Pizz (que he decidido es diminutivo de Pizzicato)
Pizz se desliza como una sombra viva por la parte este del templo, sus pasos amortiguados por siglos de polvo acumulado en las juntas del pavimento. Los muros de piedra, elevados y solemnes, parecen cerrarse a su alrededor, decorados con frisos desgastados que narran historias de antaño. Se mueve con cuidado, manteniéndose pegado a los contrafuertes interiores que refuerzan la estructura.
El goblin avanza bajo la tenue luz que se filtra a través de los triforios, pequeños y elevados huecos que apenas dejan pasar claridad. Cada paso lo lleva más profundo, evitando los rayos de luz que escapan de los candelabros que cuelgan en las naves laterales.
Finalmente, llega a una galería que parece haber sido olvidada, sus techos abovedados resonando con el eco distante de sus propios movimientos. Allí encuentra lo que busca: un pequeño pasillo al final del deambulatorio, oculto tras un arco decorado con tracerías desgastadas. Al avanzar, tres puertas flanquean el corredor. Cada una está cerrada con paneles de madera reforzada, aunque la pintura de los dinteles revela que han sido abiertas y cerradas innumerables veces.
Al fondo, una escalera de caracol se eleva hacia las alturas, su eje central cubierto de esculpidos motivos florales. La estructura de la escalera está iluminada por una única antorcha que proyecta sombras alargadas en las paredes curvas. Pizz alza la mirada, observando cómo los peldaños parecen desaparecer en la penumbra superior.
“¡Interesante!” murmura, su voz apenas un susurro mientras evalúa sus opciones. Rossy, inquieta en su hombro, emite un suave chillido, como si apremiara una decisión. Sin más preámbulos, Pizz se dirige hacia las escaleras, ascendiendo con el mismo sigilo que lo ha traído hasta aquí.
Pizz asciende por la escalera de caracol, cada peldaño cruje ligeramente bajo su peso, pero el sonido se pierde en la inmensidad del templo. A medida que sube, el aire se vuelve más denso, cargado con un olor a cera quemada y pergaminos antiguos. La antorcha que había iluminado los primeros pasos queda atrás, y solo la tenue luz que se filtra desde algún punto más alto guía su camino.
Finalmente, la escalera termina en un rellano estrecho, donde se abre un pasillo silencioso flanqueado por varias puertas. Cada una está cerrada, con grabados desgastados en los dinteles, algunos con runas apenas legibles que parecen vigilar en la oscuridad. El silencio en este nivel es casi absoluto, salvo por el leve zumbido de un viento que no debería estar allí.
Sin embargo, una puerta más adelante destaca del resto. Está entreabierta, y un tenue destello de luz dorada se escapa por la rendija, proyectando un resplandor cálido en el suelo de piedra. Pizz se detiene, inmóvil, observando con cuidado desde las sombras. La luz parece parpadear ligeramente, como si proviniera de una vela o una lámpara al borde de extinguirse.
Rossy, aún en su hombro, inclina la cabeza curiosa, soltando un leve chillido que Pizz silencia con un movimiento de la mano. Sin hacer ruido, se acerca a la puerta entreabierta, sus dedos rozando el marco mientras se asoma lo justo para echar un vistazo al interior, su cuerpo listo para reaccionar ante cualquier sorpresa.
Hay tres puertas cerradas y una entreabierta. Elige sabiamente y tira Sigilo.