Pizz
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Pizz estudia el vitral desde afuera, con los ojos entornados como un artesano evaluando su próxima obra maestra. Se inclina hacia adelante, sus dedos largos y huesudos rozando el borde del cristal. Con un movimiento ágil y silencioso, saca una herramienta fina de su cinturón y comienza a trabajar en los bordes del marco.
Tras unos minutos de esfuerzo meticuloso, el cristal se desencaja con un leve clic. Pizz lo levanta con sumo cuidado, su lengua asomando entre sus labios en concentración, y lo apoya contra el muro exterior sin hacer el menor ruido.
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Gasto de 1 punto de Fortuna
Rossy, su inseparable compañera, le susurra un suave chillido desde su hombro, como si animara su siguiente movimiento. Pizz levanta la mirada hacia el hueco abierto del vitral. No hay cuerda, pero no la necesita. Cerca del borde, las figuras esculpidas en piedra de ángeles alados y santos parecen extender sus manos hacia él, ofreciéndole un camino natural.
Se aferra a un saliente decorativo bajo el marco del vitral y balancea su cuerpo con la ligereza de un gato. Sus pies encuentran apoyo en una pequeña cornisa, apenas lo suficientemente ancha para sostenerlo. Desde allí, avanza con paciencia, utilizando los pliegues tallados en las columnas góticas como escaleras improvisadas.
Cuando su pie busca el siguiente punto de apoyo, un trozo de piedra tallada, desgastado por los años, cede bajo su peso con un crujido seco. Antes de poder reaccionar, su cuerpo resbala, perdiendo el equilibrio. “¡ROSSY!” exclama, mientras la gravedad parece arrastrarlo hacia el vacío.
Por un instante que se siente eterno, Pizz queda suspendido en el aire. Sus manos, desesperadas, arañan la superficie del muro, intentando aferrarse a algo. Rossy se aferra con fuerza a su cuello, chillando en alarma. Justo cuando parece que caerá al suelo, su mano derecha encuentra un saliente inesperado: una gárgola olvidada, apenas visible en la penumbra.
Con un gruñido y todas sus fuerzas, Pizz se aferra al cuello de la gárgola, balanceándose como un péndulo. Sus pies patean el aire hasta que consigue estabilizarse, su respiración entrecortada resonando en el interior de la catedral.
“Casi nos espachurramos como un flan, pequeñaja, ¡PEQUEÑAJA!” jadea, mientras se alza con dificultad, apoyándose sobre la gárgola. Mira hacia abajo, calculando la altura que aún le queda por descender, y una sonrisa nerviosa cruza su rostro.
Con más cuidado que antes, se desliza desde la gárgola hacia una columna decorativa cercana, utilizando cada saliente como un salvavidas. Finalmente, sus pies tocan el suelo, y Pizz se deja caer de rodillas un momento, recuperando el aliento.
“Ya está. Ya estamos dentro, ¡DENTRO!” susurra, mientras Rossy, aún nerviosa, emite un leve chillido, como si le reprochara la maniobra. Pizz sonríe débilmente. “Bueno, la próxima vez tú eliges el camino. ¡CAMINO!”
Se pone en pie y se adentra entre las sombras, como si nada hubiera pasado.
Estás en el altar principal. De la última vez sabes que hay una zona de curas donde debería estar Milly, una zona de estudio y a la derecha dos zonas más desconocidas, que podrían ser estancias privadas. Dime dónde te diriges.