Pizz
Pizz cruza el umbral con pasos medidos, su cuerpo pequeño moviéndose con agilidad entre las sombras. La habitación tiene un aire austero, con paredes de piedra desnuda y un suelo cubierto por un tapiz raído que apenas amortigua sus pasos. La luz tenue proviene de un candelabro de tres brazos sobre una mesa central, iluminando los detalles más llamativos del lugar: un cofre de madera oscura con herrajes de hierro, y al lado, unas monedas de oro esparcidas como si alguien las hubiera dejado allí sin cuidado.
Sobre la mesa, junto al cofre, descansa un libro grueso, con bordes ajados y letras doradas grabadas en la tapa que apenas se leen: un libro de contabilidad. Pizz se detiene, sus ojos brillando de emoción al captar el brillo del oro bajo la luz parpadeante.
Rossy, encaramada en su hombro, empieza a moverse inquieta. Salta de alegría, agitando su pequeña cola, casi como si pudiera oler el oro.
Sin embargo, algo más captura su atención: la habitación no es tan aislada como parecía. En la pared opuesta, una puerta está completamente abierta, conectándola con la habitación contigua. Desde allí llegan ruidos sutiles, el crujir de madera, el leve repiqueteo de metal. Alguien está trasteando al otro lado.
Pizz inclina la cabeza, aguzando el oído, pero su mirada regresa al cofre y al oro, como si la promesa de una recompensa inmediata luchara contra su instinto de conservación. Rossy da un pequeño salto en su hombro, como si animara a su compañero a moverse, mientras Pizz evalúa rápidamente sus opciones.