,” respondió Elijah, mirando alrededor con evidente desconfianza.
La sala estalló en carcajadas.
“¡No te metas con él, Rufo!” gritó una mujer desde la barra. Era robusta y se movía con una confianza que hacía temblar el suelo, o quizás era solo su peso. “Soy Inkila Avivafuegos,” dijo con una sonrisa amplia, y señaló a su compañera, una mujer más menuda pero igual de resuelta. “Y esta es Isabella. ¿Qué queréis tomar?”
"Claro, claro... CERVEZA para mis amigos," dice Pizz,"AMIGAS,”,dejando caer un par de monedas en la barra como si estuviera pagando un banquete real.
Aunque Elijah al principio estaba desconfiado a medida que iban bajando las cervezas veía como todo se iba animando. Hubo un momento en donde alguien empezó a tocar una canción y nuestros dos héroes se pusieron a bailar con las mujeres. Arriba y abajo, izquierda y derecha, mueven sus caderas.
“¡Vamos, Pizz, salta por encima de mí!” gritó Elijah en medio de la música.
Spoiler: Pizz no lo logró, pero en aquellos momentos pensaban que podían con todo y que lo habían logrado. Giraban como peonzas con sus torpes movimientos, aunque en su fuero interno pensaban que eran los mejores bailarines del puerto, mientras la sala les aplaudía entre risas.
Después más bebida, para ellos y para ellas, también para un tipo de allí que se estaba animando y parecía gracioso. Se llamaba Isolde. Era un pequeño artista bohemio que iba por el mundo a vivir experiencias y que no esperaba encontrarse a un pequeño verde y a un gigante negro en aquellos lares. Al final el dúo de héroes acabó siendo un quinteto. Ya no es que se abrazasen entre ellos, es que se sujetaban los unos a los otros..
"Eres un tipo de puuuuta madre", le dice Eli a Isolde.
En un momento dado Pizz le dice a Inkila: "Oye te apetece ir a un lugar más entretenido?"
Inkila, que no se impresionaba fácilmente, lo miró con una sonrisa irónica. “En la parte de atrás hay un catre. ¿Cuánto os queda?”
Lo que les quedaba era suficiente para una buena historia, pero no para pagar la tarifa completa. Después de mucho regateo y alguna promesa cuestionable, el grupo desapareció en las sombras de la parte trasera.
Lo que ocurrió allí se perdió entre los vapores del alcohol y la niebla del puerto. Pero, como suele decirse en lugares como este: si no lo recuerdas, es porque fue una buena noche.