Intolerable
Con el debido respeto a quienes cifran la legitimidad estética exclusivamente en el músculo técnico y la autoridad institucional, me permito disentir desde una posición que podríamos calificar, si se quiere, de contrahegemónica. Porque defender sin matices la preeminencia del Remaster oficial de Oblivion sobre el proyecto Skyblivion —ese esfuerzo comunitario hercúleo, casi quijotesco, de reimaginar un mundo con medios ajenos al capital corporativo— implica, en el fondo, aceptar una forma sutil de colonización cultural: la suposición tácita de que lo canónico solo puede emanar de lo oficial.
La comparación entre ambas propuestas no debe dirimirse únicamente en términos de fidelidad superficial o integridad técnica. El Remaster, con todo su lustre institucional y su aparente coherencia visual, no deja de ser un ejercicio de reciclaje industrial, una actualización cosmética al servicio del retromarketing. Skyblivion, en cambio, no pretende simplemente replicar: lo que lleva a cabo es un acto de resurrección simbólica, una arqueología creativa impulsada no por la rentabilidad, sino por la devoción.
El mod no reproduce: reinterpreta. Y en ese gesto hay un valor estético y filosófico profundo. Es, si se quiere, un homenaje dialéctico: se sitúa en tensión con el original, dialoga con su legado y lo subvierte desde dentro, utilizando herramientas de un juego posterior (Skyrim) para reconstruir una experiencia anterior (Oblivion). Es devenir-mundo a través del anacronismo. Lo que se ha llamado "disonancia estética" no es un fallo, sino una consecuencia del acto de transposición: como un óleo restaurado donde los trazos originales conviven con pinceladas del restaurador, no para borrar la historia, sino para revelarla en su fractura.
En contraste, el Remaster —por más DLCs que incorpore, por más polígonos que alise— se siente como una forma de conservadurismo interactivo, una operación quirúrgica que embalsama la obra en un estado pulido pero sin alma. Una especie de necrofilia lúdica, si se me permite la figura. Como una catedral iluminada con luces LED frías, que ha perdido el misterio de la penumbra para volverse apta para Instagram.
En última instancia, quien defiende el Remaster apelando a su coherencia visual incurre, a mi juicio, en una reducción formalista que olvida lo esencial: que Oblivion fue, ante todo, una experiencia de descubrimiento, de frontera difusa entre lo inmersivo y lo arcaico. Y es precisamente Skyblivion —con sus imperfecciones, con sus costuras visibles— el que captura esa cualidad liminar, esa sensación de estar explorando un mundo que no es perfecto, pero sí propio.
Así pues, lo verdaderamente revolucionario no es el regreso oficial bajo la tutela de Bethesda, sino la reescritura apasionada que surge del seno mismo de la comunidad. Y si de estética hablamos, no hay mayor coherencia que la que brota de la honestidad expresiva. Skyblivion no quiere parecer Oblivion: quiere sentir como Oblivion. Y ahí, en esa diferencia, reside su superioridad.
Ahí lo dejo, por si a alguien todavía le interesa pensar el videojuego no solo como producto, sino como lenguaje.