Elijah y Pizz
Elijah y Pizz llegan al gremio de ladrones. Dentro, encuentran a la misma gnoma del día anterior, sentada en una silla alta y rodeada de pergaminos. Al verlos entrar, alza una ceja y cruza los brazos.
“¿Volvéis tan pronto? No esperaba veros hasta que el sol se hubiera puesto dos veces más,” comenta con sarcasmo.
Elijah deja caer una bolsa con monedas en la mesa. “Aquí tienes. La tarifa.”
La gnoma revisa el contenido con una eficiencia casi insultante y luego señala a Pizz con una sonrisa ladina. “Muy bien. Pero tú, goblin, hay un pequeño asunto antes de que seas oficialmente parte del gremio.”
Dos ladrones aparecen de la nada, cargando un taburete y una bandeja con tres copas pequeñas y una cebolla cruda cortada por la mitad. Pizz parpadea, confundido, mientras uno de los hombres se aclara la garganta con aire solemne.
“El ritual del novato,” dice la gnoma con un tono que indica que se divierte mucho. “Primero, te subes al taburete. Segundo, bebes una de estas copas, que puede ser agua, vinagre o... algo más fuerte. Tercero, muerdes esta cebolla picante para demostrar tu compromiso. ¿Listo?”
Pizz se sube al taburete con una mezcla de nerviosismo y orgullo. Escoge una copa al azar, la vacía de un trago, y su rostro pasa de confundido a horrorizado. “¡¿Esto es vinagre?! ¡¿VINAGRE?!” exclama, mientras los demás aplauden. Luego, sin pensarlo demasiado, muerde la cebolla y mastica con fuerza, sus ojos llorosos pero brillando de determinación.
“Bienvenido al gremio,” dice la gnoma, entregándole un pergamino enrollado. “Este es el decálogo. Léelo, vívelo, ámalo. Si lo sigues, todo irá bien para ti.”
Pizz asiente, todavía masticando la cebolla, mientras Elijah lo ayuda a bajar del taburete. La gnoma se despide con una sonrisa. “Y recuerda, no hagas nada que nos haga arrepentirnos de aceptarte. Que la noche te sea favorable.”
Pizz pierde 5 monedas de oro
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Tras dejar el gremio de ladrones, Elijah y Pizz deciden acercarse a la sinagoga de Mask, una construcción oculta tras fachadas desgastadas. Las ventanas están cubiertas por cortinas negras, y un farol rojo parpadea en la entrada. Al atravesar la puerta de madera oscura, un murmullo grave y un canto inquietante se mezclan en el aire, acompañado por una melodía densa y sinuosa que parece envolverlo todo.
En una esquina del recinto, un altar improvisado de obsidiana y plata se ilumina con velas negras. Alrededor, figuras encapuchadas recitan plegarias con voces roncas, mientras depositan ofrendas: monedas, joyas y, en un caso, un puñal con una hoja manchada.
Elijah y Pizz intentan no llamar la atención mientras recorren la zona de apuestas, donde una arena improvisada acoge peleas de perros. Allí ven a la tieflin de cabellos rojizos y ojos verdes, charlando en voz baja con el elfo oscuro que acompaña a Lady Morwen. A su lado, un semiorco de nariz torcida y un brazo metálico que termina en un tridente observa con una mirada fija y fría, como si evaluara cada movimiento a su alrededor.
Elijah le da un leve codazo a Pizz, señalándolos antes de moverse hacia un rincón más concurrido. Entre los apostadores, dos hombres conversan en voz baja:
“Dicen que el culto de Vecna tiene un lugar seguro aquí, aunque esté prohibido. Escuché que alguien del templo de Lathander pidió su ayuda. Parece que incluso los devotos a veces prefieren no enfrentarse a ciertas sombras.”
“¿Y te crees eso? Yo oí que un tipo buscó su ayuda, consiguió lo que quería... y luego intentó traicionarlos. Ahora ni él ni su familia están en este mundo. Vecna no olvida, ni perdona.”
“Eso es cierto. Pero si estás entre la espada y la pared, ¿quién más te ofrece soluciones? No juzgan. Solo... toman lo que necesitan a cambio.”
“Sí, pero el precio nunca es justo. Y con Vecna, siempre hay algo que no te cuentan... hasta que ya es tarde.”
Elijah escucha con atención mientras Pizz hace ver que examina los perros. Con los rumores grabados en la mente y la sensación de estar observados, se deslizan hacia la salida, dejando atrás el hedor de sudor, sangre y cera quemada.