Diego González Seguir a @diego_gon
Más que un club, una casa de lenocinio
La gestión de Joan Laporta es mucho más propia de un bar de carretera con demasiados neones en la fachada que de la institución deportiva más importante de Cataluña
03/1/2025 - 20:40
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https://www.libertaddigital.com/opinion/2025-01-03/diego-gonzalez-mas-que-un-club-una-casa-de-lenocinio-7203643/
Independientemente de cómo acabe el culebrón de la inscripción o no de Dani Olmo como jugador del Fútbol Club Barcelona, el daño reputacional a la institución ya está hecho. Falta saber si la Liga y la Federación Española de Fútbol se van a dejar arrastrar por el fango por el Barça, como ha sucedido en tantas ocasiones. En un mundo normal no habría ninguna duda: la documentación, de ser legítima, fue presentada fuera de plazo, y los plazos son para todos los clubes, no sólo para los clubes que no son més que un club. Pero no vivimos en un mundo normal, vivimos en una realidad en el que el Barcelona estuvo pagando millones y millones de euros al vicepresidente de los árbitros durante casi dos décadas (que sepamos) sin ningún tipo de consecuencia legal o deportiva. Todos sabemos para qué pagaban ese dinero, aunque yo no lo pueda poner por escrito todavía sin provocarle taquicardias a los responsables legales de Libertad Digital. En Italia y en Francia, escándalos notoriamente menores provocaron el descenso a segunda y retirada de títulos de campeones nacionales y europeos como el Olympique de Marsella, la Juventus o el Milán. En España, el Barcelona envía cease and desist a quien se atreva a decir en público ciertas obviedades.
El caso Dani Olmo es una muestra más de hasta qué punto el Barcelona está acostumbrado a que las normas se deformen a su gusto, como la gravedad alrededor de un agujero negro. Un poco como sucede en general con el gobierno catalán, que considera que las leyes son para que las cumplan los demás. Mientras tanto, el Nuevo Camp Nou, que iba a estar listo para recibir espectadores en diciembre, sigue a estas alturas con el mismo aspecto que la Catedral de Justo Gallego. Joan Laporta le encargó la construcción del nuevo templo culé a una empresa turca de chichinabo cuyas subcontratas se caracterizan sobre todo por la explotación laboral inmisericorde de mano de obra inmigrante que se ve obligada a dormir en la propia obra. Una cosa tan tercermundista que sólo podía suceder en esa versión de Tetuán con butifarras que es la Barcelona institucional.
La gestión de Joan Laporta es mucho más propia de un bar de carretera con demasiados neones en la fachada que de la institución deportiva más importante de Cataluña. Es cierto que heredó el increíble pufo de Messi, ese canterano culé que llevaba el club en la sangre pero que por lo que fuese obligaba a la directiva a renovarle cada seis meses con condiciones cada vez más leoninas hasta alcanzar niveles dignos del Sultanato de Brunéi. Pero de eso hace casi cuatro años, y todo lo que se ha hecho desde entonces es hipotecar ingresos futuros para pagar gastos actuales, muy a menudo entre los aplausos enfervorizados de la prensa, y no sólo de la catalana. Las famosas "palancas" consisten en gastarse hoy en sueldos y fichajes los ingresos del próximo cu arto de siglo, un plan sin fisuras que nunca en ningún lugar ha acabado mal. Lo esperable sería que la masa social exigiera la dimisión de Laporta independientemente de si finalmente se sale con la suya o no, pero conociendo a la clase política y periodística de la ciudad condal, es probable que incluso si Dani Olmo se queda sin inscribir y se va a otro equipo, provocándole un agujero de cien millones de euros al Barça, el asunto se presente como un agravio más, culpa de Florentino, Franco y Madrit, escullera de totes les Espanyes.
Y sin embargo todavía nadie, o casi nadie, se atreve a decir que el rey está desnudo, y que la única forma de que el Barcelona no quiebre estrepitosamente en el próximo lustro es hacer aquello que pedía la gloriosa Lola Flores: que cada españolito le entregue una peseta para pagar la estratosférica deuda y la política económica errática y suicida de la última década. No tengo ninguna duda de que en algún momento del futuro será algo que el nacionalismo catalán exigirá para aprobar unos presupuestos. Sólo que en vez de una humilde peseta acabaremos saliendo a cincuenta euros por cabeza.