Milly y Pizz se adentran en el pasaje del este con cautela.
A cada paso, la piedra bajo sus pies se vuelve*más resbaladiza, más traicionera. La pendiente desciende lentamente al principio, pero poco a poco, el suelo se inclina más, forzándolos a avanzar con pasos medidos.
El aire cambia.
La humedad, que antes se filtraba en la piedra, ahora es un peso tangible, pegajoso sobre la piel. Gotas gruesas resbalan por los muros irregulares, formando hilos oscuros que gotean con un eco sordo en la distancia. El hedor a agua estancada y piedra mojada llena sus fosas nasales.
Y entonces, el túnel se abre.
Frente a ellos, la oscuridad da paso a un río subterráneo. Su corriente es lenta, pero profunda, una lengua negra y silenciosa que corta el camino en dos.
A un lado, un muelle de piedra precario, carcomido por la humedad, se aferra a la orilla como si llevara siglos esperando viajeros olvidados. Sobre él, una balsa de madera astillada y ennegrecida por el tiempo flota inmóvil, anclada a un poste medio podrido.
Y sobre la balsa, una figura.
Un hombre rata.
Pequeño y encorvado, de pelaje grisáceo y sucio, con las orejas llenas de cicatrices y una nariz húmeda que se agita sin descanso. Sus ojos están vacíos y lechosos, ciegos, pero su hocico vibra al olfatear el aire.
"Hsss… visitantes. Olorr nuevo, olorr húmedo, olorr… problemático."
Su voz es un murmullo rasposo, pronunciando cada palabra con un siseo extraño. No parece hostil… pero tampoco del todo acogedor.
Inclina la cabeza, aún olfateando, y aprieta entre sus dedos nudosos un largo palo de madera, que usa para guiar la balsa.
"No oigo tus pisadas, muchacha, perrro huelo lo que errres… y tu, goblin, rronrroneas cuando piensas, sí, sí, sí…"
Sus orejas tiemblan con un leve espasmo.
"¿Sirrvierrrventes del Señorrr de los Secrrretos?"
Su hocico se contrae. A la espera. A la expectativa.