Duncan y sus hombres escoltan a Ronan y Bailey por las tranquilas calles de Daggerford. El trayecto hacia el palacete de los Longbottom se desarrolla bajo la luz de las antorchas que iluminan la noche. Los cascos de las monturas resuenan sobre los adoquines, y el aire fresco lleva consigo el aroma de los jardines cercanos. Duncan, aunque relajado, mantiene una postura vigilante, intercambiando palabras breves con sus hombres mientras avanzan.
Al llegar al palacete, dejan sus monturas y observan como una figura les espera bajo el arco de entrada, bañada por la cálida luz de los faroles. Galvin se encuentra allí, acompañado por una mujer alta y de porte elegante, su cabello rubio cayendo en suaves ondas sobre sus hombros. Su vestido, de tonos claros, contrasta con la sobriedad de su expresión.
“Gracias por traerlos, capitán,” dice Galvin, asintiendo a Duncan. El capitán devuelve el gesto y, tras una breve mirada a Ronan, se retira junto a sus hombres, dejando a Galvin y la mujer al cargo.
Galvin da un paso hacia adelante, sonriendo de manera cortés. “Permitidme presentaros a Lady Longbottom.” La mujer inclina ligeramente la cabeza, sus ojos evaluando a Ronan y Bailey.
“Ahora, por favor, acompañadnos,” dice Galvin, señalando hacia los jardines. El grupo comienza a caminar entre senderos bien cuidados, flanqueados por setos perfectamente recortados y flores que emiten un suave perfume nocturno.
“Lamento la hora,” continúa Galvin mientras avanzan, su voz adquiriendo un tono más solemne. “Pero la lucha contra el mal que nos azota no conoce descanso. Cada momento cuenta cuando buscamos proteger lo que queda de este mundo.”
Se detiene cerca de una fuente central, donde el agua cae en un murmullo constante, creando un ambiente de calma. Galvin se gira hacia Ronan, su expresión grave.
“Ahora, muchacho, el artefacto. Ha llegado el momento de cumplir con lo pactado. Confío en que comprenderás la importancia de lo que estamos haciendo aquí.”