"No me figuraba cuan enorme es la diferencia que separa al hombre salvaje del hombre civilizado, diferencia en verdad mayor que la que existe entre un animal silvestre y el doméstico (...) Un día que fuimos a la isla de Wollaston nos encontramos una canoa con seis fueguinos. En verdad que nunca había yo visto criaturas más abyectas y miserables (...) Estos desgraciados salvajes tienen el cuerpo achaparrado, el rostro deforme, cubierto de pintura blanca, la piel sucia y grasienta, los cabellos apelmazados, la voz discordante y los gestos violentos. Cuando se les ve cuesta trabajo creer que son seres humanos, habitantes del mismo mundo que nosotros. Nos preguntamos muchas veces qué goces puede proporcionar la vida a ciertos animales inferiores; ¡con cuánta mayor razón no podríamos preguntárnoslo de estos salvajes!».
Los fragmentos son anotaciones que el joven Charles Darwin tomó en su Diario de la Patagonia en diciembre de 1832, como miembro de la expedición científica a bordo del HMS Beagle, bajo las órdenes del capitán Robert FitzRoy. No era la primera vez que el almirante de la Armada británica llegaba al archipiélago de la Tierra del Fuego ni se encontraba con los indígenas que habitaban allí. De hecho, en otro de sus viajes secuestró a varios de ellos para llevarlos a Londres y civilizarlos. Pero cuando los devolvió a su hábitat, no tardaron en despojarse de sus camisas y chaquetas, quitarse los zapatos y arremeter con sus flechas contra los colonizadores ingleses.
Tampoco tuvieron mucho éxito las misiones de anglicanos que se instalaron en unas tierras tan inhóspitas como aquellas para cristianizar a las diferentes etnias del sur de Chile, todas nómadas y algunas de ellas canoeras, esto es, que vivían en sus pequeñas embarcaciones de madera y con ellas iban recorriendo unos fiordos y canales que son intransitables a causa del hielo al menos la mitad de año.
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Pero aquellas expediciones de científicos, geógrafos, geólogos, religiosos y viajeros en general no suponían un riesgo vital para las comunidades indígenas de la zona. Para finales del siglo XIX, sin embargo, no quedarían apenas miembros de las cuatro principales etnias: yámanas o yaganes; selk'nam u onas; haush o mánekens y kaweskar o alacaluf.
El exterminio de los selk'nam
Aunque todas ellas fueron aniquiladas, el más documentado de los exterminios fue el de los selk'nam, una comunidad indígena de unos 4.000 miembros que habitaban en la Isla Grande de Tierra del Fuego y cuya forma de vida se vio fuertemente alterada a partir de mediados del siglo XIX, cuando los gobiernos de Chile y Argentina comenzaron a expedir concesiones para la instalación de inmensas granjas de ovejas (estancias, como eran conocidas), fundamentalmente de capital británico, lugar de destino de una lana necesaria para mantener su próspera industria textil. Desde la llegada de los estancieros, los indios de la Tierra del Fuego estaban sentenciados. Imbuida del mismo espíritu de desprecio que llevó a Darwin a considerar prácticamente inhumanos a los indígenas, la prensa inglesa anticipaba su eliminación para apoderarse de sus tierras. En 1882, en el londinense The Daily News publicaba: "Se estima que la región podría resultar adecuada para la cría de ganado, aunque el único inconveniente para llevar a cabo este proyecto es que desde cualquier punto de vista se hace necesario exterminar a los fueguinos. Están tan absolutamente acostumbrados a una vida de privaciones que cualquier aspecto relacionado con el bienestar y la civilización resulta fatal para ellos. Se dice que el simple hecho de vivir en una casa es suficiente para que se vean afectados por una enfermedad pulmonar".
El economista e historiador José Luis Alonso Marchante estableció en Selk'nam. Genocidio y resistencia (Txalaparta, 2019), tres fases en un exterminio que se "completó en un plazo muy breve de tan solo 15 años y que fue diseñado y planificado por los grandes terratenientes ganaderos con el consentimiento de las autoridades [las jóvenes repúblicas de Chile y Argentina] y la colaboración de los misioneros". El genocidio, así lo denomina el investigador asturiano, "se caracterizó por los asesinatos, la esclavitud, las deportaciones y el secuestro de niños, acciones tendentes a una limpieza étnica que consideraba a los selk'nam un estorbo para el progreso económico".
La primera de las fases comenzaría en 1881, fecha en la que se dan los primeros encuentros violentos de las comunidades indígenas con los exploradores, mineros, buscadores de oro y estancieros aislados. La segunda coincide con la instalación en la parte chilena de la Isla Grande de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, que, fundada por un colono portugués, José Nogueira, en 1890, se convirtió, de la mano de Sara Braun, en la mayor propietaria de tierras (unos tres millones de hectáreas) y productora de carne y lana de toda la Patagonia chilena y argentina. Por último, la tercera fase, que se da sobre todo en la parte argentina, comienza con la puesta en marcha de la primera estancia ovina del colono español José Menéndez, "cuyos empleados sobresaldrán en las feroces matanzas", apunta Alonso Marchante, que concluye: "Será en estas dos últimas etapas, que se superponen en el tiempo, cuando, tras una desesperada resistencia selk'nam se implemente una suerte de solución final al problema indio".
Uno de los más relevantes estudiosos de Tierra del Fuego, el sacerdote piamontés Alberto María de Agostini, recordaba en 1929 cómo "exploradores, estancieros y soldados no tuvieron escrúpulo en descargar su máuser contra los infelices indios, como si se tratase de fieras o de piezas de caza ni de arrancar del lado de su maridos y padres a las mujeres y a las niñas para exponerlas a todos los vituperios".
Los zoológicos humanos
En el Archivo del Museo Regional de Magallanes, en la ciudad chilena de Punta Arenas (ubicado en la antiguo palacete de Sara Braun) se pueden consultar algunos de los testimonios recogidos durante el juicio instruido en 1895 a raíz de las acusaciones que publicó La Razón, un diario de Santiago, conocido como Sumario sobre vejámenes inferidos a indígenas de Tierra del Fuego (1895-1904). Uno de los testigos recuerda: "Para matar indios recibiendo en pago, diez pesos por cabeza de cada indio que mataban. Esta orden la recibían del administrador don Alejandro Cameron, quien les pagaba la remuneración y les daba las provisiones. Le dijeron también que tenían orden de matar los machos y traer las hembras y los muchachos". Para poder cobrar la recompensa, los mercenarios debían presentar al menos una oreja del indio asesinado. Muchas de las mujeres eran destinadas al servicio doméstico y otras a la prostitución. Algunos de los niños y adolescentes serían entregados a ganaderos y empresarios como esclavos y otros terminaban recalando en los llamados zoológicos humanos, como los que se instalaron en París en la década de los 80 del siglo XIX en el Jardin d'Acclimatation, cuyas imágenes ha documento Christian Báez Allende en Cautivos. Fueguinos y patagones en zoológicos humanos (CIIR, 2018).
"Es muy importante señalar", aclara Alonso Marchante, "que, desde el punto de vista de los grandes terratenientes, la aniquilación de la población selk'nam debía ser total, incluyendo también a niñas y niños, al objeto de que nadie pudiera exigir más tarde el derecho a la restitución de sus tierras ancestrales. Hubo, sin embargo, muchos sobrevivientes que hoy reivindican con orgullo el legado de sus ancestros y exigen con determinación y energía el derecho a la tierra y a su identidad cultural".
Hay, en Bahía Wulaia, en el extremo oeste de la isla Navarino, una de las más grandes del Archipiélago de la Tierra del Fuego, un austero edificio que la Armada chilena construyó en los años 30 del siglo pasado para albergar una estación de radio. Abandonado durante mucho tiempo, la compañía de cruceros Australis (única con permiso para desembarcar allí) decidió restaurar el edificio e instalar allí un pequeño museo para rendir homenaje a las culturas indígenas desaparecidas. Australis realiza también trabajos de mantenimiento del bosque patagónico de la isla para conservar y clasificar las especies vegetales entre las que convivieron las comunidades de indios ya desaparecidos. En la entrada del edificio, paradojas, un placa de mármol blanco recuerda que Darwin arribó a esa costa en enero de 1823.
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